SALOMÓN LEWY

¡Qué curioso! Los dos países donde he vivido más tiempo a lo largo de mi vida, y que, por tanto, creo tener opinión sólida de ambos, se encuentran desde hace ya algunos años bajo la feroz crítica de propios y extraños. No hay día ni publicación en que México e Israel no sean exhibidos, juzgados y condenados por cientos de fallas, tanto de sus gobiernos como de sus sistemas.

Vayamos por partes:

Mi México, donde nací, crecí, fui a la escuela, me formé, fundé una familia, eduqué a mis hijos; el ámbito de mi perspectiva social y cultural; la extensión territorial envidiable, rica, diversa, cambiante, de valores mezclados, de costumbres y tradiciones únicas, que fue –si se me permite la expresión – parido con dolores inenarrables, violento y apacible a la vez, bravo y estoico: mi México que no encuentra la fórmula de la convivencia por estar embebido en la preocupación del pan diario; donde miro a los jóvenes apresurados para llegar a sus trabajos en “combi” o autobús, al apretujado metro; mi México donde las buenas obras se transmiten por TV y las malas también; donde los funcionarios llenan los tiempos y los espacios de los medios vociferando las bondades de su labor (“está prohibido el uso por partidos políticos”); este México del mercado público que es una sinfonía de aromas, sonidos, colores y sabores, en el que cada quien escribe o vocifera lo que se le place, este México es calificado como dictadura. Los arribistas culturales (ONG’s incluidas) desean que el gobierno, vituperado como es, pida perdón a los criminales; los partidos políticos rechazan, anulan, desechan cualquier iniciativa de ley de manera sistemática “por no convenir a sus intereses”; los vivillos de la política (¿hay de otros?) alcanzan los extremos que en este caso se tocan. Las riquezas naturales sirven a otros intereses, y de paso, para balancear el déficit presupuestal junto con las remesas de los “expulsados del sistema”, dejan municipios enteros poblados por mujeres, niños y ancianos, sin olvidar, por otra parte, a las “colonias” de lujo, donde enormes multifamiliares se construyen , dejando las vialidades y demás servicios en segundo plano, en el caos.

Ningún Presidente fue bueno. A toro pasado hacemos faena . El Presidente en turno es uno o lo otro, mas nunca positivo.

En este marco ¿alguien me puede decir que en México no existe la democracia? ¡Carambas! Si hasta se insiste que el ciudadano tenga vigente su derecho a voto.

Pero las críticas no sólo son internas. También vienen de afuera. Abiertas o veladas, en los medios o en las películas, pero están ahí. ¡Ah, nosotros los nacionalistas! Por parte de una porción de “yanquis”, habría que expulsar a todos los indocumentados y construir una barda para que no sigan llegando los ilegales. Por la otra, hay que cultivarlos para que voten por nosotros, pero, al final, se impone la “second class”.

Israel, esa enorme ensalada de nacionalidades que paulatinamente se homogeniza, tiene también sus múltiples facetas. ¿Quién no se ha dado cuenta que la generación anterior (los de mi edad, más o menos) se rotulaban por su origen? El argentino, el polaco, el “yeke”, el yemenita, etc., sin afán de discriminar, sólo por ubicar. Esta división evolucionó, mas lo que permanece es el religioso observante y el laico, al grado que el gobierno está constituido por esas dos grandes corrientes.

En la “vida diaria”, los usos y costumbres orientales y occidentales se mezclan. La comida, el comportamiento, los ritos, las prácticas familiares, ya no son exclusivas. Unos y otros se deleitan con platillos orientales lo mismo que con cocina de herencia europea. Lo que para una familia es sagrado, como la reunión de viernes por la noche, para otros es pretexto para irse de “antro”. Tel Aviv no es Jerusalén, pero Yom Kippur es para todos.

El denominador común es la consecución de la paz, mas cada quien a su manera. Como he sostenido: dos judíos, tres opiniones y cuatro partidos políticos.

Agrupados en la sociedad israelí vemos la diversidad política: desde los “políticamente correctos”, ONG’s y partidos “de izquierda” hasta religiosos y partidarios del “Gran Israel” que abarque Yehuda y Shomron.
Libertad de ideas, en las que caben desde premios Nobel hasta Haaretz, pasando por tradicionalistas y proponentes de un Estado Judío, como aquellos que propenden dar a los árabes la nacionalidad israelí con todos los derechos hasta quienes desean verlos fuera de las fronteras.

¿Eso no es democracia?

Pero también Israel, al igual que México, es juzgado por el mundo.
¿Cuántos editoriales hemos leído condenando a ambos?

Tomemos dos ejemplos simples:

En el juicio de “La Jornada” contra “Letras Libres” en México, los jueces dictaminaron otorgar la razón a E. Krauze en un juicio.
Un grupo de mexicanos demandó al Presidente Calderón por delitos de lesa Humanidad ante la Corte Internacional de la Haya, por la enorme cantidad de muertos, producto de la guerra entre grupos de narcotraficantes.

Un ejemplo de hoy: en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Jal., unas periodistas mexicanas tacharon a Israel de todo lo maléfico posible, amparadas en nuestra libertad de expresión – por más ridículo que parezca.

¿No hay democracia en México?

Cuando el gobierno de Israel decidió construir una barrera entre ciertos territorios y sus actuales delimitaciones, disminuyeron las agresiones de manera considerable. La estrategia dio resultado, pero la opinión de ciertos círculos, israelí y extranjera, fue negativa. ¿Vale?

El personal hospitalario reclama abiertamente su escasez de ingresos. Se declaran en huelga, así como muchos servidores públicos. ¿Vale?
Allí ¿hay democracia?
En ambos casos, México e Israel, se acusa de falta de democracia. ¿Por qué?

Hay un dicho: el último recurso del gamberro es el insulto. En nuestro caso, la acusación de ilegitimidad. Esto degrada a quien lanza el vituperio.

Ambos, México e Israel, son legítimos. Son dos países con su propia estructura e identidad. Sui generis cada uno. Se identifican por su psique social.

Ambos países, cada cual en su ámbito, en su región geográfica, en su circunstancia, se desenvuelven de la mejor manera posible.

Conocemos la opinión de los soberbios, de quienes sólo censuran mas no construyen. De un lado y de otro, viste mucho criticar, denostar, probarse como paradigmas políticos y culturales. Los leemos y escuchamos. Me pregunto: ¿Qué quieren, qué pretenden? En esta democracia, la que arguyen como inexistente, pueden escribir y vociferar lo que se les viene en gana. Leyes vienen y van, se modifican, para dar cabida a sus reclamos, justos algunos, retardatarios otros.

¡Cuán difícil es vivir en la democracia!