EL MUNDO

Las muertes continúan sucediendo en Siria ante la indiferencia estival. Otras cien personas habrían perecido en el día de ayer principalmente bajo el fuego de la aviación del gobierno que masacra a los rebeldes en Alepo. El régimen sufre deserciones, la ultima la del primer ministro Ryad Hijab, una figura decorativa en el aparato sirio pero cuya huida, así como la de varios generales, tiene un efecto propagandístico. Refuerza hacia el exterior la causa de los rebeldes y hace pensar que dentro del país se extiende la idea de que Assad caerá y hay bastante gente lavando su imagen y tomando ya posiciones para el futuro.

En Francia, donde sigue primando el afán de protagonismo en el Mediterráneo y en Medio Oriente, la oposición culpa al gobierno de Hollande de pasividad y Sarkozy, que jugó un papel clave en la caída de Gadaffi en Libia, sale de su mutismo para pedir que se intervenga ya en Siria. Olvida el veto ruso y que Assad aun cuenta con un apoyo importante del ejercito.La intervención sería hoy por hoy muy costosa.

Simultáneamente las arenas se agitan en el Sinaí poniendo a prueba la autoridad del flamante presidente egipcio Mohamed Morsi. Un comando islamista atacó el martes en el momento en que se rompía el ayuno del Ramadán un cuartel egipcio matando a 16 soldados e irrumpiendo inmediatamente en Israel donde pretendían hacer algo parecido con efectivos judíos. Cuando se tiene una amplia cosecha de suicidas estas operaciones mortíferas son viables.

Advertida por su servicio de inteligencia de que se preparaba algo, la aviación israelí pudo en poco tiempo achicharrar a los invasores. El mortífero atentado no parece haber causado mayores tensiones entre Israel y Egipto. La accesión al poder de Morsi en las elecciones egipcias de hace ocho semanas no ha alterado una cooperación vital para los dos países a pesar de la procedencia ideologica del dirigente egipcio. En sus escaramuzas con la cúpula militar de su país Morsi no quiere tener un nuevo problema creando tensiones con Tel Aviv que podrían, entre otras cosa,llevar a Estados Unidos a recortar la ayuda de 1,200 millones de dólares anuales que entrega a Egipto y que sirven en buena medida para modernizar las fuerzas armadas de esa nación árabe.

Sin embargo, el quebradero de cabeza le ha venido del interior. Morsi, vislumbrando tardíamente que desde la caída de Mubarak el Sinaí se ha convertido en una zona insegura donde pululan jihadistas fundamentalistas que tienen contactos con extremistas palestinos del otro lado de la frontera prometió que los asaltantes al puesto militar serían castigados, ordenó una limpieza con helicópteros en un par de aldeas sospechosas y decretó tres días de luto nacional.

No ha bastado. De un lado, los Hermanos musulmanes, formación de la que procede, le mina el terreno apresurandose a propalar qúe el atentado ha sido montado de forma encubierta por el Mossad israelí. Es una buena muestra de la teoría de la conspiración, escasamente creíble para la clase política informada pero que es buen pasto para cierta gente llana y no facilita la labor del gobierno del Presidente. Por otra parte, los familiares de las víctimas se indignan de su lado de la pasividad del Presidente hacia los elementos extremistas. Morsi, después de que uno de sus ministros fuera abucheado sobre el terreno, ha preferido no acudir a los funerales por no correr la misma suerte.

Como concluye en New York Times, periódico que ha sido hasta ahora comprensivo con el nuevo régimen egipcio, el volátil Sinaí es una prioridad para las autoridades egipcias y aun no lo han acabado de entender.