JULIÁN SCHVINDLERMAN / COMUNIDADES

Corría el año 1981 cuando llegó a las salas de cine de prácticamente el mundo entero una de las películas de aventuras más extraordinarias de todos los tiempos: Indiana Jones y los cazadores del arca perdida. Surgida de la unión de dos de los mejores directores de cine contemporáneos, con un elenco perfecto, una banda sonora impecable y un argumento hiper-entretenido, el film batió récords de recaudación, cosechó ocho nominaciones y cuatro premios Oscar, engendró una precuela y dos secuelas, una serie de televisión, libros, tiras cómics, una quincena de videojuegos, un parque temático en Disney y un merchandising fenomenal. El Instituto Norteamericano del Film la ubicó dentro de las cien mejores películas del primer siglo del cine, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos la designó “cultural, histórica o estéticamente significativa” y fue seleccionada para ser preservada en el Registro Nacional del Cine. Permanece como una película icónica de la cinematografía Hollywoodense y modélica de la cultura estadounidense del siglo XX.

Como suele ser el caso de muchas obras geniales, sus orígenes fueron casuales y algo convulsionados. Inicialmente fue concebida por George Lucas en 1973 con el lamentable nombre Las aventuras de Indiana Smith. Lucas convocó para desarrollar la idea a Philip Kaufman quien diseñó la trama del arca perdida pero fue al poco tiempo contratado para dirigir otra película. Lucas dejó de lado la idea y se avocó a desarrollar La Guerra de las Galaxias. Cuatro años más tarde, de vacaciones en Maui, Hawai, se topó con Steven Spielberg -que acababa de terminar Encuentros Cercanos del Tercer Tipo– quién le confesó su interés en dirigir una película de la saga James Bond. Lucas le ofreció dirigir Las aventuras de Indiana Smith y Spielberg aceptó. Afortunadamente, éste propuso cambiar el apellido del personaje, Lucas sugirió “Jones” y mantener “Indiana”, que era el nombre de su perro.

Pusieron manos a la obra. Harrison Ford, que había interpretado a Hans Solo en El Imperio Contraataca, fue convocado pero su caracterización del personaje no resultó convincente durante el casting. Lucas y Spielberg quedaron encantados con Tom Selleck y le ofrecieron el papel (en youtube puede verse su casting). La revista Variety publicó la noticia antes de que los realizadores pudieran advertir a Ford del hecho, lo cual provocó un enojo, y para peor, la cadena CBS, que tenía contratado a Selleck para la serie televisiva Mágnum, decidió retenerlo debido el éxito de la misma. Con Selleck fuera de escena, Lucas y Spielberg retornaron a Ford, quien en la pantalla grande inmortalizó al personaje de Indiana Jones con una actuación exquisita. Debra Winger rechazó el papel de la ex novia temperamental de Indiana, Marion Ravenwood y el papel cayó en manos de Karen Allen. Klaus Kinski despreció el rol del perverso interrogador nazi, y el elenco quedó completado con otros actores notables, entre ellos: Paul Freeman como el expeditivo arqueólogo al servicio de los nazis, John Rhys-Davies como el simpático contacto en Egipto y Alfred Molina como el artero guía selvático quién, en su film debut, debió padecer a varias tarántulas vivas sobre su espalda.

Al ser presentado a la industria cinematográfica, todos los grandes estudios rechazaron el proyecto. Al fin de cuentas, Paramount lo aceptó. Como muestra de su inagotable creatividad, Spielberg utilizó el logo del estudio -una montaña rodeada de estrellas- para iniciar la película con una primera imagen de una montaña peruana que ensombrece a la de Paramount. Desde ese preciso instante advertimos estar en presencia de una obra maestra cuya trama ya no dará respiro hasta el minuto final, mientras Indiana Jones es perseguido por indígenas peruanos, árabes colaboracionistas y nazis empecinados en hallar el Arca que resguarda las Tablas de la Ley para llevarla ante el Führer. Entre sus escenas más logradas veremos a un mono hacer el saludo nazi y al Dr. Jones poner fin a un duelo mortal contra un hábil espadachín árabe con un disparo certero. Esta última toma fue netamente circunstancial. El equipo estaba filmando en Túnez, estaban atrasados con el programa y Ford, enfermo. Al conversar sobre como apurar los tiempos de lo que sería una larga lucha entre el látigo de Indiana y la espada del árabe, Ford exclamó espontáneamente “yo le dispararía al maldito”. Spielberg decidió transformar ese comentario en una escena maravillosa.

George Lucas y Steven Spielberg continuaron produciendo y dirigiendo películas excepcionales. Harrison Ford se convirtió en actor de culto. Philip Kaufman siguió ideando historias atrapantes. Pero el film que en conjunto crearon un lejano 1981 fue algo único. Volver a verlo hoy, a treinta años de su estreno, sigue siendo una experiencia cautivante. Esa es la virtud de un clásico.