ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Las cifras de víctimas de la represión del gobierno de Bashar al-Assad sobre sus ciudadanos crecen semana a semana. El viernes 27 fue de nuevo un día crítico en el que se registraron decenas de muertos, sobre todo en la ciudad de Hama, con enfrentamientos en los que la oposición respondió en ocasiones también con fuego. El panorama se va transformando propiamente en una guerra civil lo que presagia un incierto y penoso camino para que el pueblo sirio consiga liberarse de la tiranía de Al-Assad.

El agravamiento de la situación se revela no sólo por las cifras de los caídos, sino también a través de las reacciones de otros actores asociados de distintas maneras al destino sirio. Uno de los signos del escalamiento de la crisis ha sido la decisión de Khaled Mashal, máximo líder del Hamas palestino quien desde hace años mantenía su centro operativo en Damasco, de abandonar sus cuarteles en Siria. Varios son los motivos que al parecer han determinado la decisión de Mashal: la dificultad para seguir operando política y militarmente desde un país sumido en convulsiones graves; el agotamiento de los recursos económicos que le llegaban desde Irán el cual, según algunas fuentes, proporcionaba a Hamas vía Mashal cantidades considerables que han dejado de fluir desde agosto pasado en razón también de las dificultades por las que pasa Teherán a partir de las sanciones; por último, el desacuerdo fundamental del propio Mashal con la represión desatada por Al-Assad, represión que reprueba al afectar sobre todo a la población sunnita del país con la cual Mashal comparte identidad étnico-religiosa.

Otro signo es sin duda la decisión tomada por la Liga Árabe el día de ayer de congelar su misión de observadores en Siria. El grupo de monitores ya disminuido de por sí por la renuncia de varios de ellos en días pasados, ha recibido la orden de permanecer en el país pero sin ejecutar las labores a las que se les había destinado en vista de los riesgos crecientes a su seguridad personal a causa del aumento de la violencia. Así las cosas, no parece haber en el panorama una salida clara de la encrucijada en que se encuentra el país y mientras tanto las cifras de población victimada se abultan día con día.

Quizá uno de los pocos apoyos que aún le restan al gobierno sirio es el de Rusia quien de manera consistente sigue oponiéndose a acciones más decisivas de parte de la comunidad internacional para forzar a Al-Assad a poner en marcha las reformas sustanciales exigidas por la oposición o a retirarse del poder. Rusia considera a este régimen como su aliado clave en el Cercano Oriente desde donde puede ejercer influencia y con el que comparte intereses económicos y geoestratégicos importantes. De ahí su rotunda oposición a sanciones más severas o a una intervención militar del exterior, intervención que por otra parte y a diferencia del caso libio, se presenta llena de inconvenientes. La ubicación geográfica de Siria, su relación conflictiva con sus vecinos, su alianza e interdependencia con Irán y el complicado mosaico étnico-religioso que caracteriza a la población siria son parte los factores adversos a una injerencia internacional más activa en el escenario sirio. Además, no hay que olvidar que las campañas militares desarrolladas por coaliciones internacionales en Afganistán, Irak y Libia han sido lo suficientemente onerosas para los gobiernos que las protagonizaron, como para que resulte bastante improbable una decisión de iniciar una nueva ofensiva en un entorno tan volátil como el de Siria, más aún en un año en el que tantas elecciones presidenciales y legislativas tendrán lugar en los países capaces teóricamente de intervenir.