ESTHER CHARABATI

¿En qué consiste el ser auténtico?
¿Cómo saber si somos auténticos? ¿Qué criterios utilizamos?
¿Cuál es la diferencia entre ser auténtico y ser original?
¿Cómo se aprende a ser auténticos?

¿Creadores o imitadores?

Desde hace aproximadamente dos siglos se ha instaurado como valor supremo el “ser uno mismo” pero, a pesar del consenso, enfrentamos un pequeño obstáculo que los promotores omiten cuando nos invitan a luchar por la autenticidad: ¿quién es el juez? ¿Quién establece mi triunfo o mi fracaso y quién evalúa mi vida en general? En épocas anteriores era un juez benevolente, un Dios misericordioso con el que sus criaturas podían contar. Hoy ya no queremos responder a unos parámetros fijados por las religiones en base a los cuales se determina nuestra bondad o maldad; no deseamos que se nos valore por nuestra obediencia, sino por las decisiones que hemos tomado. ¿Y dónde está ese tribunal al que hemos otorgado un poder casi divino? Muy cerca, junto a nosotros, en la acera de enfrente, en el piso de arriba… Son los otros, todos los otros, que me juzgan y cuyo dictamen temo y busco.

En los otros he puesto la facultad de evaluar mis actos y mi vida, y de ellos espero la absolución. Por ello, rehúyo su mirada que me hace sentir culpable, equivocado e incapaz, y al mismo tiempo los interpelo como testigos de mi existencia. No me concibo como un individuo autónomo, soy un eterno menor de edad que espera la opinión ajena para determinar si actúa bien o mal, si es aceptado o rechazado. No importa el veredicto, sino la imposibilidad de gozar la vida si no está refrendada por otros.

Antes del surgimiento del individualismo, las elecciones que hacían las personas eran mínimas pues todo se resolvía de acuerdo a las costumbres y reglas de las comunidades. Prácticamente todos sabían lo que debían hacer. Hoy ignoramos lo que se espera de nosotros; además, algunos esperan que sigamos las normas establecidas y otros que las rompamos y tracemos nuestro propio camino. Aunque defendamos a muerte el ideal de ignorarlas opiniones ajenas, las solicitamos constantemente. Son las piezas de mi rompecabezas, las necesito para unirme y darle un significado a mi existencia. Por ello somos tan vulnerables a los comentarios sobre nosotros: nos animan o nos frustran, nos reafirman en nuestras convicciones o nos hacen tambalear.

En qué medida necesitamos un mentor lo muestra la proliferación de profesionales y charlatanes de la psicología: vamos con ellos solicitando una mirada sobre nosotros que nos reconstituya, confesamos nuestras mínimas culpas y debilidades para que nos absuelvan. Es curioso que podamos estimarnos auténticos, creadores de nuestro propio yo, dado que nos edificamos sobre los ejemplos de otros, sobre sus prejuicios y sus incapacidades. Somos el resultado de muchas huellas, así como dejamos nuestra huella en otros. Somos un plagio y un objeto de plagio. Nos sentimos creadores y no somos más que imitadores.