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El asunto tiene más alharaca que sustancia.Este 2 de marzo,concurren nada más y nada menos que 3.444 candidatos, pero hay poco en juego.

Las elecciones, ausentes los reformistas a los que se reprime sin pausa desde el apaño que permitió al presidente Ahmadineyad renovar en 2009, son una simple pugna entre facciones del campo conservador.

De un lado, los partidarios del alcalde de Teherán, agrupados en el «Frente Unido Conservador». Del otro, los seguidores de Ahmadineyad, reunidos en el «Frente de la Persistencia Islámica».

Los primeros parecen levemente más racionales que los segundos, pero nada esencial cambiará en Irán ganen unos u otros. No hay debate político de fondo y la campaña termina como comenzó: marcada por las presiones internacionales y la posibilidad de que Israel lance un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes.

Hay quien pone ya fecha al bombardeo: esta primavera. Da la impresión de que las probabilidades son altas, lo que me ha hecho acordarme de los 25.000 judíos que todavía viven en Irán.

Son los silenciosos descendientes de una comunidad cuya presencia en Persia se remonta a los tiempos bíblicos. No pueden ser oficiales en las Fuerzas Armadas, ni ejercer un cargo público. Ni siquiera les dejan dedicarse al comercio, pero el régimen les asigna un escaño, por lo que habrá un parlamentario hebreo entre los 290 diputados que se elijan este jueves.

Israel, país tan obsesionado con la demografía como en acoger a los suyos, ofrece 60.000 dólares a todo judío persa que opte por retornar a la Tierra Prometida. No sé si para compensar, Ahmadineyad y los ayatolás, tienen su pérfida alternativa: una ley que convierte en heredero universal de todos los bienes de la familia al judío iraní que acceda a convertirse en musulmán. En esto andamos.