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26 de noviembre, 2011- El sueño democrático está muriendo en Medio Oriente;y la culpable, en parte, es Gran Bretaña.

La primavera fue esperada durante mucho tiempo en las dictaduras de Medio Oriente y del norte de África. Cuando llegó, fue recibida sin vacilar por los líderes occidentales. William Hague declaró que, la Primavera Árabe era más importante que el 11 de septiembre y la crisis financiera. Barack Obama transmitió uno de sus más placenteros discursos sobre el tema. Todos esperaban lo mejor.

Pero la esperanza, se nos recordó, no es suficiente. El estallido de la protesta en la Plaza Tahrir contra las fuerzas armadas egipcias es el último signo de algo que Occidente, según parece, no tiene el ánimo de admitir: la Primavera Árabe está cediendo paso al Invierno Árabe.

Durante el último año, vimos levantamientos arrasar con regímenes en Túnez, Egipto y Libia. Pero es demasiado prematuro para celebrarlo. Eso podría ser tan inteligente como cuando un demócrata austríaco celebró el asesinato de un archiduque en el verano de 1914. Otros regímenes, en Yemen y Siria, se resisten a ello . Algunos, incluyendo a Bahréin, sofocaron, con brutalidad, toda oposición naciente.

¿Por qué aquello tan promisorio se volvió tan amargo? Una razón es que la respuesta de Occidente a esos acontecimientos fue deplorablemente contradictoria, casi insustancial en su totalidad y completamente carente de estrategia. Y justo cuando fuimos tomados por sorpresa por las revoluciones, parecíamos estar sorprendidos por la dirección-completamente predecible- hacia donde las cosas se estaban moviendo. Las elecciones tuvieron lugar en Túnez pero, en Argelia, sólo sirvieron de trampolín para que los partidos islámicos, bien organizados, pudieran ganar el poder.

Esta semana, el partido “Ennahda” en Túnez formó un gobierno, luego de convertirse en el mayor sector , con el 39 % de los votos. John R. Bradley predijo, en marzo, por este medio, que los islamistas de Túnez podrían sólo lograr el 20 % de los votos; pero que podrían ganar el poder porque menos de la mitad del electorado iría a votar. De manera que esto quedaba por comprobar.

Los islamistas, ahora desatados, ya sancionaron a las madres solteras; incluso, irrumpieron en las universidades que objetaban el velo.

De manera que el cambio está llegando a Medio Oriente, pero no la clase de cambio que Obama tenía en mente. En Egipto, las encuestas ya sugieren un triunfo similar para los islamistas. El partido –engañosamente llamado Libertad y Justicia- vehículo electoral de la Hermandad Musulmana egipcia- está liderando las encuestas de las elecciones de la semana próxima (que podrían no tener lugar). Tan fuerte es la posición del partido Libertad que dijo que se auto limitará, tomando un tercio de las bancas, y rechazando presentar más candidatos.

Ésta es la estrategia intensa para un partido organizado que sabe que el poder está allí a la espera de ser tomado. La Hermandad (cuyos objetivos políticos son similares a los de los khomeinistas revolucionarios iraníes) siente que pueden esperar el momento propicio.

La elección de Libia está aun más lejos pero, los islamistas, una vez más, ya tienen una ventaja. Toda la asistencia militar de Occidente fue en ayuda de Abdul Jalil, líder del Consejo Transicional Nacional en Libia quien explicó: “Toda ley que viola la sharia es nula y legalmente inválida”. Como ejemplo, citó que la poligamia está permitida en el islam, de manera que las restricciones del régimen de Gadafi acerca de ésta serán levantadas. Hubo informes de cuadrillas islamistas ingresando a Tripoli- luego de un largo exilio- amenazando cerrar salones de belleza y salas de baile. Los canales de TV recibieron advertencias para que evitaran mostrar mujeres en la pantalla.

Todo eso, sin dejar de mencionar que la persecución, cada vez mayor, del remanente de judíos y cristianos en la región es ignorada por Occidente por una razón. Y la razón es que dicha persecución no puede adecuarse a la cuidada narrativa que nuestros políticos tan rápidamente proponen: que la Primavera Árabe demuestra que la “calle árabe” rechaza, por completo, las ideologías extremistas asociadas con al-Qaeda. Una mayoría puede tener éxito pero, después pedir orden ante el caos sangriento. De esa manera, el resultado final bien puede ser que ese empuje para la democracia produzca su antítesis: un gobierno del Islam militante.

Esto puede ser molesto para Occidente. Por ejemplo, será mucho más difícil justificar que la intervención de la OTAN haya meramente facilitado una toma del poder islamista. En Libia, David Cameron y Nicolás Sarkozy fueron aclamados como liberadores. Pero deberían lamentarse de aquellas fotografías en las que aparecen posando junto a varios miembros del actual consejo.

Es absolutamente claro cómo están desarrollándose esas sociedades post revolucionarias; nadie quiere mostrarse poco solidario con los demócratas genuinos. Sin embargo, para alentar a los bravos ciudadanos árabes, es mejor tener cuidado, con una visión a largo plazo y el beneficio de la distancia. En todo esto- y más- fracasamos. En el post- Irak no hay deseo de construcción nacional y, por supuesto el dinero está escaso. Pero nadie parece tener un compromiso financiero, o voluntad política, para ver más allá.

Hay otras razones por las que los británicos se sientan avergonzados por la Primavera Árabe. Hace veinte años un hombre, llamado Rachid Ghannouchi, llegó a Reino Unido desde Túnez y solicitó asilo político que le fue otorgado (agosto, 1993). Durante las exitosas dos décadas, usó su privilegiada posición en Reino Unido para potenciar el trabajo del partido islamista que triunfó, hace poco, en las elecciones de Túnez. Cuando el Presidente Ben Ali fue derrocado, el partido islamista Ennahda tuvo una ventaja sobre todos sus rivales; ventaja no solo de tiempo, sino porque contaba con el apoyo de Gran Bretaña.

Para un liberal secular en Tunez, Gran Bretaña no hubiese hecho absolutamente nada. Los islamistas tunecinos, por el contrario, fueron muy ayudados. Fuimos de gran ayuda para los miembros egipcios de la Hermandad Musulmana. Kamal Helbawy, por ejemplo, llegó a Reino Unido en 1994 y se convirtió en ciudadano inglés. A pesar que le fue negado el ingreso a EEUU, Helbawy, gracias al consistente y lunático asilo político británico, se convirtió en pilar de nuestra dirigencia islamista. Desde el derrocamiento de Mubarak, ese veterano de la Hermandad Musulmana, retornó a Egipto, donde proclamó la eliminación de las fronteras trabadas por las “naciones imperialistas”, para traer consigo un Estado islámico global “llamado Estados Unidos del Islam”.

Hay más ejemplos. Cuando, a principios de este año, Cameron visitó Pakistán, sugirió que Gran Bretaña es responsable de “muchos problemas en el mundo”. En esa ocasión, su análisis fue correcto: bajo el Laborismo y el Conservadorismo, Gran Bretaña contribuyó para convertir a la temporada árabe de primavera en invierno. Por supuesto, esos son los errores entre líneas que nunca deberían cometerse. Pero hay tiempo para remediarlos, y deberíamos intentarlo.

El reclamo de la Oficina de Asuntos Extranjeros sostiene que los dictadores “mantuvieron las cosas contenidas”, Es verdad, pero, además, hicieron todo lo posible para hacer que el agua hirviese.

A largo plazo, la democracia representativa es la únicas respuesta a los fracasos del mundo árabe. Pero a corto plazo, ese proceso será complejo, riesgoso y sangriento. Requerirá cuidado, atención, resolución y paciencia. Necesitaremos mirar a la región con objetividad, reconocer los peligros y apoyar a quienes podamos para que la normalización sea un éxito. Si no, el precio del fracaso será incalculable.

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