DALIA PERKULIS EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

-¿Algo más en que le pueda ayudar?- el ejecutivo de American Express al teléfono.

– Sí, véndame un seguro de vida para mi esposa porque la voy a matar- mi esposo. Run, fin de la llamada.
Todo empezó cuando saqué un dinerito para pagar las clases vespertinas de mis retoños y me encontré con lo que me dejó mi marido antes de salir de viaje para pagar la tarjeta de crédito, con su respectiva instrucción “te lo encargo mucho”.

“¿A qué estamos?”, pensé, “1º de noviembre, ¡chin!”. Ignoraba la fecha límite, pero sonaba a que acababa de pasar. En mi hogar rige un calendario que no es el cristiano ni el hebreo: la fecha de corte de American Express.
Le marqué a mi marido, todavía de viaje, y no respondió. Le envié un mensaje de texto, literal: “Pa, se me olvidó pagar Amex, cuándo era la fecha límite? Mañana pago. Me muero, perdón”. Acto seguido recibí por respuesta un lacónico “márcame”. Lo que más temía.

Lo peor no fueron los reproches, sino -“yo lo arreglo, olvídalo”- la desconfianza en mi capacidad para enmendar la situación.

Yo soy la menor de 3 y me comporto muy la menor: despistada, desorganizada, irresponsable; mi esposo es el mayor de 3 y actúa muy el mayor: sobreprotector, ultra responsable. A mí me gusta que me resuelvan y a él le gusta resolver. La mancuerna perfecta. Eso y soy buena en la cama, supongo.

No hago nada. Ni cocino, ni trabajo, ni siquiera sé dirigir al personal, el refri y la despensa incompletos, no he podido asignar un día de la semana para hacer el súper, 9 años de matrimonio y sigo corriendo diario a comprar lo que hace falta para completar el menú, a veces dos veces al día para la comida y la cena, ni de una a otra puedo prever. Mi único mérito es en la cama, ahí desquito todo el sueldo. “Menos mal que no eres hombre “, me dice un amigo, “sería demasiada presión”.

Eso y me busqué un sobreprotector ávido de cuidar a una Peter Pan como yo. Una eterna niña pero con conciencia, demoledora combinación. Y soy mamá, no es cómico, eso sí muy amorosa.

“Ring”, suena el teléfono, “ya lo arreglé”, la incertidumbre no duró ni 10 minutos, ya me visualizaba intentando pagar a mi marido los recargos a plazos aunque él jamás lo aceptaría, “me dieron dos días extra por mi historial crediticio, puedes pagar mañana sin recargos”, yo sin palabras para disculparme, bonita combinación, pienso, un sujeto al que American Express, la mismísima Gestapo crediticia, le concede dos días por su impecable historial con una que olvida pagar y el dinero cagándose de risa en el clóset, “le dije al ejecutivo que nomás le encargaba un seguro de vida para mi esposa porque la iba a matar”, o sea que ya puedo echarme a un pantano, atino a bromear, “no te preocupes, ya pasó”, todavía termina por consolarme. Run, fin de la llamada.

Él, feliz de salvarme, yo feliz de ser salvada, la simbiosis a todo lo que da, como madre e hijo durante la lactancia y la mancuerna se perpetua.

Moraleja: estos incidentes mantienen vivo a mi matrimonio, hay que tenerlos más seguido.