ESTHER CHARABATI
EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Si algo nos queda de los sueños de la revolución francesa —después de haber abandonado la esperanza en la igualdad— es el anhelo de libertad. Hoy la mayoría de los gobiernos presumen de ofrecer elecciones libres, libre expresión de las ideas, libre mercado… hasta tiempo libre. Y la publicidad, por su parte, no deja de insistirnos sobre la necesidad de ser libres. ¿Libres de qué si Marx y muchos otros han mostrado cómo nuestra vida depende en gran medida de las condiciones externas —medio socioeconómico, ideología dominante—, y Freud y sus seguidores nos llevan a considerarnos como víctimas de los traumas de la infancia?

¿En qué consiste hoy la libertad, dado que nos movemos entre lo que recibimos por herencia y lo que adquirimos inconscientemente en los primeros años de vida? Si cuando creo actuar libremente, no hago más que cumplir las expectativas que alguien tenía respecto a mí; si cuando me rebelo, estoy adhiriéndome a los patrones de mi generación; si cuando me enamoro actúo igual que todos los enamorados y en mi elección están presentes mis modelos materno y paterno, y en mi relación de pareja reproduzco lo aprendido… entonces, ¿a qué hora soy libre? ¿En qué momento de mi existencia puedo estar seguro de actuar en pleno ejercicio de mi libertad? ¿Será que llamo libertad al conformismo y a la rutina?

En una interesante disertación sobre el tema, Jean Parrain Vial, doctor en letras de la Universidad de Dijon, afirma que la libertad en el hombre se basa en la posibilidad de utilizar lo innato (órganos, impulsos, motivaciones, periodos sensibles) para establecer hábitos y aprendizajes (leer, manejar, etc): es como crearse una segunda naturaleza. En pocas palabras: utilizar lo que tengo (lo que soy) para hacer lo que quiero.

Las condiciones externas e internas, de acuerdo con el autor, son siempre medio y obstáculo. El cuerpo, por ejemplo, es fuente de error, pero sin él no podríamos conocer ni actuar. Pertenecer a una cultura es una gran ventaja, pero también supone límites y determinaciones, pues nos lleva a someternos a un sinfín de prácticas establecidas. ¿Por qué? ¿Por qué no podemos ser siempre originales? Por economía. Porque nuestras aptitudes físicas e intelectuales son limitadas, y tanto nuestra conservación como la búsqueda de conocimientos requieren tiempo y esfuerzo. Por ello, tenemos que crear mecanismos como la imitación para no tener que inventar cada gesto o saber.

Aceptando pues que como seres finitos tenemos límites, la pregunta es si nos volvemos cómplices de nuestros límites por flojera o si éstos son inevitables, dado que todos nuestros conocimientos son parciales. Para Parrain Vial, lo que salva y garantiza nuestra libertad es la “sabia ignorancia”, que nos permite estar conscientes de que cualquier conocimiento que poseamos es limitado y provisional. Al reconocer nuestros límites los convertimos en posibilidades; al negarlos nos atrapan y cancelan nuestra libertad.