SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÌO

Un día en la vida del escribidor

Hermoso amanecer. El parque de la colonia despide aires frescos que se cuelan por las ventanas. El coro de pajarillos acompaña la aparición de un nuevo día.

El tipo se apresura para salir de su casa, lleno de energía, a conseguir su objetivo diario, habiendo planeado sus actividades la noche previa.

El compacto – por aquello del gasto de combustible – arranca con dificultad. El tanque está a la mitad. ‘Bueno, con eso alcanza para hoy’ – piensa.

Llega a la avenida principal. El río de autos no permite voltear. Parecería que los conductores se encuentran en permanente estado de enojo o, cuando menos, de competición

Un pequeño parpadeo de uno de ellos, al detenerse en uno de esos sellos de incivilidad que llamamos “topes”, da oportunidad a incorporarse a la vía.

La prolongación de la misma es la confluencia de otras dos. La mezcla de autos, “combis”, camiones de carga y estruendosas motocicletas produce una danza informe de pequeños actos de violencia.

Unas calles más adelante el tránsito está detenido. ¿La razón? Un paradero de jaulas humeantes llamadas autobuses de pasajeros y, en medio de la calle, una serie de hoyancos que se llaman baches pero que en realidad son pequeños barrancos. Paulatinamente, después de “aventarse las láminas” unos a otros, soportando miradas asesinas y uno que otro insulto, pasa la congestión. A la vista, el “segundo piso” del periférico en obra. Cientos de vehículos montados en la inutilidad, habiendo pagado ya su cuota y otros tantos a nivel piso. Una obra faraónica que nuestro personaje mira con desprecio, considerándola la más absurda, ineficaz e incongruente medida para aliviar la circulación en la ciudad.

La primera parada es Polanco. ‘¿Dónde rayos me estaciono? Ahí hay un hueco. Chin…tiene unas cubetas’. El “encargado” lo mira, impasivo. Se le muestra un billete. El tipo quita las cubetas y se hace el espacio.

Nuestro personaje atiende el asunto que lo llevó a Polanco. Otra propina después, se sumerge en el tránsito de Masaryk. Cita en Campos Elíseos. Se cumple. Próxima parada: Santa Fe. Precioso Paseo de la Reforma, obstruido completamente por cientos de vehículos en su tránsito “dirigido” por policías de agudos silbatos y rostros de disgusto.

Otra vez el Periférico y sus obras. Media hora para atravesar a un lado de la Fuente de Petróleos. Por fin un tramo decente, pero el tipo no contaba con la astucia de alguien que ha dedicado más de tres años en otra obra rara: el puente de la antigua Conafrut. Cientos de vehículos convergiendo desde Constituyentes y Reforma hacia las salidas a Toluca. Un solo carril y un paradero de autobuses foráneos y taxis a un lado. Otra media hora desperdiciada. Va con retraso y llega a su cita con la disculpa.

Con la presión arterial al tope, da tres horas de clases procurando cumplir con su trabajo con todo profesionalismo.

Tiene otra cita en Interlomas. Como puede, entra a Bosques y de ahí conecta por la Sefa . Desde el acceso, los atorones están “a lo que dan”. Increíble que en una zona tan pequeña coexistan tantas personas, edificios y vehículos. “Av. Magnocentro cerrada. Utilice vías alternas” . ‘¿Cuáles?’- se pregunta el tipo.

La temperatura – y el hueco en el estómago – aumentan. Como puede, llega a su cita, con la consabida disculpa, por supuesto.

Al término de la misma, se dirige a la Herradura. ¡Carambas, casi una hora para transitar tres kilómetros! Múltiples frenazos, agresiones e improperios después, luego de un absurdo rodeo mal trazado, llega a la avenida. Son ya las seis de la tarde. En sentido opuesto, otros cientos de vehículos no permiten torcer a la izquierda. Debe utilizar su “valor mexicano” para lograrlo.

Por fin llega a su oasis. “¿Cómo te fue”?- le preguntan cariñosamente. No sabe qué contestar ni por donde empezar.

Haciendo un gran esfuerzo, trata de relajarse. La vorágine en la que se vio envuelto desemboca en una silenciosa ira, en una protesta por su incapacidad de enfrentarse a ese absurdo fenómeno que se llama ciudad de México.

“¿Cómo he podido soportar la vida aquí? Es de locos. ¿Cómo rayos toman esas decisiones? ¿De qué se trata? ¿No hubo ingenieros urbanistas que les dijeran cómo se realizan obras que en vez de ser de relumbrón beneficien a la población? ¿Consultaron alguna vez a la población para llevar a cabo esos trabajos que a todas luces no serán solución y cuyo costo es insultante para una economía suspendida con alfileres? ¿Trataron de impulsar el uso de los automóviles en lugar de desincentivarlo? ¿Tienen idea de los efectos contaminantes que provocan? ¿Saben de la cantidad de horas/hombre perdidas durante tanto tiempo? Estas obras de relumbrón se ven pero…¿no hubiera de ser más útil atender los pésimos servicios que el gobierno debe proporcionar a cambio de nuestros impuestos? ¿Habrán visto las pésimas condiciones en las que se encuentra la ciudad? Sucia, llena de baches, con un drenaje inservible en su mayor parte, sin abasto de agua potable, con uno de los transportes públicos más deficientes del mundo, con índices de criminalidad e inseguridad en aumento rampante, concediendo permisos de construcción saturantes y licencias de antros que convierten en lupanares colonias enteras, etc., y lo que es peor, afectando la indispensable y sana convivencia social.

Esos son los mismos que no pensaron o no quisieron darse cuenta que las líneas del Metro evitan que hoy en día más de cuatro millones de personas no se encuentran transportándose por la superficie de la ciudad. Tanta estulticia e irresponsabilidad no debe continuar en nuestro ámbito.

Ahora al meollo del asunto: estoicismo o indiferencia.

De entre todos los más de 14 millones de habitantes del D.F., unidos a la población flotante, el escribidor no ha escuchado ni leído una sola palabra de juicio o crítica, mucho menos manifestaciones en contra de las arbitrarias decisiones que nos han llevado a esta angustiosa situación.

¿Será, como dice mi amigo del mercado, que “los ricos porque tienen y los pobres porque no les queda otra”?

Todo se nos va en escuchar – y medianamente opinar – de los conflictos políticos entre las castas gobernantes. Y nuestras vidas, ¿no cuentan?