LEO ZUCKERMANN/EXCELSIOR

Rijoso o amoroso, radical o centrista, siempre polémico, López Obrador volvió a sacar en 2012 los mismos votos que en 2006. Hace seis años obtuvo 14.8 millones. Este año, con 97% del PREP, suma 15.4 millones. Interesante la similitud de las cifras. Eso es lo que vale López Obrador: 15 millones de votos.

Los obtuvo en 2006 después de una campaña muy intensa que comenzó desde el primer día como jefe de Gobierno del DF en 2000. Luego, cuando perdió la elección presidencial de 2006 por un margen estrecho de 0.56%, se radicalizó. Gracias a esto, consolidó su base de izquierda, pero perdió a muchos de sus seguidores centristas. Vino un largo peregrinar por todos los municipios para formar su propio movimiento político: Morena. Una vez que capturó de nuevo la candidatura presidencial de los partidos de izquierda, realizó una especie de Camino a Damasco: dejó a un lado su discurso provocador para predicar la República Amorosa. Este nuevo corrimiento hacia el centro del espectro político le sirvió para recuperar a los votantes más moderados que lo habían abandonado. Y después de esta larguísima historia de seis años, ¿qué logró? Los mismos 15 millones de votos. Es un piso que, me parece, también es techo. Con esos casi gana en 2006. En 2012, sin embargo, se quedó muy rezagado, a tres millones de Peña.

La izquierda nacional, que hoy todavía domina López Obrador, tendrá que tomar una decisión a futuro: si vuelve a nominar al tabasqueño en 2018 como su candidato presidencial o si finalmente refresca la baraja. Lo primero le aseguraría 15 millones de votos que no están mal, pero con pocas posibilidades de llevarse la Presidencia. Lo segundo —poner a un nuevo candidato— resultaría más arriesgado pero, como es el caso en el mundo de las finanzas, el rendimiento podría ser mayor o menor en función de un riesgo más elevado. Finalmente podría hacerse realidad el objetivo de ganar la Presidencia, con otro candidato que sí pueda obtener más de 15 millones de votos, pero también se expondrían a tener menos sufragios de los que se aseguran con AMLO en la boleta.

Le corresponderá a la izquierda decidirlo. Quince millones de votos no son nada despreciables, por lo que López Obrador, como Cuauhtémoc Cárdenas, bien podría volver a participar en una elección presidencial por tercera vez en 2018.

Ahora bien, el otro tema es qué harán AMLO y la izquierda con la fuerza electoral que obtuvieron el domingo. En 2006, gracias a la radicalización, acabaron por fortalecer a un PRI que había quedado en tercer lugar. Y es que el gobierno panista de Calderón no tuvo otra opción más, que negociar con los priistas, quienes le vendieron caro su amor. Tan caro que lograron alzarse con la victoria seis años después.

Ayer López Obrador ya desconoció los resultados de la elección de 2012. Alegó que estuvo plagada de irregularidades. Que no sólo fue inequitativa —por una presunta compra de votos y apoyo de los medios a Peña—, sino por fraudes “a la antigüita” en las casillas y electrónico en el PREP. No mostró ni una prueba, aunque dijo que las presentaría a las autoridades competentes. Está en su derecho.

Sin embargo, él piensa que es el ganador de la elección si se anulan los votos que él considera fraudulentos. Espera que el IFE y el Tribunal Electoral corrijan las irregularidades para aceptar el resultado, siempre y cuando gane. Por el momento ha evitado hablar de movilizaciones pero dejó abierta esta posibilidad en la medida en que las instituciones no actúen como él quiere. Es la misma estrategia de 2006, la de semilealtad con las instituciones: utilizarlas cuando le convienen y rechazarlas cuando no. Por eso AMLO es el personaje más predecible de la política mexicana. Aunque haya firmado mil 500 pactos asegurando que respetaría el resultado de la elección, ya sabíamos que no lo haría: porque, por definición, un líder semileal a las instituciones nunca pierde, siempre le roban.

Quince millones de mexicanos lo apoyan. Es una fuerza electoral considerable. Fuerza que le permitirá mantenerse vivo otro sexenio. Fuerza que a lo mejor vuelve a desperdiciar para sacar adelante una agenda de izquierda al dejarle el camino al PAN, que ahora quedó en tercer lugar, como la única fuerza con la que el próximo Presidente podrá negociar.