*JULIÁN SCHVINDLERMAN

El prospecto de un cuarto de siglo continuo de Putinismo ha fastidiado a los rusos. Miles de ellos protestaron en las calles de Moscú cuando Vladimir Putin anunció su candidatura a las últimas elecciones presidenciales, las mismas que, una vez acontecidas, la Secretaria de Estado de los Estados Unidos Hillary Clinton tildó de “ni libres ni justas”. Desde el año 2000 Putin alterna su rol de primer ministro y presidente y, leyes especiales mediante, podría perpetuarse en el poder hasta el 2024.

Una reacción popular curiosa surgió en septiembre del 2011 bajo el extravagante nombre de Pussy Riot (“revuelta de la vagina”). Se trata de un grupo de rock-punk feminista que lleva a cabo performances de lo que libremente podemos denominar guerrilla musical urbana. Visten ropas alegres y usan pasamontañas de colores. Por decisión, no realizan sus espectáculos en salas de concierto sino en lugares públicos: la Plaza Roja, el techo de un centro de detención de disidentes políticos, la catedral Cristo Redentor de Moscú. Por este último show, en el cual tomaron por sorpresa a los feligreses al invadir el púlpito de la iglesia para cantar su canción Holy Shit (“mierda sagrada”), un alegato anticlerical adverso a Putin, tres de sus integrantes fueron arrestadas, enjuiciadas, halladas culpables y condenadas a dos años de prisión el viernes pasado.

Referentes de la comunidad rockera internacional se manifestaron en defensa de las tres jóvenes, de entre veintidós y veintinueves años de edad, encarceladas desde hace meses: Madonna, Björk, Sting, Paul McCartney, Red Hot Chilli Peppers. Amnesty International y Human Rights Watch criticaron el fallo. Los opositores Gari Kasparov y Serguei Udalzov fueron detenidos por la policía al protestar frente al tribunal y hubo pedidos por su liberación desde otras capitales.

En Moscú, estatuas de próceres rusos fueron cubiertas con pasamontañas coloridos en señal de adhesión a las rebeldes. Pero posiblemente se requerirá de algún otro tipo de presión para motivar flexibilidad en el Kremlin. Como ha señalado el Wall Street Journal, un gobierno que teme a un grupo que lleva por nombre Pussy Riot exhibe un nivel de intolerancia y paranoia anormal. En típico estilo estalinista, el folio del juicio acumuló tres mil páginas. Todo por una expresión cultural disidente de menos de dos minutos de duración. Ciertamente ellas mostraron una actitud religiosamente ofensiva al usurpar un lugar de rezos para imponer un mini concierto de rock-punk con una lírica política. Pero una condena de años de prisión es a todas luces excesiva, especialmente dado que ellas se disculparon ante la feligresía ortodoxa durante el juicio. Por mucho más, León Ferrari y Damien Hirst caminan libremente en Buenos Aires y en Londres.

Pussy Riot reúne una mezcla de inocencia política y conciencia intelectual que resulta encantadora; y elogiable. Entrevistada por la prensa, una miembro del movimiento citó las fuentes ideológicas inspiradoras: “De Bouvoir y El segundo sexo, Dvorkin, Pankhurst y sus valientes acciones sufragistas, Firestone y sus locas teorías reproductivas, Millett, el pensamiento nómada de Braidotti, la parodia académica de Judith Butler”. Ubican sus influencias musicales en el punk clásico de los años ochenta (“tenían una energía social y musical increíbles”) y en grupos de los noventa con mensajes políticos exagerados.

Ante la pregunta acerca del nombre del movimiento, otra explica: “El órgano sexual femenino, que se supone que debe ser algo meramente receptor, de repente empieza una rebelión radical contra el orden cultural. Los sexistas tienen determinadas ideas de cómo debería comportarse la mujer, y Putin, por supuesto, también tiene un par de ideas acerca de cómo deberían vivir los rusos. Luchar contra todo eso. Eso es Pussy Riot”. Otra de ellas acota que cuando la policía rusa les pregunta “¿qué demonios significan esas palabras inglesas de vuestra pancarta”, responde: “Desplegamos una pancarta durante algunas de nuestras actuaciones ilegales y casi ninguno de estos idiotas habla ningún idioma extranjero. Normalmente les contestamos algo así como ´Ah bueno, verá usted señor policía secreta, no es nada especial, esas palabras sólo significan gatitas rebeldes´. En Rusia, nunca debes decir la verdad a un policía ni a cualquier agente del régimen Putinista”.

Comparan a la Rusia de Putin con la Libia de Gaddafi y la Norcorea de la dinastía Kim y la tipifican así: “Como una dictadura del Tercer Mundo con todo su mierdoso glamour: una economía horrible basada en recursos naturales, niveles de corrupción escandalosos, falta de independencia parlamentaria y un sistema político disfuncional”. Entusiasmada, una de ellas asegura: “Mejor que se vaya antes que lo atrapemos. ¡Putin no querría verse cara a cara con las Pussy Riot!”.

Tiene razón: por eso el Kremlin las encierra.

*Analista político internacional