ENRIQUE RIVERA

Pesaj es una celebración familiar por excelencia.

Incluso me atrevería a decir, que las personas invitadas, sin ser de la familia, al final de la celebración terminan con cierto grado de parentesco y esto es por la esencia de la fiesta en sí: recordar sufrimientos, opresión, la llegada de un líder que ni siquiera quería serlo; el envío de éste, por parte del Todopoderoso hacia la confrontación contra quien era considerado y, tal vez peor, se creía y sentía todopoderoso; la magnificencia y el esplendor de un D-os que nos sacó hacia la libertad…

Y, todo ello, sucediendo en una mesa generosa, abundante, llena de manjares y bebida, pero siempre con la sobriedad que exige el momento; ya que si bien D-os nos sacó de Egipto, nuestra felicidad no puede ser completa, pues muchas vidas fueron truncadas en ese episodio.

Por ello, cuando se mencionan las plagas, se saca con el dedo algunas gotas de nuestra copa de vino, simbolizando que quitamos algo de nuestra alegría.

Posteriormente, cuando ya pasamos a la cena en sí, tomamos un momento para reflexionar, no podrá menos que estar de acuerdo, que nuestras benditas mujeres son una maravilla: nuestras esposas, madres, bobes (abuelas), dodas (tías), primas, amigas, en fin. Todas las cuales, como diría un rabino, son asistentes de D-os para hacer de este mundo un mundo mejor, realmente se esmeran en dicha tarea.

Ni qué decir, de la fiesta de las Matzot o de la Libertad, cuando recae en ellas, las tareas de más peso. Y su pago, tal vez para hombres como el que teclea esta nota, es muy exiguo; pero para ellas una verdadera recompensa: ver los rostros radiantes de todos los que nos sentamos alrededor de sus mesas para llevar a cabo el Seder y en especial los de aquellos que vienen de lejos o de cerca, pero que no tenían donde pasar Pesaj.

¡Que H”Shem las llene de bendiciones!