JUTZPÁ

Hace no tanto terminé la secundaria, seis años para ser exacto. Hay muchas cosas que esa experiencia educativa me dejó grabadas por completo en la memoria y el corazón y hay otras que cada tanto pasan como anécdotas más o menos divertidas pero definitivamente intrascendentes para lo que soy hoy.

La secundaria ocupa gran parte del tiempo que queremos estar ocupando en ser rebeldes, del tiempo que queremos estar “combatiendo al sistema” y no en una clase de matemática o lengua.

Me acuerdo de ese tiempo de cuestionamientos al establishment y búsquedas de cambiar al mundo, que algunos por suerte no hemos dejado todavía. Hay un evento en particular, bastante irrelevante por cierto, que al proponerme escribir este artículo se me vino a la cabeza: en todos los actos que organizaba el Departamento de Ciencias Sociales junto con muchos de los alumnos, imbuidos de este espíritu del que venimos hablando, sonaba una canción que dice que “si la historia la escriben los que ganan, eso significa que hay otra historia.”

Esa frase siempre me hizo pensar bastante. ¿Acaso es verdad que puede existir otra historia? ¿Podría ser que los judíos nunca hayan salido de Egipto o que realmente Israel sea un estado genocida?
Comprendo que en un conflicto hay de donde agarrarse para defender cualquier postura, pero me cuesta pensar que determinadas cosas en las que baso mis ideales (y por qué no, mi vida) podrían así de fácil ser falsas o por lo menos cuestionables respecto de su neutralidad.

Pero capaz la realidad sea distinta, capaz no todo es tan relativo y no todos los relatos cambian dependiendo del lente con el que se vea. Creo sinceramente que algo inexplicable (si quieren llamarlo destino, providencia divina o casualidad) puso al pueblo judío constantemente en un rol protagónico en la historia y que en parte se debió a los mismos judíos.

Por mucho tiempo los judíos fuimos conocidos como “El Pueblo del Libro”. Esto no es raro teniendo en cuenta el esfuerzo que le pusimos en la historia al hecho de documentar lo que sucedía. Tan en serio se toma la documentación en el judaísmo que el mismo Moshe Rabeinu fue capaz de pedirle a D’s que lo borrara del libro que estaba escribiendo. Tan en serio que se le dedica siete capítulos del libro de Shmot (en español, Éxodo, el segundo libro de la Torá) a la construcción del Tabernáculo, sobre el cual se detalla cada una de las especificaciones necesarias para la construcción.

Es increíble cómo hoy en día seguimos estudiando textos de hace miles de años, interesados como si fuera un gran bestseller.

El Talmud es un ejemplo perfecto de esta documentación judía: no sólo se anima a traer opiniones de distintos rabanim para distintos temas (y hasta incluir algunos que cumplen la única función de disentir con la mayoría) sino que también incluye leyes apócrifas que, en el momento de la compilación de la Mishná, se dieron por descartadas. La misma halajá tiene comentaristas que disienten en algunos casos con lo escrito por Yosef Caro.

No tengo duda de que el judaísmo perduró y se reinventó constantemente por haber mantenido todos estos escritos, por haber mantenido tanto la tesis como la antítesis y la hipótesis. Somos parte de un pueblo que sobrevivió porque supo escribir su historia, por bregar porque ésta sea accesible a todos y por permitirse releerla y resignificarla constantemente.

La realidad es que vivimos en una era de híper comunicación donde todos tenemos acceso a muchos tipos distintos de información para creer lo que queramos; sin embargo el judaísmo nos enseñó que hay un paso más aparte de escribir que es necesario en el proceso. Tal como lo encontramos en la mitzvá de Pesaj, el relatar se hace imprescindible. El judaísmo nos enseñó en todos sus años de vida que con documentar no alcanza. A pesar de que muchos pueblos documentaban, ninguno se obligó a si mismo a enseñar una y otra vez a cada una de las generaciones siguientes las historias del pueblo.

Hoy en día se levantan muchos críticos diciendo que los datos que tenemos de la Shoá son falsos y que tal masacre nunca existió. Siempre que me puse a hablar de esta situación me di cuenta de que lo peor no es que haya gente que comulgue con la opinión de que no existió tal evento en la historia, sino que cada vez nos quedan menos sobrevivientes para relatarlo.

Estamos en un momento en la historia que nos obliga a seguir escribiendo, a repasar lo escrito y a compartir esos conocimientos.

En el Talmud está escrito que aquel que va a Israel no puede salir de ahí, pese a que su situación afuera sea mejor que la que vive (o puede vivir) en Israel. Hoy, tanto los judíos religiosos como laicos, levantan esta idea, haciéndola parte de su identidad y de su día a día donde sea que vivan. Sin embargo, la situación de Israel con respecto a hasbará es una de las peores en la historia. ¿Por qué?

Mi humilde opinión es que olvidamos por completo que la tradición de nuestro pueblo nos enseña que la llave del éxito esta en crecer en contenido y nunca dejar de transmitirlo.

Llegó la hora de volver a investigar, a buscar, a informarse y, a su vez, volver a aparecer. Hablar con nuestros amigos, familiares, janijim, compañeros de trabajo, etc.

Hay que seguir escribiendo la historia y así darnos cuenta de que nos queda mucho todavía por contar para poder tener cada vez más por escribir.