JULIÁN SCHWILDERMAN/ COMUNIDADES

9 de noviembre 2011- Abdulfattah Jandali nació en 1931 en Homs, Siria, en el seno de una familia acaudalada. Pasó sus tiempos de estudiante en la Universidad Americana de Beirut donde se involucró con las ideas pan-arabistas de la época para luego emigrar a los Estados Unidos, donde obtendría su doctorado en ciencia política de la Universidad de Winsconsin.

Al cabo de enseñar un tiempo en Nevada, se orientó hacia la industria del juego. Se juntó con Joanne Schieble, una estadounidense de ascendencia europea, y fruto de esa relación nació un bebé al que dieron en adopción. Años más tarde, la pareja se casaría, nacería una niña del matrimonio, y se divorciaría.

Abdulfattah Jandali hoy es parte de los alrededor de diecisiete millones de expatriados sirios que viven en la diáspora, de cuyo seno han surgido figuras destacadas como el cantante canadiense Paul Anka, descendiente de sirios cristianos. En la historia de Jandali no habría nada de extraordinario… de no ser por que el niño que él dio en adopción -luego de recibir el apellido de los nuevos padres- fue Steve Jobs.

La noticia del parentesco sirio-sunita provocó una reacción en la opinión pública árabe. Palash Ghosh, en una columna en The International Business Times, afirmó que el “árabe más famoso y poderoso en el mundo… no es Bashar al Assad… [sino] probablemente Steve Jobs”. Un lector de Elaph, importante diario online en árabe, lo llamó “el nieto de Homs”. Una notita escrita en árabe, dejada a modo de tributo en una tienda Apple de Palo Alto, California, ofreció un comentario memorable: “Tres manzanas cambiaron al mundo, la manzana de Adán, la manzana de Newton, y la manzana de Steve”.

El célebre académico estadounidense-libanés Fouad Ajami señaló en The Wall Street Journal que era comprensible que “un mundo atorado en batallas tribales y retraso tecnológico se haya entusiasmado con reclamar al… padre de la computadora personal, del iPod, iPhone y iPad”.

Pero la excitación por el hecho de que un genio de la estatura del fundador de Apple descendiera de un árabe-sirio rápidamente dio lugar a lamentaciones del estado actual de las cosas en aquél país. “Creo que de haberse quedado en Siria, [Jobs] no hubiera inventado nada” dijo un sirio a Reuters. Lo cual es completamente cierto. Steve Jobs fue el resultado de la cultura americana, no de la genética árabe.

Según un estudio del desarrollo árabe realizado por las Naciones Unidas, “prácticamente no hay innovaciones árabes en el mercado”. Tal como Lawrence Salomon ha observado en The Financial Post, cuatrocientas patentes originadas en los países árabes fueron registradas en los Estados Unidos entre 1980 y 2000. Steve Jobs por sí sólo presentó trescientas diecisiete patentes en su corta vida; Apple patentó miles. Que la diáspora siria (diecisiete millones) se acerque en número a la propia población de Siria (veintidós millones) sugiere que la cultura local es sofocante y expulsiva. La represión militar de los últimos meses confirma ello dramáticamente. De haber permanecido en Siria, fue notado, Jandali y su hijo probablemente hubieran tenido un destino diferente. Homs, después de todo, fue epicentro de las revueltas anti-Assad. Steve, seguramente llamado de otro modo, hubiera participado en las protestas y su padre lo hubiera tenido que ir a identificar a la morgue estatal. “Si quieren otro Steve Jobs”, indicó de modo ominoso un joven árabe, “paren de matar a niños sirios”.

El desaprovechamiento del talento local es una seña distintiva de múltiples naciones, árabes y no árabes. Muchos artistas, intelectuales e innovadores regularmente se ven obligados a partir hacia tierras lejanas en busca de un aire más puro que oxigene y estimule su creatividad innata. La distancia del terruño, el alejamiento de una cultura contaminante, han resultado muchas veces ser decisivos para el florecimiento de un talento preexistente pero asfixiado. “Las mentes, tal como los corazones, van a donde son apreciados” sentenció tiempo atrás quien fuera Secretario de Defensa estadounidense, Robert Mcnamara. Pero una cosa es que una cultura expulse talentos y otra muy distinta es que los extermine. Con más de tres mil muertos, y contando, en las calles de Damasco, Hama, Latakia, Deraa, Qamishli, Abu Kamal, Daty al-Zawr y Homs, la Siria del clan Assad indudablemente no parece ser el lugar adecuado para la inventiva.

Permanecerá como uno de esos pequeños misterios de la vida, dejado al campo de la imaginación, especular a propósito de cual hubiera sido el destino de la criatura nacida de la unión de Abdulfattah Jandali y Joanne Schieble si sus padres biológicos hubieran elegido vivir su vida de familia en Siria. Pero no se requiere demasiada imaginación para afirmar sin margen apreciable de duda que, en tal caso, ni Apple ni Pixar hubieran existido. “Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder” dijo Steve Jobs a jóvenes estudiantes en su famoso discurso en la Universidad de Stanford.

Palabras sabias que, al contemplarlas bajo la luz de la crisis humanitaria en Siria, adquieren el relieve de la tragedia.