PETER KATZ

Polonia tenía en 1939 la más numerosa comunidad judía en Europa;
tres millones quinientos mil judíos vivían en grandes ciudades como Varsovia, Byalistok, Grodno, Cracovia, Danzig, Vilna, Lodz y Kovno.
El resto de la población judía distribuida en cientos de aldeas, muchas de ellas situadas cerca del cruce de lo ríos Bug y Vístula.

La mayoría de los judíos eran artesanos y comerciantes. Algunos lograron tener grandes madererías, refinerías de azúcar de remolacha. Los mercados provinciales constituían su lugar idóneo para hacer negocios.

Habían llegado a Polonia, en el siglo XIV, invitados por nobles de aquella época, para que se encargaran de cobrar y luego invertir estas rentas, que provenían de campesinos, que tenían un estatus de siervos.

Después de la emancipación, en el resto de Europa, los jóvenes judíos pudieron estudiar en las universidades y muy pronto hubo médicos, arquitectos, investigadores, escritores e intelectuales que pudieron ejercer sus conocimientos sin restricciones. Los judíos polacos construyeron en el siglo XX un sistema de educación laica, que proporcionó una opción a la educación religiosa de las Yeshivot.

En 1939, Polonia fue atacada por Alemania. Una guerra que se inició sin preaviso, por un ejército dotado de toda la tecnología moderna, probablemente el más fuerte y aguerrido de Europa. Las batallas, muy costosas para el ejército polaco, duraron 18 días, al final de los cuales los soldados y los mandos de las fuerzas armadas de la patria de Chopin, se rindieron incondicionalmente a los invasores.

La persecución y el asesinato de judíos empezó inmediatamente en las aldeas, apenas salidos los soldados que las conquistaron. Detrás de ellos venía un destacamento de “Sonder Abteilungen”, entrenado específicamente para matar.

Los habitantes judíos, muchas veces señalados a los alemanes por los polacos, fueron llevados al cementerio local o bien a un claro del bosque más cercano y después de haber sido obligados a despojarse de su ropa, ultimados por la “Sonder Abteilungen”, soldados de una fuerza especial, creada por Heinrich Himmler. Eran los “batallones de la muerte”. El resto de los judíos fueron entazados en Ghettos y en “Arbeitslager”.

Desde luego todos los judíos que tenían algún puesto con el gobierno o con las autoridades provinciales y municipales, perdieron su trabajo por el solo hecho de ser judíos. En las calles de las ciudades, los soldados alemanes se propasaban cortando con tijeras las barbas de los judíos piadosos.

El antisemitismo siempre latente en el país de Kazimirs y Pilzustzky se reavivó con la presencia de los alemanes.

Los judíos habían convivido con los polacos por más de 600 años. Desde que Polonia recobró su independencia en la Conferencia de Versalles, después de la Primera Guerra Mundial, ahora, por la presencia de los alemanes, los polacos los trataban peor que los enemigos que había llegado para ocupar su país.

En círculos intelectuales se podía oír decir a la gente, cuando ardió el Ghetto de Varsovia: “Seamos agradecidos con los alemanes por hacer el trabajo sucio en vez de nosotros”. Al día siguiente de la caída de Varsovia, se formó la Armiyá Krayova, grupo de combate de resistencia a los alemanes. Fue uno de los grupos más efectivos y mortíferos, con los que tenía que lidiar el ejército alemán. Por una cláusula de exclusión no aceptaban combatientes judíos.

Los judíos siempre fueron tratados como un conjunto de migrantes que cometían acciones dañinas y de no fiar. Siempre los consideraron como un elemento extraño a la sociedad.

Con la presencia de los alemanes, matar a un judío ya no era un crimen.
Sería exagerado decir que los polacos compartían con los alemanes sus sentimientos hacia los judíos, pero al ver lo que hacían los alemanes, muchos polacos querían emularlos.

Los años de la guerra son ahora solamente una memoria. Nunca hubo más de 5 mil judíos en Polonia después de la liberación, la mayoría de ellos, personas de edad, que dependían de una pensión. Polonia nunca ha regresado los bienes raíces o las fábricas, ni sus pertenencias personales, como serían los bienes muebles que se quedaron en sus hogares, cuando fueron forzosamente desalojados por los alemanes, para llevarlos a los Campos de Concentración.

Esta fue la tremenda desilusión para la mayor comunidad judía de Europa, con las gentes que los recibieron seis siglos antes.