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Un martirio de 500 azotes, a razón de 50 por semana. El espinazo de la egipcia Naglaa Wafa ha sufrido ya 300 de los latigazos impuestos por un tribunal saudí en castigo por un litigio con una princesa local. Pero no puede más. Tras el breve receso del mes sagrado de Ramadán, la diseñadora regresa a la rutina de los golpes y organizaciones de derechos humanos egipcias han levantado la voz.

“Wafa continúa enfrentándose a una flagrante violación del derecho a la protección de su cuerpo y a un juicio justo”, explica el presidente de la Organización Egipcia de Derechos Humanos, Hafez Abu Seada. Su grupo ha elevado la denuncia a varios organismos de la ONU y a la diplomacia egipcia, que guarda silencio desde el arresto de Wafa en 2009.

Por aquel entonces, Wafa –madre dos hijos adolescentes- tenía un floreciente negocio en Riad como organizadora de bodas y otros eventos. Se había instalado en la conservadora monarquía saudí, donde las mujeres mantienen una infancia eterna, unos años antes y se movía sin problemas en los ambientes frecuentados por la élite local. Llegó incluso a fundar su propia empresa.

Sus problemas comenzaron cuando una princesa de la extensa realeza saudí adquirió la mitad de la firma y le entregó un cheque de dos millones de riyales (unos 424.000 euros) para abrir un restaurante. La aventura gastronómica provocó continuos roces y degeneró hasta llegar a los tribunales. El 30 de septiembre de 2009 Wafa fue arrestada y sus propiedades confiscadas. Sin asistencia legal, permaneció en prisión preventiva, hasta que en junio de 2011 la justicia saudí la condenó a 5 años de cárcel y a 500 azotes.

Cincuenta latigazos semanales

Desde mayo de 2012, la egipcia recibe 50 latigazos semanales en la prisión de Al Malz. Ayunó de golpes en el mes de Ramadán pero ahora recupera el calvario. La organización denuncia que su columna vertebral sufre una grave distorsión a causa de las continuas flagelaciones. Y aún le quedan 200 azotes para cumplir lo dictado por los tribunales.

A la campaña por su liberación, que suplica el apoyo del ministerio de Exteriores egipcio, también se suma el Consejo Nacional de Mujer. La asociación insta al recién elegido presidente egipcio, el islamista Mohamed Mursi, a presionar ante Riad para cancelar la condena. De momento, el silencio reina en la vida política. Uno de los pocos en romper el mutismo ha sido Essam el Arian, vicepresidente del partido político de los Hermanos Musulmanes y miembro del Consejo que asesora al presidente. “¿Por qué el reino no desvela la verdad del caso para que estos lamentables incidentes no vuelvan a suceder? Necesitamos transparencia”, dijo en su cuenta de Twitter.

La historia de Wafa es solo el último altercado entre la rigorista Arabia Saudí y el Egipto postrevolucionario. El pasado abril, cientos de egipcios pidieron frente a la embajada saudí en El Cairo la liberación de Ahmed el Gizawi, un abogado de derechos humanos detenido y encarcelado por presunto tráfico de drogas. Las protestas, tan poco valoradas por la monarquía absoluta saudí, provocaron la retirada del embajador y el cierre de la legación diplomática.

Unos 2 millones de egipcias residen actualmente en Arabia Saudí. La emigración hacia el Golfo Pérsico, obligada por la pobreza que sufre casi la mitad de los 82 millones de egipcios, nunca ha sido sencilla. Los activistas de derechos humanos acusan al gobierno de Riad de maltratar a los egipcios que cruzan el Mar Rojo en busca de un futuro mejor.