JOSÉ KAMINER TAUBER PARA ENLACE JUDÍO

Toledo ciudad árabe, judía y cristiana
Capital del reino, casa de soberanos ilustres
Erigida sobre una colina y un rio de paisaje
Sobre calles empedradas que suben y bajan
Con barrios dispersos separados de su centro
Lleno de iglesias y casas con viejos relatos
Fuiste testigo de una historia triste de amor

Quiero imaginar un cielo diáfano que se extiende al horizonte sobre una tierra bañada por el río Tajo con tintes cristianos y judíos en el tiempo de la Edad Medía, mezclando la realidad con la leyenda. Una historia de amor del siglo XII, de un rey cristiano y una bella judía.

De Raquel se decía que era una mujer de una gran belleza y perfección, que en todo Toledo no había alguna mejor que ella. Cuando era niña su fama de Fermosa (hermosa en lengua romance) se extendió por toda la ciudad.

Al contemplar su cara sobresalían sus bellos ojos verdes debajo de sus cabellos, peinados en dos largas trenzas.

Cuando la juventud le llegó, su armonioso cuerpo emergió de un botón de flor, llevando una mirada dulce que llenaba con su presencia y gracia, con su encanto de radiante feminidad.

Alfonso VIII fue un rey que luchó contra los musulmanes, unas veces con gran fortuna y otras, con menos. Se casó con Leonor Plantagenet, hija de Enrique de Inglaterra y Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León; celebrados los desposorios se establecieron en Toledo, capital del reino de Castilla.

Soberano de arrojo y valentía, probados en varias batallas con su liderazgo y a la vez caballero lleno de pleitesía, que convirtió el Reino de Castilla en el centro más importante de poder político de la zona occidental de la Península y que provocó la decadencia definitiva del poder musulmán que sus sucesores aprovecharon hasta lograr la reconquista.

Su primer encuentro fue un bello día, en un jardín. Raquel quedó halagada por las galanterías de aquel noble soberano que irrumpió en su vergel y quedó prendida con el anhelo de verle nuevamente. El rey, a su vez, fascinado de la luz que radiara su ser.

No pasaron muchos días para que el monarca volviera a encontrarse con ella. Pronto las visitas a la bella judía fueron muy repetibles, que nació en ambos un apasionado amor.

Alfonso, enamorado, hizo caso omiso de cualquier rasgo de sensatez, mandó a transferir todos los bienes de Raquel dentro del propio palacio y la trasladó a morar con él.

El rey se abandonó totalmente al amor prohibido. Se olvidó de su reino, de sus batallas contra los moros y de Leonor, su mujer legítima.

Esta situación se alargó siete años, provocando una realidad insostenible para el reino. El pueblo comenzó a murmurar, expresando que la hebrea había hechizado a su soberano.

Alfonso recibió un mensaje de que la reina Leonor deseaba hablar con él. Al abandonar sus aposentos, el hecho fue utilizado por dos esbirros para matar a la judía que estaba sólo con un sirviente, también judío.

Otra versión de esta leyenda dice que Raquel murió a manos del populacho, al que previamente se le había convencido de las “perversidades” del pueblo hebreo.

Leyenda o verdad, esta historia es digna de las dos que coexisten hasta nuestro tiempo.