ARNOLDO KRAUS/ EL UNIVERSAL

La compasión, considero, es un sentimiento tan viejo como el ser humano. Aunque no puedo asegurarlo, es probable que los primeros seres humanos fueron, cuando alguna situación lo ameritaba, compasivos. Vivir las desgracias de otros, observar los dolores y las pérdidas de los semejantes, ser testigo de tragedias y muertes es consustancial a la naturaleza humana. Los pobladores primigenios de la Tierra vivieron esas realidades, las cuales, moldearon algunos rincones íntimos de las personas. La compasión, y otros sentimientos, es parte de ese periplo.

Hasta ahora no se ha demostrado que la compasión este determinada genéticamente. Es una actitud que se aprende (o no) en la casa, en la calle, en la escuela, con los amigos. Para algunos autores griegos y para Descartes, piedad y compasión, significan lo mismo. Descartes, la incluyó, junto con la piedad, la admiración, el odio, el amor, el deseo, la tristeza y la alegría dentro de las pasiones del alma. En medicina, y sobre todo en ética médica, la compasión se considera una virtud.

Si nos remontamos a las ideas ancestrales de algunos autores griegos, la compasión significaba la participación en las pérdidas o en el dolor ajeno, por lo cual, “el otro”, el sufriente, se convertía, aunque no existiesen vínculos familiares o amistosos, en prójimo; filósofos posteriores, como Martín Buber o Emmanuel Lévinas, hablarán del otro como “un yo mismo”. Descartes, por su parte, en Las pasiones del alma, definió a la piedad (compasión), como “una especie de tristeza mezcla de amor o de buena voluntad hacia los que vemos sufrir algún mal, de los que los consideramos indignos”.

Los conceptos previos son el fundamento de la compasión en medicina. De acuerdo a eticistas médicos, la compasión es el preludio de cuidar, atender o velar por el enfermo. En la relación médico(a)-paciente, o enfermera(o)-paciente, es imprescindible entender las quejas y los problemas de los enfermos. Cuando no se ejerce “una dosis” de compasión, las demandas del enfermo no se satisfacen y la cura, o no funciona, o es incompleta. En Estados Unidos, el mayor número de demandas contra médicos no es por negligencia o impericia: se les acusa por no escuchar a los pacientes. Sin escucha no hay diálogo ni compenetración, sin compenetración la consulta es trunca y la compasión magra.

La compasión no cura pero ayuda; no es parte de la receta pero si de la terapéutica; no es medicamento pero si parte de las personas (del doctor y del enfermo). En algunos textos filosóficos, se dice, con razón, que la compasión guarda afinidad con términos como simpatía, misericordia, conmiseración, clemencia y benevolencia. Ejercer una “pequeña dosis” de esas conductas fortalece la terapéutica; aunque el proceso patológico no se detiene ni se mejoran las condiciones físicas del enfermo, la compasión arropa al enfermo. La experiencia clínica demuestra que las personas que encuentran esa faceta en su doctor buscan menos médicos, se someten a menos estudios y reciben menos fármacos. Es decir, se benefician: no pasan de un galeno a otro, de un examen a otro, de un procedimiento a otro y de un posible pequeño error a un gran error.

El modelo médico que impera en la actualidad descuida cada vez más el campo ético y procura poca atención a las simientes de la relación médico-paciente. La compasión, al igual que otras virtudes morales, como cuidar, ser integro, tener la capacidad de discernir, ser confiable y trabajar con rectitud, es fundamental en esa relación. Las virtudes morales han caído en desuso y han sido suplidas por la explotación de la tecnología médica, por la falta de cuestionamiento hacia las modas terapéuticas y por las ocasionales exigencias impuestas por los hospitales para que los médicos cumplan “ciertas cuotas”. Ese mare magnum le exige al galeno cambiar de lado: en lugar de “creer” en la clínica, “al lado de la cama”, explota la tecnología, “al lado del poder”.

La compasión debe ejercerse con recato, no debe exagerarse. Algunos pensadores, Kant y Spinoza entre ellos, han advertido al respecto. Sugieren, con razón, que cuando la compasión “se exagera”, la reflexión sobre el paciente y la enfermedad pueden sesgarse y conducir a decisiones médicas inapropiadas, como “hacer demasiado”, o considerar que la única persona capaz de responsabilizarse del afectado es el médico encargado. Los galenos y enfermeras avezadas logran evitar ese fenómeno acompañando en todo lo necesario al afectado pero no involucrándose sentimentalmente, es decir, desprendiéndose de la parte emocional (en inglés se denomina “compassionate detachment”).

Aunque la medicina no tiene una respuesta para todo, como lo piensan algunas personas o lo venden incontables charlatanes, las virtudes morales, entre ellas la compasión, ayudan al enfermo a confrontar mejor su mal, e incluso, a aceptarlo.