ESTHER CHARABATI

Me pregunto qué pasa con la amistad, cuándo dejó de ser tema de reflexión. Los estantes y mesas de librerías ostentan numerosos títulos sobre el amor, las relaciones entre padres e hijos y la superación personal, pero la amistad prácticamente ha desaparecido. ¿Cuándo dejó de ser el don más preciado de los dioses, la coronación de la vida?

Revisando la historia, nos percatamos de que la amistad es un hecho social que ha variado a través de las culturas y que responde a códigos determinados. Hoy la palabra amistad evoca sentimientos y formas de relacionarse, pero en la Antigüedad era considerada como una virtud no sólo personal, sino también política.

A fines de la Edad Media, Boccaccio afirma que “Los lazos de la amistad son más estrechos que los de la sangre y la familia”, concepción que cambiará drásticamente en el siglo XIX, cuando la preocupación por la familia desplaza la búsqueda de la amistad y ésta desaparece como problema moral y filosófico. Al mismo tiempo, deja de ser un privilegio de la madurez para convertirse en una relación característica de la adolescencia, cuando las pulsiones y los sentimientos son muy fuertes y, de acuerdo con Mélanie Klein, la amistad puede estar teñida de sentimientos homosexuales inconscientes.

A pesar de todo, el vínculo entre amigos sigue evocando las mismas virtudes que en el pasado: solidaridad, lealtad, confianza, entrega y fidelidad. En México, de acuerdo con Joaquín Antonio Peñalosa, los distintos términos que existen para designar a los amigos dan cuenta de lo profunda que puede ser esta relación: el amigo más cercano es como un hermano: “mano” o “manito”, “broder” o “carnal”; incluso “cuate” (del náhuatl coatl o gemelo), “cuatacho” o “cuaderno”. En cambio, los términos “compa”, “compita” o “ñero”, se refieren más bien al compañero, palabra que en esta era post marxista está reservada a la pareja y a los boy scouts.

Otro aspecto de la amistad es señalado con el término “contlapache” (del náhuatl contlapachea, encubrir) que designa al compañero de juergas, mientras que “nahual” se refiere al amigo como sombra: aquel que siempre está con nosotros.

O sea que la amistad sobrevive —y quizá se intensifica— en esta época de soledad y de vínculos efímeros. Por lo mismo me extraña que la amistad entre mujeres, un fenómeno bastante novedoso, pase desapercibido en la literatura. Durante siglos, la amistad fue cosa de hombres por ser los únicos que se movían en el espacio público y registraban sus sentimientos y experiencias. En el siglo XVIII se abrió un paréntesis no sexista, que sería cerrado en el XIX por el romanticismo que idealizó a la mujer convirtiéndola en algo inalcanzable, lejano.

La amistad es un sentimiento de seres libres, que no tienen que someter sus sentimientos al lugar que ocupan en la sociedad. Mientras la función de las mujeres fue ocuparse exclusivamente de sus esposos e hijos y tuvieron como consigna pensar y sentir lo mismo que ellos pensaban y sentían, las amigas eran un fenómeno muy raro.

Incluso se tomaba como un hecho que cuando dos amigas eran atraídas por un hombre, ambas sacrificaban la amistad, contrariamente a lo que sucedía con los hombres. Hoy las mujeres, especialmente las que viven solas, han creado verdaderas fraternidades con vínculos duraderos. Van juntas al cine o a un bar, discuten de arte, ciencia o computación, salen de viaje, organizan fiestas para sus amigas. Por primera vez en la historia saben que cuentan con una persona leal, solidaria y siempre dispuesta a escucharlas. Una persona que siente y piensa como ellas. Queda por indagar la amistad entre hombres y mujeres.