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A la memoria del disidente cubano Wilman Villar Mendoza… Era previsible.

El anuncio de la reedición en Alemania de Mi Lucha, escrito en el que Hitler ya perfilaba en 1924 la “solución final” de los judíos, ha provocado las inevitables protestas entre quienes lo perciben como una ofensa o, peor aún, una incitación al antisemitismo por parte de los extremistas que niegan el Holocausto y buscan cualquier excusa para desatar otro pogromo.

A primera vista, cualquier persona sensible a lo que ha sido la matanza más cruenta de la historia moderna, con 6 millones de mujeres, niños y hombres exterminados de manera industrial y metódica, siente aversión ante el hecho de que se comercialice y se difunda la monstruosa bazofia que el futuro führer escribió antes de llegar al poder en 1933. Podría parecer que el editor inglés que lanzará el libro el próximo 26 de enero en un país que todavía no se ha recuperado de la culpa colectiva del Holocausto, sólo obedece a mezquinos intereses mercantilistas.

No obstante, después de la lógica indignación inicial conviene recordar que la grandeza de las sociedades abiertas estriba en ser tolerantes frente a lo que más nos repele. Precisamente la perversión de las creencias nazis y antisemitas que desgraciadamente todavía abundan, es el afán por destruir al “otro”. Al que es diferente. El que exhibe costumbres o tradiciones que rechazamos. Eso es lo que sentía Hitler cuando paseaba por las calles y se preguntaba al ver a los judíos, “¿acaso eran ellos alemanes?” Y desde ese odio irracional, que justificaba por una supuesta conspiración sionista, urdió el plan maestro de la aniquilación de todo un pueblo, fundamentado en la defensa de la pureza de la raza aria frente a la contaminación de aquella gente a la que había que señalar y acorralar hasta llevarla al matadero.

De seres indeseables como los nazis o los fundamentalistas fanáticos es preciso vacunarse como quien se guarece de una plaga mortal, pero la virtud de la democracia radica en saber convivir con el mal, que siempre está presente, y a la vez tener la capacidad de contener los monstruos que pueden desatar los sueños de la sinrazón.

En Estados Unidos hoy en día los miembros del Ku Kux Klan pueden manifestarse con sus siniestros disfraces, pero de ningún modo podrían arrastrar a un afroamericano por las calles. En España hay cabida para quienes desean el separatismo, pero éstos no pueden imponer su pulsión independentista por medio del asesinato indiscriminado. Después de la derrota del Tercer Reich en Alemania se prohibió la distribución de propaganda nazi. Sin embargo, dentro de unos días se publicará el tristemente famoso Mein Kampf, pero no se trata de un retorno a los atropellos contra las minorías.

En realidad la reedición de Mi Lucha es un recordatorio de la basura que habitaba en la mente de un hombre cuyas ideas enfermas, sorprendentemente, prendieron en la imaginación colectiva de un pueblo culto como el alemán. Hitler hablaba del falso complot de los Sabios de Sión y hasta creía ver en el esperanto una conjura judía.

Por increíble que parezca, sus supercherías sedujeron a una multitud enardecida por ese sentimiento nacionalista que siempre busca chivos expiatorios fuera de la identidad uniforme de los que se creen parte del rebaño.

No sólo los alemanes han sido susceptibles a los señuelos de líderes con la cabeza llena de prejuicios podridos. ¿Qué, si no, fue la Unión Soviética bajo el estalinismo? ¿O la inicial acogida de Pol Pot en Cambodia o el ayatolá Jomeini en Irán, ambos aupados por la gauche divine europea? ¿O la entrada triunfal en La Habana de un Fidel Castro cuyo libro de cabecera en la adolescencia había sido nada más y nada menos que el Mein Kampf? ¿O el arrobo de los venezolanos frente a un militar llamado Hugo Chávez que les prometió desde la tribuna un socialismo del siglo XXI? ¿Cómo se explica que Mahmud Ahmadineyad hoy se pasee por medio mundo pregonando a los cuatro vientos la necesidad de arrojar a los judíos al mar sin que la tierra tiemble de nuevo ante el peligro real de un holocausto nuclear mediante el cual la teocracia iraní pretende borrar de la faz de la tierra el Estado de Israel?

Mein Kampf aparecerá en las librerías de Alemania un día antes de la conmemoración de la liberación de Auschwitz, fecha que marca el fin del Holocausto. Será una buena ocasión para resaltar la importancia de no olvidar lo que un loco peligroso anunció nueve años antes de desencadenar una pesadilla. Es la única manera de prevenir el ascenso de otros trastornados tanto o más mortíferos que Hitler.