ARNOLDO KRAUS/EL UNIVERSAL

Lo que hay que decir es un poema de Günter Grass, premio Nobel de Literatura en 1999. El poema inédito –la prensa no informa cuando lo escribió- se publicó, en Alemania y en otros países el 4 de abril. Es probable que Grass haya escrito el texto(es más artículo que poema) recientemente, ya que el Nobel aclara, sentirse “envejecido” y escribir con su “última tinta”. La publicación de Lo que hay que decir, causó, como seguramente lo esperaba, y quería Grass, revuelo en Alemania e Israel.

El malestar proviene de dos fuentes. La obvia es el mensaje central del poema: “¿Por qué ahora solo lo digo,/ envejecido y con mi última tinta:/ Israel, potencia nuclear, pone en peligro/ una paz mundial ya de por si quebradiza?”. La no obvia proviene de las omisiones de Grass: la amenaza reiterada de Mahmud Ahmadineyad, a quien no menciona por su nombre, le llama fanfarrón, de desaparecer del mapa a Israel. El juego entre lo obvio y lo no obvio es meollo y quid de la polémica.

Grass tiene razón cuando sugiere “que los gobiernos de ambos países permitan/ el control permanente y sin trabas/ por una instancia internacional/ del potencial nuclear israelí/ y de las instalaciones nucleares iraníes”; tiene razón cuando muestra su preocupación por lo que sucedería en caso de que Israel decidiese bombardear las instalaciones nucleares iraníes. Grass no tiene razón al omitir otras circunstancias propias de Lo que hay que decir. Los poemas no son finitos: el punto final lo determina el autor.

Decir, por ejemplo, que Ahmadineyad ha organizado concursos de caricaturas cuyo leitmotiv es negar el Holocausto. Decir lo que sucede en el Irán de hoy, del fanfarrón de Grass -parco calificativo para un líder tan despreciado en su propio país-, donde, desde 2009, año de las polémicas elecciones presidenciales, permanecen en arresto domiciliario acusados de conspirar contra el régimen los líderes opositores, Mir Hossein Mussavi y Mehdi Karrubi. Y recordar, entre otros lamentables sucesos, el asesinato de Neda Agha Soltan durante las manifestaciones contra el fanfarrón en 2009, y el arresto domiciliario y carcelario de al menos ocho cineasta iraníes, opositores al régimen, como Jafar Panahi, ganador del León de oro en el Festival de cine de Venecia y el Oso de oro en el Festival de cine de Berlín. Panahi pasará al menos seis años bajo arresto domiciliario por haber manifestado su solidaridad con los impulsores de la revolución verde.

Hubiese sido adecuado y ético agregar algunos renglones condenando al fanfarrón en Lo que hay que decir para equilibrar la demanda, justa, por supuesto, contra Israel, por manifestar su intención de bombardear “preventivamente” las instalaciones iraníes. Leer entre líneas es un ejercicio sano e indispensable. Leer lo que hay que decir pero no se dijo, y ofrecer otras piezas para que el rompecabezas se complete es indispensable.

El mundo no puede tolerar más guerras. Su destino no puede subordinarse a las obsesiones de Benjamín Netanyahu o de Ahmadineyad. Suficientes inocentes han sido aniquilados, suficientes varapalos ha recibido la razón. Imposible pensar en un diálogo racional cuando la sordera prevalece. La insalubridad del Medio Oriente no sólo depende de las probables represalias israelíes. Sin un Estado palestino independiente, sin el derrocamiento de Bashar Al-Assad, sin que la tan alabada primavera árabe haga honor a las beldades de esa estación, sin que se detenga la brutal colonización de las tierras palestinas, no habrá paz en esa región.

En un lúcido artículo, Antes de que nos quedemos sordos (El País, 18 de marzo de 2012), David Grossman, pensador y escritor israelí, analiza, sin tapujos, libre de maniqueísmos, la cruda situación del conflicto verbal entre Israel e Irán. “Porque hay otra realidad presente, escribe Grossman, que también debemos tener en cuenta: ya existe un equilibrio de terror entre Israel e Irán. Los iraníes han anunciado que tienen cientos de misiles apuntados contra ciudades israelíes, y es de suponer que Israel no está de brazos cruzados. Este equilibrio de terror, dicen los expertos, abarca armas no convencionales”. Y pregunta: “¿Pretende Israel ser el único país de la región autorizado a tener armas nucleares para siempre?”.

Israel, por supuesto, no tiene derecho de bombardear Irán. Ahmadineyad no puede seguir vociferando. Sus amenazas, desaparecer a Israel, no son gratuitas. Las repite constantemente. Y Grass, faltaba más, tiene derecho de escribir Lo que hay que decir. Hay que decir también que Grass ocultó por más de sesenta años su militancia en las SS, no al principio del nazismo, sino en 1945, cuando ya nadie podía aducir, “es que no sabíamos”. No acuso al Premio Nobel, como el teme ser condenado, de antisemita, sólo escribo lo que debo escribir.