MAY SAMRA PARA ENLACE JUDÍO

Alguna vez, un hombre fue a buscar una bendición del rabino, pues tenía grandes problemas. El rabino reconoció que su propia bendición sería insuficiente y le dijo: “Ve a cualquier sinagoga y, cuando los hombres se arremangan para colocarse los tefilín busca al que tenga un número tatuado en el brazo. Él es quien te otorgará la mejor bendición”. El hombre se indignó, creyendo que el rabino le estaba negando su petición: “¿Cualquier hombre en cualquier sinagoga? ¿Tengo simplemente que buscar el brazo tatuado?” El rabino explicó: “ Si habiendo pasado por el infierno de la Shoá, el hombre tiene aún fe en D-os, ¡no hay nadie quien iguale su fuerza espiritual!

Llegué a tiempo al CDI para escuchar esta parábola y ver cómo el Rabino Anidjar le colocaba a Bedrich, el “niño” de 81 años, las filacterias, besándolo en la frente. “Usted es muy afortunado”, dijo el rabino “¡pues celebra su Bar Mitzvá en compañía de su esposa!”.

Éste es el primer Bar Mitzvá del Minián matutino del Centro Deportivo Israelita y los miembros del mismo habían dispuesto dulces y pasteles tradicionales en una mesa en la entrada del cuarto que sirve de sinagoga. Vi a Bedrich cargar el Sefer Torá, entre cánticos de alegría, con la misma emoción del niño que abraza, por primera vez, el libro sagrado. Lo vi leer los versículos correspondientes, repetir las instrucciones de su maestro, y dejarse arropar por el cariño y la emoción de los presentes.

Las miradas que se ven en nuestros videos son pruebas suficientes de lo anterior.

No lloré cuando el rabino dijo el Kadish por los padres y hermanos de Bedrich, desaparecidos en la Shoá. Me intenté contener cuando vi que el maestro del Bar Mitzvá era cuarenta años menor que su alumno. Tampoco solté el llanto cuando Bedrich relató el día de Su Bar Mitzvá en las letrinas de Aushwitz: esta ocasión fue la última en la que vio a su padre, quien no pasó la “selección” de este día. Pero no pude retenerme cuando el Rabino Anidjar le regaló el libro de su autoría con tema del Tefilín, pidiéndole, a cambio, una bendición para el Pueblo de Israel. “¿Quién soy yo” decía Bedrich “para otorgar una bendición? Ni siquiera sé cómo se hace”. Entonces, mientras rodaban las lágrimas a lo largo de mi cara, le supliqué a quien sobreviviera el genocidio más terrible de la historia que nos bendijera, lo cual hizo, con una infinita paciencia y la sonrisa tierna: en esta bendita mañana de mayo, había vuelto a ser el niño de trece años que la Comunidad recibe como hombre.