VICTORIA DANA EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Como egresada de esta casa de estudios en l976, para mí representa todo un acontecimiento el que una conferencia de tal magnitud, se haya llevado a cabo en esta institución, mi alma mater. Durante la época de estudiante me enteré que existía en esta universidad una cuota mínima para la entrada de alumnos judíos. En mi generación fuimos solamente tres, lo que reafirma esta política. Sin haber experimentado jamás un antisemitismo declarado, recuerdo comentarios incómodos de algunos profesores. En una ocasión uno de ellos mencionó:

-Qué curioso, no tienes faltas de ortografía. Eres la primera judía que conozco que no comete errores ortográficos.

No supe qué responderle. Nunca sospeché que las faltas de ortografía eran un mal congénito o un asunto de raza.

Mi regreso a la Anáhuac: Recibo un boleto de estacionamiento y dejo en prenda mi credencial del Centro Deportivo Israelita. No me gusta dar la del IFE, es más engorroso reponerla, pero también pienso que la he mostrado como una forma de presentación simbólica. Después de perderme por una gran cantidad de edificios que ya no conozco, entro al recinto de la biblioteca donde la conferencia tiene varios minutos de haber comenzado. No hay sillas suficientes. Me siento en el suelo igual que un gran centenar de estudiantes y empiezo a tomar notas: El Profesor y Rabino Michael Berembaum explica la maquinaria nazi con cifras que aterran a mis compañeros oyentes. En el campo de concentración de Treblinka murieron 900 000 personas en 17 meses. Muchos fueron asesinados para evitar que dieran testimonio de lo sucedido. En Auschwitz los alemanes invirtieron millones de francos porque consideraban a este complejo la última parada. ¿Cuáles eran sus ganancias? Esclavos al por mayor, oro dental que se extraía de los cadáveres… pero no los usaron para fabricar jabón porque la producción no era viable económicamente; se extraía poca grasa de sus cuerpos.

Berembaum intentó explicar el nazismo desde el punto de vista cultural. No hay forma de comprender que un filósofo, de la talla de Heiddeger, haya utilizado su poder intelectual para eliminar a los judíos. Durante el Holocausto, nos explicó, el mundo sufrió una especie de erupción, de ruptura y la pregunta es, ¿cómo lo vamos a reparar? Se dirigió a los jóvenes que escuchaban atentos y que tal vez no entendían su responsabilidad: estos actos sucedieron hace ya tantos años en un lugar bastante lejano de México. ¿Tienen algo que ver conmigo?

Una joven sentada en su preciada silla, al notar mi incomodidad, me ofrece su lugar. Agradezco con una sonrisa, pero no acepto. Suspiro. Imagino el trabajo que me costará levantarme del suelo y además, aunque sea por unas horas, quisiera volver a parecerme a ellos.

Toma la palabra Katrin Himmler. Su tono de voz es pausado y dulce. Es la sobrina nieta de Heinrich Himmler, segundo al mando después de Hitler. La miramos curiosos, descubrimos que el asesinato, como mis supuestas faltas de ortografía, tampoco tiene que ver con un problema congénito. Ella está dispuesta a romper con la tradición de ocultar el pasado: se ha dado a la tarea de preguntar, enterarse, revisar la historia y aceptar sus antecedentes personales por dolorosos que sean. En un principio pensó que su tío abuelo había sido algo así como la “oveja negra”; descubrió que no. Toda la familia estaba involucrada con el partido nazi. Se sentían parte de la élite; vivían orgullosos de tener un lugar en esa maquinaria extraordinaria. ¿Y Himmler? Sólo quería hacer su trabajo lo mejor posible: matar no era una cuestión de odio. Debía hacerse con decencia y orden.

Al término de la guerra no hubo lugar para la piedad. Los alemanes, traicionados por su líder, se sintieron víctimas aún más que las propias víctimas. Reinó el silencio. Lo curioso es que entre los alemanes y también entre los sobrevivientes judíos el silencio fuera la respuesta. Tanto las víctimas como los verdugos, optaron por callar. La historia llegaba a dimensiones demoníacas, deseaban olvidar pero… ¿cómo olvidar? Algunos sobrevivientes comenzaron a dar testimonio. Sin embargo, en el pueblo alemán fueron los hijos quienes confrontaron a sus padres. La educación, comentó Katrin, se basaba en brutalidad y obediencia. Tuvieron que pasar varios años para que arribara la democracia a Alemania y con ella la revisión de la historia. Ahora, cada vez más hijos y nietos hablan del pasado de sus familias. Los jóvenes están más abiertos a aceptar y a entender. Y de nuevo la pregunta: ¿cómo entender?

Los estudiantes aplauden de pie a Bedrich Steiner, sobreviviente de la Shoá. Alaban su valentía, su presencia, celebran, a través de su persona, la vida que ganó terreno contra la muerte. A Steiner le cuesta trabajo hablar y a nosotros apresar sus palabras. Es muy penoso para él entrar en el mundo de sus recuerdos: “…el olor a carne humana se expandía por todo el campo de Birkenaw”. Hace un recuento de la presencia judía en Europa y de sus aportaciones éticas, como los diez mandamientos, y de cómo esa cultura milenaria fue arrasada. Termina con un sentimiento de esperanza. Si no creemos que la humanidad está mejorando, no tendría sentido seguir viviendo.

El último en pasar al estrado es Saly Hardaga. Es un hombre afable, su relato es divertido, cuenta la historia de su familia y cómo el padre ayudó a sus vecinos judíos. Relata su deseo de defenderlos cuando apenas tenía cinco años y en la esquina de su casa se encontraba el cuartel de la Gestapo. Su abuelo, quien organizó el refugio y la huida de varios judíos, fue capturado un día antes de la liberación y ejecutado por los nazis. Al paso de los años, Israel tuvo forma de corresponder a los Hardaga. Durante la guerra en Bosnia, acogió a su mamá y a su hermana. Así fue como los vecinos también recibieron ayuda de los vecinos.

A pesar de su sentido del humor, es muy escéptico a creer en la bondad humana. Piensa que no hemos construido nada mejor. Al dirigirse a los jóvenes, resume su posición en una frase muy simple: “Yo no. No sé los demás, pero yo no. Yo no robo, no mato, no humillo ni engaño a los otros. Si logramos hoy, que las 700 personas que me están escuchando digan yo no, tendríamos otros 700 justos entre las naciones.”

La ovación no se hizo esperar. Todos le aplaudimos de pie, no me costó trabajo levantarme. Estaba emocionada, contagiada por este hombre maravilloso y rodeada de jóvenes capaces de proyectarse al mañana con otra mirada. En cada aplauso repetían: Yo no.

Salí de la conferencia agradecida. Recorrí de nuevo los jardines de la universidad y me reconcilié con sus espacios. Recuerdo haber tenido vivencias entrañables en cada uno de ellos y lo más importante: nunca estuvo en riesgo mi preparación académica y mucho menos mi vida.