Germán Martínez Cázares/ REFORMA

La bandera de la libertad perdió a dos grandes soldados. Este año fue el último para el inglés Christopher Hitchens y el checo Václav Havel. Palabra y lenguaje convertidos en periodismo y teatro, eran las armas de ambos.Batallaron en la arena política. Havel como protagonista. Después de guiar e inspirar la “revolución de terciopelo” para liquidar al comunismo de Europa, alcanzó la última presidencia de Checoslovaquia. Hitchens, por su parte, alumno del Balliol College de Oxford destacó en la crítica, la filosofía y la polémica. Fue una “mente libre”, “intelectual feroz”.

Los dos heredaron Cartas de prosa brillante y argumentos profundos. Testimonios del pasado, pero sobretodo, conciencia de futuro y fe liberal.

Hitchens encendió uno de tantos debates al redactar Cartas a un joven disidente (pronto encontró la respuesta de Dinesh D´Souza, presidente del King´s College, con sus Cartas para un joven conservador). No dio tregua a ninguna forma de esclavitud. Atacó a los fanatismos. Su fe en la libertad rayó en el paroxismo pero con razones encantadoras. No vaciló en exhibir su ateísmo. No temía pertenecer a pequeñas minorías.

El blanco de su crítica honesta, aunque pudiera ser equivocada, abarcó el respaldo a la guerra en Irak del presidente Bush, la acusación a Henry Kissinger de crímenes contra la humanidad, o a la Madre Teresa de Calcuta por respaldar al régimen de Duvalier en Haití; de ella contó la invitación del Vaticano para atestiguar como “abogado del diablo” en su proceso de canonización. “Debo decir que la Iglesia actuó con infinitamente mayor cautela y escrúpulo que mis críticos progresistas”, dijo en esa ocasión.

“La esencia de la mente independiente radica no en lo que piensa, sino en cómo piensa”. Hitchens era un sembrador de dudas. “La mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, prefiere buscar aprobación y seguridad”. Blasfemaba de los plebiscitos dogmáticos para juzgar gobernantes. Soberbio, sostenía que “el saber” no lo salvaba “una” multitud, sino que había que salvarlo “de la” multitud, de esos “débiles de mollera” alimentados con encuestas de opinión.

En sus Cartas Hitchens propone como ejemplo del “disidente” a Václav Havel. Comprendió, dice, que la “resistencia” militante e insurgente era imposible en la Europa central de aquel tiempo, y simplemente se propuso vivir “como si” fuera un ciudadano libre, “como si” viviera en un Estado libre, y asumió las consecuencias de esa disidencia cívica. Uno de esos efectos fue la prisión.

Desde su celda el poeta y primer presidente checo escribió a su esposa las famosas Cartas a Olga. Son una sentencia libertaria de su vida y una proclama a su nación. Aunque acepta que “la experiencia esencial de la cárcel me parece incomunicable”, dejó una reflexión profunda sobre la dignidad con que enfrentó su condena y la autenticidad de su credo en el “enigma de la libertad”.

Libertad para Havel es el basamento de la responsabilidad, y ésta, el rostro de la identidad humana. “El misterio del hombre es el misterio de su responsabilidad”. El ser humano es digno por ser libre, y sólo se le puede responsabilizar en un ambiente de libertad. Los Estados opresores niegan identidad, dignidad y responsabilidad, porque previo pudieron negar libertad.

Hasta este punto las Cartas de Hitchens y Havel se escuchan igual, reivindican los mismos valores y hazañas libertarias.

Pero el dramaturgo Havel trasciende al ensayista Hitchens. Sus Cartas a Olga dejan ver, como en el escenario del teatro en ocasiones asoma la tramoya, un “vuelo del espíritu”. No confiesa su fe en un Dios personal, “me falta la experiencia mística de una revelación genuina, es decir aquella importantísima última gota…”; pero admite con sencillez, “la columna vertebral y oculta y la fuente más profunda de todo lo dotado de sentido es siempre -tanto si somos conscientes de ello como si no- ese arraigo en lo absoluto”.

A Havel -estoy seguro- no le faltó esa “última gota” y comprendió ese Absoluto, viento poderoso capaz de mover la libertad.

 

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