MAX BERY PARA ENLACE JUDÍO

Nacido en Oporto, Portugal, en 1585, Gabriel Dacosta – su nombre cristiano- fue el producto de una familia conversa. Su padre era un católico devoto, su madre observaba una mezcla de tradiciones marranas. Años después, Acosta reconoció que “la religión le había traído una increíble miseria en su vida”. Cuando era joven, el terror de una damnación eterna hacía que estaba ansioso en observar todas las doctrinas en forma meticulosa. Utilizaba mi tiempo libre en estudiar los Evangelios, los breviarios y otras literaturas religiosas. Pero cuanto más estudiaba, más confuso me volvía .La reflexión me llevó a la conclusión que la confesión de los pecados y todos los requerimientos de la Iglesia me eran imposible seguir”.

Hasta entonces, el joven había hecho caso omiso de sus antecedentes judíos. Durante una fiesta de Pesaj, enterándose de una escasez de hierbas amargas en el mercado, experimentó de repente un destello de interés hacía lo que parecío ser una resurgencia de su judaísmo. Así que discretamente empezó a estudiar el Antiguo Testamento y le atrajo su mensaje profético de justicia social. Por lo tanto decidió volverse un converso a la ley de Moisés. Su madre ya viuda y sus hermanos se juntaron a su vocación. También se unieron a la decisión de embarcarse para la Jerusalén holandesa, lo que no fue una aventura sencilla. A los cristianos nuevos y a sus descendientes les estaba prohibido abandonar el Portugal. Sin embargo lograron transferir un capital sustancial a los Países Bajos, y llegaron a Ámsterdam. En esta ciudad, escribió Acosta encontramos que los judíos profesaban su religión con toda libertad.
Él y sus hermanos se hicieron circuncidar y de inmediato empezaron a tomar clases con rabinos y atender los servicios religiosos.Compraron una casa grande e invirtieron su capital en un negocio de importación-exportación.

Pero rápidamente Uriel Acosta se enredó con las complicadas leyes rabínicas de los judíos de Ámsterdam. Realizo que había abjurado una serie de rituales para reemplazarlos por un régimen aun más austero. Lo que más le desconcertó es ver que las costumbres y ritos de los judíos modernos parecían bien distintos de los mandamientos mosaicos .Acosta estaba confrontado por la primera vez con el judaísmo rabínico que había evolucionado a través de los siglos con sus capas de responsas talmúdicas. Su madre y sus hermanos aceptaron esta evolución sin hacerse preguntas, pero él no estuvo de acuerdo. ¿Dónde estaba el sencillo credo mosaico de razón y rigor que tanto sacrificio le había costado encontrar?

En su desorientación y angustia, Acosta pronto empezó a arengar grupos sorprendidos de judíos fuera de la sinagoga, alegando que sus rabinos y Parnasim les habían traicionado a ellos y a la verdadera ley mosaica. En menos de una semana el Comité de los Ancianos convoco al joven ante un Din, un tribunal solemne rabínico. Allí fue considerado hereje. Insistieron que obedeciera estrictamente sus leyes y normas o si no recibiría una sentencia de excomunión.
Pero Acosta había sacrificado demasiado sus principios para retractarse. Por lo tanto la corte le impuso el jerem, un edicto que le colocaba en adelante lejos de sus correligionarios. Nadie podía tener contacto alguno con él, ni siquiera dirigirle la palabra: “Hasta mis propios hermanos me evitaban cuando me encontraban en la calle “, por miedo a los rabinos. En el barrio sefardí, los niños tiraban piedras a sus ventanas.

Sin embargo, sin desanimarse Acosta vigorosamente arreció sus ataques contra el judaísmo rabínico, esta vez, con un ensayo mordaz escrito en portugués, EL TRATADO DE LA INMORTALIDAD. Esta vez amplió aún más sus criticas anteriores, insistiendo que, en la religión judía, era imposible encontrar una justificación de la inmortalidad del alma. La acusación era grave, por que pareció subvertir la esencia no sólo del judaísmo, pero también del cristianismo. En consecuencia el Comité de los Ancianos registró una queja en su contra antes del magisterio público. No solamente actuaban en contra de un blasfemo judío, pero hacían sobre todo un gesto de respetabilidad teológica y cívica antes del gobierno de los Países Bajos. El magistrado en turno le condenó a diez días de prisión y una multa de trescientos florines. Además las copias de sus escritos heréticos fueron confiscadas y quemadas.

Terminada su condena, Acosta se quedó en casa, aislado totalmente de su familia y de sus correligionarios. Aún así no quiso dejar de admitir que tenía la razón. Llegó a cuestionar la base del judaísmo mismo.”Empiezo a preguntarme si la ley de Moisés puede considerarse efectivamente le ley de Dios” .A la larga llegué a la conclusión que no era más que un invento humano, que contenía muchas cosas contrarias a la ley de la naturaleza. Ninguna religión, argumentó, era razonable si podía enfrentar hermanos contra hermanos. Tenía que rechazarla cueste lo que cueste”

Pero quince años, pasados en cuarentena, finalmente destruyeron su alma.¿Qué ventaja puedo sacar en gastar todos mis días en un estado melancólico, aislado de la sociedad de mi gente? escribió en su desesperación- sobre todo siendo un extranjero en este país cuyo idioma ignoro?

De hecho Acosta, viudo, se había enamorado de vuelta. La joven mujer le devolvía su afecto, pero sin provecho. No podían casarse. Ningún rabino iba a querer oficiar su matrimonio. Una y otra vez la muchacha le suplicó reconsiderar su posición. Y al final le convenció. Se hicieron arreglos para que su hermano informara a los rabinos y los Parnasim que él, Uriel Acosta, había regresado al judaísmo, y que estaba preparado para confesar sus errores y vivir como un verdadero judío. Después de interminables discusiones los Ancianos acordaron recibirlo otra vez en el seno de la comunidad, después de que firmara una confesión. El Shabat siguiente Acosta atendió la sinagoga. LLamado a la Tora, fue después abrazado con emoción por toda la congregación.

La reconciliación duro apenas un mes. Sin querer, Acosta cometió una infracción al código dietético judío y se le informó de inmediato. Traído otra vez frente a la corte rabínica le advirtieron que podía evitar el temido jerem únicamente si entraba a la sinagoga, vestido con un traje de luto negro , reconociendo la magnitud de su crimen, después sometiendose al azote público y la postración a los pies de la congregación. Acosta no estaba dispuesto a aceptar este castigo. Por lo tanto el Bet Din le reimpuso la excomulgación. Cuando Acosta dejo la corte toda la asamblea le escupió encima. Su novia rompió el compromiso.

Estaba solo otra vez y sin recurso legal. Sin poder intervenir vio como sus hermanos se repartían la mayor parte de la fortuna familiar, dejándole únicamente con una cantidad mínima. Otros siete años pasaron en la pobreza, la soledad y la enfermedad. Nadie quería atenderle. Acosta sintió flaquear su resistencia. Aparentemente no había otra solución que rendirse. En 1640 avisó que estaba dispuesto a la degradación pública. La gran sinagoga estaba repleta hasta los topes cuando Acosta se presentó en uno de los pasillos, vestido de negro, llevando una vela negra. Subiendo a la tribuna, se le entregó una lista de retractaciones, la que leyó en un tono monocordio, confesando sus pecados y errores. En seguido le desvistieron y ataron a un pilar. El alguacil de la congregación le infligió treinta nueve latigazos al infortunado penitente. Acosta no se quejó, pero su calvario no había terminado. Después de vestirse le ordenaron acostarse a la entrada de la sinagoga y toda la congregación pasó sobre su cuerpo, algunos pisoteándole. Acosta quedo rígido, sin quejarse. Únicamente, en este instante se le levantó el jerem.

Esta experiencia destruyó Acosta.

” ¡O raza sin vergüenza! ¡O padres detestados! Que cualquiera que sabe mi historia juzgue el espectáculo indecente que es ver a un hombre anciano, desnudo delante de toda la asamblea de hombres, mujeres y niños, azotado por sus propios hermanos ”

“La ley de Moisés únicamente trajo desacuerdos en la sociedad de los hombres. Los rabinos son los abogados de un fraude que les hace presa y esclavos de los hombres.”

Al terminar de redactar su testamento Acosta se preparó para actuar un drama privado. Agarrando un par de pistolas utilizados para duelos que pertenecían a su hermano, entró en la casa, apuntó la primera pistola hacía José, disparó y falló. Apuntó la segunda pistola a su propia cabeza, disparó y esta vez no falló. Tenía cincuenta y cinco años.

Las doctrinas religiosas de Uriel Acosta distaban mucho de ser coherentes. Sin embargo ,siglos más tarde fue considerado como un mártir en la batalla en contra de la intolerancia. Varios libros se escribieron y obras de teatro se produjeron, como ” El Saduceo de Ámsterdam”,”El Soñador del Ghetto” y un ” Uriel Acosta”, en 1921, siempre idealizando su figura.

Por lo visto, la atormentada figura de Uriel Acosta sigue resonando en la imaginación judía.