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Durante la Segunda Guerra Mundial, Gino Bartali siguió sus entrenamientos por la Toscana y gracias a ese empeño consiguió la proeza de ganar otro Giro y otro Tour en la posguerra, diez años más tarde de haber ganado los anteriores. Casi nadie supo que esos entrenamientos ayudaron a salvar a 800 judíos de la persecución nazi y fascista.

Las patrullas fascistas italianas no se atrevían a molestar a Bartali, un ídolo nacional, de manera que él aprovechó sus entrenamientos para conectar las iglesias y los conventos en los que una red católica clandestina se afanaba en la salvación de judíos. Pedaleaba hasta las imprentas secretas de los monasterios, sacaba el sillín y el manillar, escondía los pasaportes falsificados en los tubos de la bicicleta y seguía con el entrenamiento por varias parroquias para entregar los documentos a los curas que los redistribuían entre los judíos que intentaban huir. Otras veces, las rutas de Bartali servían de guía para indicar a los fugitivos cuáles eran los caminos más fiables para escapar o para llegar hasta algún refugio seguro.

Bartali murió en el año 2000, a los 85, y su colaboración secreta solo se conoció tres años más tarde, cuando salieron a la luz unos documentos de Giorgio Nissim, el judío italiano que montó la red de salvamento. En noviembre de 2010 a Bartali le dedicaron un reconocimiento póstumo en el Jardín de los Justos, en Jerusalén. El ciclista murió sin contar nada. Se limitó a cumplir con su deber.