DR. GERARDO STUCZYNSKI*

Aunque algunos no lo vean o no lo quieran ver, la mayor amenaza contra la paz y la seguridad del mundo, es sin duda, la ambición nuclear de Irán.

La asociación de armas atómicas con una ideología fanática extremista es una fórmula con todos los ingredientes para resultar catastrófica.

Más allá de su objetivo declarado de borrar a Israel del mapa, Irán busca convertirse en una potencia nuclear en primer término para dominar el Golfo Pérsico y el Medio Oriente, evocando al antiguo Imperio Persa. La mayoría del mundo musulmán es sunita e Irán pretende imponer el chiismo.

Las consecuencias de estas ambiciones son nefastas. En primer lugar promueve una carrera armamentista. Países como Arabia Saudita, Turquía y Egipto no quieren quedar atrás en cuanto al desarrollo armamentístico. Aún más amenazadas y temerosas se sienten las monarquías islamistas del Golfo Pérsico.

Sabido es que Irán, incluso sin armas nucleares, es el sponsor del terrorismo global. Extiende sus tentáculos a través de todo el mundo, brindando apoyo financiero y logístico a los más sanguinarios grupos terroristas, desde los territorios palestinos a Argentina, pasando por Líbano, Pakistán, India e Irak.

Si contara con poderío nuclear, su influencia sobre estos grupos se fortalecería aún más.

El peor escenario posible, es la pesadilla apocalíptica que podría sobrevenir sobre el mundo entero, si alguna de estas organizaciones, sin ningún tipo de escrúpulos, pudiera acceder a armas nucleares.

El Gobierno de Teherán intenta engañar al mundo manifestando que su programa nuclear tiene fines pacíficos y civiles. Sin embargo, el último informe publicado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica evidencia claramente que se trata de un programa nuclear militar.

En el mundo occidental, Estados Unidos y Europa han entendido el peligro que esto significa. Por eso han decidido imponer fuertes sanciones económicas para así afectar las fuentes de financiamiento de este programa. Posteriormente Japón, Australia, Corea del Sur y Suiza se sumaron a las medidas.

El 70% de los ingresos de Irán provienen de la exportación de gas y petróleo. Por tanto, las sanciones impuestas se dirigen a los sectores de la energía, así como también a su Banco Central y al acceso al sistema financiero internacional.

Irán intenta contrarrestar estas medidas. Accede al sistema financiero a través de otros países y de empresas de otras nacionalidades, utilizando por ejemplo, un banco venezolano para sus transacciones. Además ha reducido los subsidios en los precios de los combustibles a la población para compensar los menores ingresos.

Israel ha sido partidario de aumentar aún más el aislamiento de Irán, proponiendo, sin éxito, suspender los vuelos civiles hacia el interior y el exterior de Irán.

De todas maneras, las sanciones han tenido un fuerte impacto en la economía iraní, que tiene una moneda débil y una alta tasa de inflación y desempleo.

Sin embargo, si bien la economía iraní ha sufrido el impacto, estas repercusiones no han sido suficientes para persuadir a sus autoridades de suspender ni por un instante su programa nuclear.

Por el contrario, el líder supremo de la revolución islámica, el ayatolá Ali Jamenei, expresó que las sanciones impuestas sólo lograron reforzar su férrea voluntad de continuar el proyecto.

Israel sostiene que para poder esperar algún efecto concreto, se requiere junto con las sanciones económicas, una amenaza militar fuerte y creíble. Pero mientras la diplomacia tiene sus propios tiempos, las centrifugadoras en Irán giran cada vez más rápido.

El gobierno de Jerusalén considera que si no se logra detener el programa nuclear será necesario apelar a acciones concretas. Más allá de si se trata de una amenaza existencial o “meramente” estratégica, Israel entiende que el peligro es de tal envergadura, que los costos de un ataque preventivo (tanto en vidas humanas como en dinero) serían menores a enfrentarse posteriormente con un Irán nuclear.

Si bien, formalmente, Estados Unidos respeta la independencia del Estado Judío y reconoce su legítimo derecho a defenderse, prefiere recorrer el camino de profundizar las sanciones económicas. Obama no quiere complicaciones, al menos antes de las elecciones presidenciales de noviembre.

Muchos países occidentales apoyarían la opción militar si la diplomacia y las sanciones no resultaran efectivas. Pero Teherán cuenta con importantes aliados como China, Rusia, Irak y Siria (aunque el gobierno de Bashar Al Assad se encuentra de momento muy ocupado, luchando encarnizadamente por mantenerse en el poder masacrando a sus civiles).

Cuando Israel destruyó las centrales nucleares en Irak en 1981 y en Siria en 2007, lo hizo sin avisos previos ni amenazas. Pero según expertos militares, un efectivo ataque a Irán, a diferencia de los casos anteriores, no requeriría de la destrucción total de sus instalaciones, muchas de las cuales se encuentran dispersas y protegidas bajo tierra.

Israel preferiría que el mundo actué coordinada y conjuntamente para detener el peligro iraní. Pero ante la falta de resultados y el rápido avance iraní, está evidentemente evaluando las consecuencias que un ataque israelí provocaría en todos los campos. Tampoco olvida que durante la Guerra de Irak en 1991, aún sin intervenir ni ser parte de la coalición multinacional, fueron lanzados sobre su población civil decenas de misiles Scud.

Incluso Netanyahu ha declarado públicamente que un ataque de Estados Unidos a Irán no reduciría al mínimo las posibilidades de una ofensiva iraní con misiles contra Israel.

Es muy significativo que en los últimos días el embajador de Israel en Estados Unidos, Michael Oren, publicara un artículo en el periódico The Wall Street Journal sosteniendo que Israel “históricamente ha ejercitado su derecho de defenderse a sí mismo solo después de agotar todos los modos diplomáticos razonables” y ya no puede esperar mucho más antes de intentar demorar el programa nuclear iraní con un ataque militar.

* Secretario General de la Confederación Sionista Latinoamericana. Miembro del Ejecutivo Sionista Mundial