GINA ZABLUDOVSKY KUPER PARA ENLACE JUDÍO

Recién regreso de un viaje a Europa y apenas puedo digerir la preocupante realidad que hoy vive España. Como ya hay muchos analistas que se han dedicado a abordar la situación financiera explicando las causas a nivel macro, yo tocaré el tema centrándome básicamente en mis experiencias personales y sintetizando las voces de los “hombres y mujeres de la calle” que se han visto afectados.

Como resulta evidente, la enorme crisis de este país se hace palpable en el resto del continente. En mi estancia de unos días en Inglaterra, fui constantemente atendida por meseros(a) y otros servidores(as) españoles(as), muchos de ellos con títulos universitarios de licenciatura y posgrado que, ante la ausencia de oportunidades en su lugar de origen, se han visto forzados a emigrar y aceptar cualquier tipo de trabajo para poder sobrevivir. ¿Cuántos recursos habrán gastado sus familias o el gobierno español para pagar la educación universitarias de quienes ahora están de camareros o cargadores de maletas de turistas? ¿Cuánta frustración acumulada debe haber en estos adultos jóvenes con expectativas truncadas?

Paradójicamente, la consternación que sentía por España se amortiguó temporalmente a mi llegada a este país el día de la final de la Copa Europa. Desde temprano, todas las esperanzas estaban puestas en el juego de la noche, las banderas y los colores nacionales adornaban todas las plazas. Vi el partido en la casa de un amigo y, con cada gol, se escuchaban cláxones, trompetas y gritos de júbilo en los departamentos y casas contiguos. De regreso, fue imposible llegar a mi hotel en automóvil, la celebración ocupaba las calles del centro de la ciudad, y finalmente me baje cerca de la plaza de las Cibeles para caminar de allí a mi destino y vivir la euforia colectiva de ese día en Madrid. Danza, cantos, porras, exaltación y borracheras al ritmo de la música. Todas las voces a coro: “¡Qué viva España!”. Era la fiesta, y, como bien lo dijo Joan Manuel Serrat en una canción sobre el tema, “hoy el rico y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha”

El júbilo duró poco; las conversaciones con la gente muestran su profunda desesperanza. No había que ir demasiado lejos: el amigo que me invitó era un importante gerente de una gran constructora. Ahora, como muchos, se encuentra sin trabajo, después de más de quince años, la empresa lo cesó. Lo mismo ocurrió con sus otros familiares. Su hermana, que vive en Oviedo, cuenta con dos hijos que también se dedicaban a la industria inmobiliaria y han tenido que emigrar, aceptando cualquier tipo de trabajo. La mujer habla de esto con un tono de dolor y nerviosismo.

La enorme consternación es una constante en los distintos relatos. Algunos alzan la voz y despotrican, otros lloran y otros más –como si estuvieran en un duelo reciente- ni siquiera quieren tocar el tema para no desmoronarse.

Desde luego, también se encuentran aquellos (as) que, aunque críticos y preocupados, están en una situación que les permite mantener un tono más ecuánime. El taxista que me condujo hacia el aeropuerto se ve a sí mismo como un hombre pragmático. Me explica que él tiene la ventaja de vivir en San Sebastián donde la crisis no ha pegado tan duro (el paro o desempleo es de 12% mientras que en términos nacionales es de más de 20%) y por lo tanto lo único que tuvo que hacer es extender su horarios de trabajo de nueve a doce horas diarias. Con esto más o menos allí la va llevando.

Una pareja de Madrid, dedicada a la industria gráfica, me dice que no pretende generar ninguna ganancia, sólo aspiran a sobrevivir y no verse obligados a cerrar su fuente de trabajo. De las persona con las que hablé, el menos perjudicado fue el de una empresaria de una industria de alimentación con sede en Valencia. Su compañía se ha mantenido estable gracias a tres circunstancias:

1) el sector de actividad al que se dedica es de primordial necesidad y tiene una demanda constante.
2) el no haber contraído deudas;
3) la no dependencia del mercado interno en virtud de la expansión de sus intercambios comerciales a otros países europeos y asiáticos

Independientemente del grado en lo que les esté afectando la crisis, en las distintas historias personales aflora una profunda indignación ante la situación actual. Muchos se muestran molestos consigo mismos por considerar que se han dejado engañar y se autocalifican como demasiado dóciles ante sus dirigentes (independientemente del signo político) El descontento se incrementó exponencialmente durante los últimos días de mi estancia, cuando el gobierno de Rajoy dio a conocer el paquete de medidas anunciadas como inevitables, que entraran en marcha en septiembre y que perjudicarán, más aún en términos inmediatos la calidad de vida de millones de españoles.

El festejo colectivo (en un sentido mucho más amplio que la que únicamente se refiere al futbol) había quedado atrás. El sentimiento que parece prevalecer entre la población es que, mientras unos se fueron de fiesta, ahora son las mayorías las que tienen que pagar las cuentas. Creo que la desesperanza e indignación de cada uno de los españoles(as) todavía no ha encontrado la forma para expresarse como tal en las acciones colectivas. Las manifestaciones y protestas públicas de los últimos días (como la de los mineros o la de los artistas) están lejos de mostrar en toda su dimensión, el estado de ánimo y la irritación que la gente verbaliza en sus conversaciones.

Los españoles(as) están afectados, enojados, adoloridos e impacientes y creo que, a la fecha, sólo hemos visto un mínima ración de lo que serán sus protestas y aún sabemos poco de las formas que buscarán para expresar su profundo y ardiente malestar.