ESTHER CHARABATI

Corrupción vs. eficiencia

Al lado de mi casa hay un letrero puesto por el municipio que declara: “La corrupción es también una forma de ineficiencia. Ayúdanos a combatirla”.

Esta exhortación deja muy claras las prioridades de la época: no se llama a oponerse a la corrupción porque daña a la sociedad, porque implica deshonestidad y engaño, porque deteriora las relaciones entre los individuos, sino porque es ineficiente, es decir, se opone a la modernidad y al desarrollo y retrasa nuestro ingreso al primer mundo.

Estos son los nuevos criterios que rigen las acciones de las personas. La pregunta ¿por qué? es reemplazada por su colega ¿para qué? o, aun peor, ¿a mí de qué me sirve? ¿De qué sirve ayudar a un compañero si de lo que se trata en la lucha por la excelencia es de competir contra él, de ganar el primer lugar? Quedan pocos lugares en la cima y quien se distrae no llega nunca. Esta actitud deriva en gran medida de las presiones sociales, que aumentan en épocas de desempleo e incertidumbre, cuando ya no se trata de alcanzar “la excelencia”, sino de destacar para que el recorte de personal afecte a los vecinos de oficina, no a nosotros.

El criterio de “racionalidad instrumental” empieza a utilizarse, de acuerdo con Charles Taylor, en el siglo XVII, al entrar en crisis las jerarquías y la idea del honor. La moral deja de ser absoluta y por lo tanto válida para todos los individuos quienes, privados de valores firmes, se orientan hacia la autorrealización. El entorno, el prójimo, dejan de ser responsabilidad del individuo, son algo externo. En cambio, cada uno tiene una deuda consigo mismo: ser mejor o ser el mejor. Ser eficiente, ser competitivo, superarse.
El problema es que una visión del mundo instrumental, pragmática, no puede formular argumentos morales; ni siquiera hay una preocupación por determinar cuál comportamiento es más valioso que otro. A nivel individual esa falta de valores dificulta la vida cotidiana, porque carezco de referencias para mis actos: no sé si acusar al que roba, pues creo que lo hace por necesidad y sé que hay muchos robos institucionalizados; me pregunto si debo delatar a un conocido cuya corrupción me escandaliza sabiendo que su conducta es moneda corriente en nuestra sociedad. Ante la duda, renuncio a los cuestionamientos y actúo en base a los resultados prácticos que mis actos puedan tener. Olvido el aspecto ético y sigo adelante.

A la pérdida de las certezas y de los valores, afirma Taylor, sigue la pérdida del yo, pues de pronto el individuo se ve sumergido en un mundo donde todo parece ser lo mismo, donde nada vale la pena; se siente vacío, sin obligaciones ni parámetros morales y busca darle un sentido a su vida tratando de ser fiel a sí mismo, de definirse: quiere ser auténtico.