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Dígase lo que se diga sobre el régimen baasista de Damasco, Siria representaba para todo el mundo, y en primer lugar para sus habitantes, para los árabes, para Israel y para Turquía, la estabilidad en un Oriente Medio turbulento. Su horrenda guerra civil en la que se asesina por ser de una confesión religiosa u otra, suní o alauí, y no sólo por pertenecer al régimen o a la insurrección -con el alarmante incremento de sus huestes radicales islámicas, a expensas de los primeros manifestantes pacíficos de la oposición reformista y democrática-, va extendiéndose.

En los laberintos de la batalla de Alepo, que será larga, van surgiendo otros conflictos laterales. En contra de lo que aseguran las cadenas de televisión como Al Yazira o Al Arabiya, instrumento de regímenes reaccionarios y dictatoriales del Golfo, el ejército regular sigue manteniendo su superioridad en el terreno respecto al Ejército Libre Sirio. Es imposible que con una fuerza de 5.000 guerrilleros controlen la ciudad de unos tres millones de habitantes, no precisamente partidarios de su rebelión, y mucho menos la provincia de 20.000 kilómetros cuadrados, el doble de la extensión de la provincia de Barcelona. Su avance ha sido debido sobre todo porque llegaron de la cercana región fronteriza turca.

La táctica militar del régimen en Alepo, donde ha desplegado 20.000 soldados, como aconteció antes en Damasco -donde, según sus comunicados, han reducido los focos insurrectos-, es aislar los sectores rebeldes, cercarlos, esperando que su situación interior se vaya pudriendo, como antes en Homs. Pero, y esta es la culpable actuación del régimen, bien descrito por el sociólogo francés Michel Seurat en su El estado de barbarie, los bombardeos de sus aviones, helicópteros y de su artillería alcanzan también a la población civil, atrapada entre los beligerantes. En Alepo los hombres del Ejército Libre Sirio intentaron ocupar las estaciones de la radio y la televisión estatal y avanzar hacia la vieja ciudad a los pies de la ciudadela.

La vecina zona kurda es uno de estos frentes latentes susceptibles de provocar conflictos colaterales. En un enfrentamiento de soldados turcos y nacionalistas kurdos, ya en la frontera de Iraq, murieron ayer dos decenas de guerrilleros. Después de que el Gobierno sirio cerrase los ojos a infiltraciones de combatientes kurdos del PKK, kurdos iraquíes, en el noroeste de su país, el ministro turco de Asuntos Exteriores visitó a Masud Barzani en la zona autónoma kurda iraquí, para tratar de neutralizar su acción. Turquía siempre ha considerado la cuestión kurda como una amenaza estratégica. Es una cuestión explosiva que el régimen de El Asad puede fomentar, habida cuenta que la etnia kurda está compuesta de suníes, chiíes y alauíes, para provocar desgarros en la nación turca.

La cuestión kurda puede complicar aún más este estado de cosas al que se enfrenta el Gobierno islamista moderado de Erdogan, que no ha conseguido unificar la oposición siria. Es una de tantas cuestiones que han surgido de la sórdida caja de Pandora escondida en las movedizas arenas sirias.

Con la intensificación del conflicto básico entre suníes y alauíes, comunidad minoritaria vinculada al chiismo, los refugiados palestinos, suníes, se han encontrado también atrapados -como ocurrió antes en Líbano- en esta guerra. El reciente enfrentamiento de soldados y refugiados palestinos del campo de Yarmuk,incrustado en la capital, ha revelado este otro problema. Durante décadas Siria ha defendido la causa palestina como una causa nacional que utilizaba a conveniencia. Hubo un tiempo en que el régimen contaba con su propia organización palestina infeudada, Al Saika. La batalla de Alepo va desgarrando todos los componentes de la sociedad siria.