DIARIO DE IBIZA.ES

Tiene algún valor terapéutico una práctica religiosa habitual? Está claro que el horizonte de la muerte nos obliga a seleccionar bien los elementos que son vitales para nuestra vida y nos lleva a organizar nuestra escala de valores diferenciando bien entre fines y medios, entre lo que es importante para la vida y lo que solo es secundario. La perspectiva de la muerte nos ayuda a ser libres, a no apegarnos excesivamente a las cosas que ejercen dominio posesivo sobre las personas y pueden ahogar nuestras ansias de felicidad y libertad. No obstante, todo el mundo está seguro de que morirá, pero nadie puede estar completamente seguro de que con la muerte terminará absolutamente su realidad.
Pero aquí, tenemos que subrayar el factor de la «religiosidad», tal vez la fuerza más poderosa y compleja de la mente humana.

Existen cientos de estudios realizados con una metodología rigurosa que han puesto de manifiesto una influencia positiva de la «religiosidad» en la salud. Las creencias religiosas han pasado a considerarse como un tema de interés de estudio en cuanto al mantenimiento y recuperación de la salud. Existe una amplia lista de trabajos, que incluyen variados aspectos, desde la evolución positiva de síntomas y conductas hasta las intervenciones de salud, entre los que se encuentran: la relevancia que tiene la religión para la psicoterapia, el fomento del estado de ánimo más positivo, la satisfacción vital, la menor probabilidad de implicarse en la conducta de fumar y la recuperación ante el alcoholismo y la drogadicción. Algunas investigaciones sugieren una relación significativa entre religiosidad y salud física o mental, especialmente cuando se trata de enfermedades graves o crónicas, siendo éstas las que implican mayor estrés al paciente. De modo específico, los estudios han hallado un menor nivel de complicaciones y una menor estancia hospitalaria, junto a una más rápida recuperación en intervenciones de cirugía cardíaca. A su vez, se han constatado menores índices de supervivencia en pacientes con cáncer con menor soporte y fuerza de creencias religiosas. Igualmente, se ha comprobado que las creencias religiosas implican un mejor control de la ansiedad y un alivio de la depresión relacionada con eventos estresantes traumáticos como la pérdida de un ser querido.

Su efecto protector se traduce en bienestar psíquico y satisfacción vital. Las personas que tienen prácticas religiosas habituales pueden aumentar su expectativa media de vida en unos siete años. Ciertamente, un estudio espectacular sobre más de 90.000 personas demostró que las personas más religiosas tenían una menor incidencia de cirrosis, enfisema, suicidio y cardiopatía isquémica. Otro estudio realizado en Israel ha demostrado que los habitantes desvinculados de las vivencias religiosas consumían dietas con una mayor presencia de ácidos grasos saturados, expresando mayores niveles de triglicéridos y colesterol-LDL en plasma, en contraste con lo hallado en sus conciudadanos más religiosos. También en mormones y adventistas se ha encontrado una menor incidencia de mortalidad respecto de cánceres asociados al consumo de tabaco y alcohol. Sin duda, estos grupos religiosos propician el consumo moderado individual y, por otra parte, hay que subrayar también la eficacia de la práctica religiosa en la prevención y/o recuperación de todo tipo de adicciones. En fin, la práctica religiosa fomenta y potencia la práctica de estilos de vida saludables, pudiendo promover el acceso a una calidad de vida excelente. En el ámbito de la salud mental, las prácticas religiosas tienen además un efecto amortiguador del estrés que sufre una persona. Así, pues, los sentimientos de bienestar, optimismo, esperanza, satisfacción vital y autoestima se relacionan con la práctica religiosa habitual. En numerosos estudios se ha constatado el impacto positivo de las creencias y prácticas religiosas para neutralizar el estrés, la depresión y el suicidio.

Especialmente en el adulto mayor, las creencias religiosas empiezan a jugar un papel relevante. La muerte adquiere un sentido personal más amenazador al considerarse más próxima su cercanía y, además, se vivencia la presencia progresiva de limitaciones biopsicosociales que van siendo cada día más ostensibles. Tal vez por eso la religiosidad en los ancianos les conduce a una mejor aceptación del envejecimiento, con todo lo que implica a veces de enfermedad y sufrimiento. Y en esas circunstancias las creencias religiosas impulsan la esperanza y el sentido de trascendencia entre la vida y la muerte.

La satisfacción vital en pacientes con diversos tipos de patologías también se relaciona con el comportamiento religioso y, sobre todo, con la religiosidad interior. Sin duda, la creencia religiosa proporciona un significado y sentido a la vida (¡que no es poco!). Además, promueve eficazmente conductas saludables y potencia el apoyo psicosocial que actúa como elemento protector de numerosas enfermedades. El apoyo psicológico, afectivo y emocional que deviene de las creencias religiosas puede sobrevenir en dos niveles, el tangible a través del contacto con los restantes creyentes y el social y espiritual, dado por la fe en la existencia de «alguien» que puede protegerlo. Cuando se está en algún tipo de crisis existencial, como la relacionada con la situación socioeconómica actual, el espíritu religioso contribuye a introyectar fuerza y valor, que le hacen ser más optimista y esperar lo mejor, con la consecuente repercusión positiva sobre el sistema nervioso central y sobre el sistema inmune.

Y, además, llevar una vida activa y comprometida, similar a la que realizan muchas personas con fuertes creencias religiosas, como el voluntariado, les ayuda también a mantener un eficaz funcionamiento cognitivo. Son muchas las hipótesis que se manejan para interpretar estos datos. Tal vez la fe facilitaría la posibilidad de conectar con otras personas o grupos afines disfrutando entonces del apoyo social y emocional que, sin duda, amortigua el estrés y atenúa los efectos fisiológicos perniciosos asociados al envejecimiento patológico (deterioro neurodegenerativo, ansiedad, depresión, accidentes cardiovasculares, etcétera). Probablemente la fe estimula la felicidad y ya sabemos que este sentimiento se relaciona con un efecto protector del sistema inmune y con una disminución del riesgo de enfermedad.

Quizá la fe establece una estructura mental muy resistente y una habilidad eficaz para afrontar los conflictos, el estrés y los traumas de la vida. Y quizá proporcione optimismo y esperanza frente al futuro, permitiendo que las situaciones generadoras de dolor y malestar puedan tolerarse mejor. Las creencias religiosas cobran, por lo tanto, un significado importante dentro de la evaluación clínica. El Real Colegio de Médicos y Cirujanos de Canadá, por ejemplo, al igual que otras sociedades médicas y psicoterapéuticas, considera importante contemplar la dimensión espiritual en la vida de los pacientes, siendo proclives en muchos casos a remitirlos a ministros religiosos. Sin duda, una praxis clínica que toma en consideración la espiritualidad del paciente es más eficaz, más ética y más humana, especialmente en las personas de edad avanzada o que se encuentran en la antesala del final de su vida.