LEO ZUCKERMANN/ EXCELSIOR

“¿Es muy caro ganar una elección?”, le preguntan a Nucky Thompson, el jefe político de Atlantic City en 1920 en la serie televisiva Boardwalk Empire. “Sale más caro perderla”, contesta con sonrisa socarrona el eficaz operador electoral.

¿Sale caro ganar una elección en México? Yo no tengo duda: carísimo. Hay toneladas de dinero que circulan en una campaña. Para empezar están los dineros públicos a los que tienen derecho los partidos. Son muchos millones de pesos. Para esta elección federal, el IFE les otorgó más de cinco mil millones en prerrogativas. Pero, a diferencia de los comicios pasados en que los partidos tenían que pagar por sus spots de radio y televisión, en esta ocasión los obtuvieron gratis: ocuparon los tiempos del Estado. Antes gastaban aproximadamente entre 50 y 70% de sus prerrogativas en medios electrónicos; ahora no gastan ni un quinto. Pero sus prerrogativas tampoco bajaron ni un quinto.

¿En qué se utilizó todo ese dinero? En más propaganda y actos de campaña. Pero también en comprar “regalitos” para los votantes. Desde los que están permitidos por ley, como camisetas y gorras, hasta despensas, materiales para la construcción y, ahora, en esta era electrónica, en dinero que reparten con monederos electrónicos.

¿Con eso compran el voto de los mexicanos? Esa es la intención de todos los partidos. De acuerdo a un reporte de Alianza Cívica, en la pasada elección del domingo: “28.4% de los ciudadanos encuestados estuvieron expuestos al menos a una práctica de compra y coacción de voto”. Todos los partidos lo intentaron, pero el PRI fue el que más con 71% de los casos, el PAN con 17% , el PRD con 9% y el Panal con tres por ciento.

Ahora bien, el tema es si, aunque reparten todo tipo de artículos y dinero, la gente entra a la casilla y vota por ellos. Recuerdo lo que un día me dijo uno de los llamados “operadores electorales”. Se quejaba de los votantes mexicanos por astutos: “Toman lo que les das y luego se meten a la casilla y votan como se les pega la gana”. Según él, el problema es que mucha gente ya se acostumbró a los “regalitos” en épocas electorales. El partido o candidato que no lo hace, corre el riesgo de que lo castiguen en las urnas. En otras palabras, no hay seguridad de que el elector vote como se quiere cuando recibe cosas, pero sí castiga cuando no les dan nada. De ahí que todos los partidos se hayan acostumbrado a repartir cosas. No sorprende, entonces, que el costo de las campañas haya subido de manera exorbitante estos años.

Hace algunos lustros, cuando el PAN no tenía el mismo dinero que el PRI para distribuir “regalitos”, acuñó una frase que resume bien el fenómeno: “Toma todo lo que dan, pero vota por el PAN”. Efectivamente: en la medida en que el voto es secreto, una persona puede recibir un monedero electrónico del PRI, una despensa del PRD y unas láminas del PAN y luego se mete a votar por quien más le guste. ¿Compraron su voto? ¿Quién de los tres?

En todo caso, la compra de voto es dificilísimo de probar. Se necesitan pruebas contundentes para demostrar la causa (el reparto de “regalitos”) con el efecto (el voto a favor de alguien). ¿Cómo saber, cuando se hace un recuento de votos, cuáles fueron comprados y cuáles no? Imposible conocerlo.

Pero de que los partidos intentan comprar el voto, yo no tengo duda. Y de que eso les cuesta carísimo, también. Porque a los dineros públicos que reciben los partidos hay que agregar los cientos, quizá miles, de millones de pesos de contribuciones privadas legales e ilegales, además de las sumas que ponen los gobiernos estatales y municipales que gozan de un manejo muy opaco de los recursos públicos.

El tema de la compra del voto es común en todas las democracias. Combatirlo no es fácil. Hay, sin embargo, algunas recetas. En Tailandia, por ejemplo, instituyeron un sistema donde se les otorga una buena cantidad de dinero a ciudadanos que denuncian el intento de compra de voto. Si las autoridades lo comprueban, le ponen multas monetarias altísimas a los culpables que comparten con los que dieron el pitazo. En Kuwait se trató de combatir la compra de votos involucrando a asociaciones civiles.

El tema merece una buena reflexión. Es, me parece, el siguiente paso a resolver en una reforma electoral. Habrá que revisar lo que han hecho otros países en esta materia y replicar las mejores prácticas. Pero también implicará el compromiso de todos los partidos de erradicar esta práctica perniciosa para la democracia. Los políticos, de todos los colores, deben renunciar a la idea de que sale cara una elección, pero sale más cara perderla.

Twitter: @leozuckermann