EL UNIVERSAL

Irán tiene un programa nuclear con fines “civiles” y “pacíficos”, aseguran sus líderes. Mientras la máxima autoridad en la materia, la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), afirma en su más reciente informe que hay “indicios” de que Irán incluye en su programa nuclear una serie de aplicaciones que sólo sirven para fines militares.

Así, dos posturas enfrentadas impiden tener una noción clara de lo que ocurre con el programa nuclear persa. La opinión pública mundial no va a visitar las instalaciones de Bushehr o Natanz para saber si allí se fabrican bombas atómicas. Por eso, es indispensable que la AIEA esclarezca su informe y que el Gobierno iraní presente pruebas contundentes sobre los fines civiles de su programa.

Si la ambigüedad permanece, la opinión pública mundial quedará dividida, como ocurrió en 2003, antes de la guerra de Irak. Esa situación incrementa la posibilidad de una guerra, porque la AIEA tiene un gran respaldo de la comunidad internacional, mientras Irán se enroca en su postura ante lo que considera una afrenta a su soberanía.

La AIEA acusa a Irán de obstaculizar el trabajo de los inspectores. Estados Unidos, Inglaterra y Canadá ya aprobaron sanciones económicas dirigidas a asfixiar el sistema financiero y otros sectores de la economía persa. Rusia, proveedor de tecnología de Teherán, rechaza las sanciones. Pero Médvedev y Putin, más que estar a favor de un Irán nuclear, están en contra de la expansión de la influencia norteamericana en Asia.

Dos oportunidades para evitar la guerra

En caso de desencadenarse una guerra, las posibilidades no favorecen a los persas. Por el contrario, si su Gobierno opta por una solución negociada, puede ganar bastante. La situación tiene, grosso modo, tres vertientes: a) Teherán puede abrir su programa nuclear al control de la AIEA y de Estados Unidos. b) Irán puede suspender su programa nuclear. c) El país puede sostener su postura actual.

La primera opción parece poco viable a juzgar por la retórica de los gobernantes iraníes. La segunda ni siquiera se ha planteado en Teherán y la tercera, que es la que impera, es la única que puede conducir a una guerra.

¿Por qué Irán no pone sobre la mesa la segunda opción? Alemania y Suiza ya han decidido cerrar sus plantas nucleares, aun cuando ninguno de ellos produce petróleo o gas (Alemania importa esos combustibles desde Rusia). El desastre de la central nuclear de Fukushima, en Japón, puso en entredicho la viabilidad de la energía nuclear por los riesgos que conlleva. Además, las nuevas fuentes de energía limpia están ganando terreno en el mercado, de la eólica a la solar, pasando por la termoeléctrica.

Así, la pregunta que debemos hacernos es ¿por qué, ante todas las alternativas para producir energía, Teherán elige desarrollar una que es susceptible de ser utilizada con fines militares?

Irán es uno de los países que con mayor facilidad podría alcanzar una autosuficiencia energética. Tiene las segundas reservas más grandes del mundo en gas y es uno de los cuatro principales productores de petróleo. Sin embargo, a juzgar por las declaraciones de su gobierno, está dispuesto a ir a la guerra para desarrollar una fuente de energía riesgosa que otros países ya están sustituyendo.

Ante este escenario, el gobierno iraní se ha convertido en el principal enemigo del pueblo, porque lejos de proponer alternativas o de ganar adeptos entre los moderados de la comunidad internacional, los discursos de Ahmadineyad sólo cosechan triunfos entre grupos radicales como Hezbolá.

Aquello que en occidente es una agresión, en Irán es parte del discurso oficial, lo que aísla al país asiático. El presidente Ahmadineyad le dijo a los universitarios de Nueva York que en Irán no existían los gays, mientras que en un foro como las Naciones Unidas negó abiertamente que el Holocausto hubiera ocurrido y clamó por la destrucción de otro Estado miembro, algo que ningún otro país del mundo ha hecho.

Esas declaraciones del presidente iraní, repetidas en distintos foros, sientan las bases del desencuentro entre su país y occidente. Si la guerra explota, no tendrá un fundamento económico o político, surgirá a raíz de un problema de comunicación. Porque la supervivencia de la economía iraní no depende, en ningún caso, de la energía nuclear.

Mientras que la estabilidad de una región tan convulsa como el Golfo Pérsico sí puede alterarse drásticamente si Teherán adquiere armas nucleares; Arabia Saudita sería el siguiente país en reclamarlas e iniciaría una escalada en la proliferación nuclear.

¿Hacia dónde está llevando a Irán Mahmoud Ahmadineyad? Es la pregunta obligada. Hay que recordar que su gobierno carece de legitimidad, sobre todo desde que en 2009 el proceso electoral en el que resultó reelecto estuvo plagado de arrestos arbitrarios y de represión violenta contra la oposición y los disidentes.

El discurso del Gobierno persa daña a Irán porque atiza la tensión, mientras aleja la posibilidad de una solución diplomática al conflicto. Si hasta ahora Irán no ha abierto las puertas a la AIEA, si la oposición política al régimen no logra ser escuchada o si ese país se dirige hacia una confrontación armada, quizá habría que señalar al líder político que más atención mediática ha conseguido en los últimos años a base de declaraciones incendiarias, Mahmoud Ahmadineyad.