ARNOLDO KRAUS/ ELUNIVERSAL

A propósito del Día Mundial contra el Cáncer, cuya celebración se llevó a cabo el 4 de febrero, ocupé este espacio para reflexionar sobre los nefandos vínculos entre enfermedad y pobreza. Cito las últimas líneas: “Los días dedicados a recordar o trabajar por una causa son necesarios. La condición humana los inventa conforme envejece, envilece, enferma y empobrece moralmente. El Día Mundial contra el Cáncer es uno de ellos. ¿A quién le sirve?”. A la pregunta agrego otras líneas. El disenso siembra más que el júbilo
Así como la ONU ha ido ocupando los días para corregir el rumbo del planeta, sus filiales han decantado afirmaciones “necesarias”. Muchas sólo traspasan el papel cuando son recordadas por políticos o funcionarios de la ONU y de muchas naciones. El resto del tiempo, las declaraciones y las estadísticas pernoctan en el sueño de los políticos.

La constitución de la Organización Mundial de la Salud afirma, “El goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política, condición económica o social”. La enfermedad de la pobreza y las patologías de los pobres, sobre todo los de los países “en vías de desarrollo”, desmienten ese dictum. En las enfermedades de la miseria los círculos son perversos: la pobreza agrava el cáncer y el cáncer incrementa la miseria. Ese binomio lo saben los políticos.

Para afrontar el cáncer, de acuerdo a la OMS, los elementos fundamentales son prevención, detección oportuna, diagnóstico y tratamiento, y paliación. En los países pobres, México entre ellos, se incumplen, parcial, o absolutamente, esos principios. En medicina, cuando se falla en el primer paso, se falla en el último.

El diagnóstico tardío drena la economía familiar y mata poco a poco al afectado. En lugar de invertir en diagnóstico temprano y tratamiento oportuno el dinero se utiliza para atender mal los últimos días del enfermo; las muertes del paciente y de la familia son un suplicio. Ni alcanza el dinero, ni se prescribe morfina “adecuadamente”, ya sea por mala práctica o porqué el 90% del narcótico se utiliza en naciones ricas. Esas circunstancias exponen dilemas imposibles. Al tratar al familiar terminal, se acaban los recursos económicos, la parentela se endeuda, se descuida a los hijos y se abandona el trabajo.

Aunque el problema del diagnóstico tardío es más frecuente en África y en Asia, en Latinoamérica es común. Diagnóstico tardío es sinónimo de muerte, de sufrimiento, de pobreza, de fallas en los servicios de prevención, y de falta de “cultura médica” en la población. Lo anterior no es sinónimo de irresponsabilidad política. Es algo más: estulticia, robo, falta de preparación y enjuto apego a la verdad como distintivo de la condición política. Un ejemplo para exponer las diferencias. En el Reino Unido (62 millones de habitantes) hay 18 centros dedicados a investigación y 34 centros especializados para atender gratuitamente a los enfermos. En India hay 20 centros para mil millones de habitantes y en Sierra Leona no hay ni un oncólogo.

En los países pobres el cáncer mata por dos mecanismos: a través de células malignas y por medio de declaraciones políticas. Unas palabras acerca de México. La semana pasada, Ángel Herrera, subdirector de Cirugía del Instituto Nacional de Cancerología advirtió, que “el problema real de esta enfermedad es que todavía 75% de los 125 mil casos nuevos de cáncer que hay en México anualmente se diagnostican en fases avanzadas, cuando ya no es curable”, y agregó, “…actualmente se atacan las consecuencias del cáncer, cuando las baterías se deben encaminar a prevenir”.

La visión del Instituto Nacional de Cancerología, centro de referencia nacional, contrasta con la de Salomón Chertorivski, Secretario de Salud, “En México, cada año se presentan más de 120 mil casos…”; “…en esta administración, entre el 2006 y el 2011, se han atendido 67 mil casos…”, y, “…hoy México se encuentra entre los líderes mundiales en materia de financiamiento de la salud…”. Las contradicciones son alarmantes, incluso, entre las cifras presentadas por la Secretaría de Salud.

Al igual que otros males, el cáncer expone las precariedades de las naciones pobres. El panorama es sombrío. En los próximos años habrá 17 millones de casos nuevos por año, 60% sucederán en países pobres, cuyos gastos en salud se destinan a tratar enfermedades infecciosas, consecuencias de desnutrición y complicaciones de enfermedades crónicas. Poco dinero queda para el cáncer. A esas lacras se agregan la enjuta prevención y la imposibilidad de costear tratamientos para quienes carecen de seguridad social.

Los “días mundiales”, como el Día Mundial contra el Cáncer servirán cuando los gobiernos cumplan sus obligaciones. De no ser así, sólo continuarán alimentando el lenguaje vacuo de los políticos.