GABRIEL Mª OTALORA/NOTICIAS DE GIPUSKOA.COM

No hace mucho escribí en estas mismas páginas un alegato para que no nos olvidemos de Siria; yo, el primero. Entonces no estaba en condiciones de imaginar que la situación iba a empeorar hasta los límites actuales. Muchos asistimos con indignación e impotencia a las consecuencias del derecho de veto de la ONU que privilegia en este caso a Rusia y China. Con semejante comodín se está propiciando una matanza que recuerda a lo peor del ser humano. En el fondo, lo que menos les importa es la población siria, los desmanes del régimen, ni siquiera los de la oposición, cada vez más parecidos en su violencia despiadada a los del régimen dictatorial que combaten

Pero hay algo que todavía me parece más lacerante en toda esta desgraciada guerra civil: la pasividad de la comunidad internacional una vez que dejaron que se pudriese la mediación de la ONU y los desesperados intentos de su Secretario General por reconducir el escenario de matanzas. Una vez que el mediador Kofi Annan arrojó la toalla, impotente, nadie lloró por la suerte de este país ni por el desprestigio del Derecho Internacional y el de Naciones Unidas. Lo más doloroso es que ambas partes han alzado la famosa bandera roja pirata que significaba lucha sin cuartel ni tregua, hasta el final.

El régimen de Bachar El Asad ha demostrado capacidad sanguinaria suficiente para destruir a su pueblo. Sería un milagro que la gente no lo detestara ni condenara después de todos los crímenes que, sistemáticamente, viene perpetrando contra los suyos, a pesar de que él y su familia pertenecen a la minoría religiosa alauí, una rama del Islam chií que representa al 12% de la población, frente al 74% que suponen los musulmanes suníes. Como todo el mundo sabe, esta guerra no se puede llevar a cabo sin antes falsear la realidad de lo que ocurre y lograr que, inconscientemente, la opinión pública la haga suya. La oposición aguanta en la medida que cuenta con la protección de países y gobiernos de Estados democráticos. Y el régimen lo hace, como decía, desde el apoyo con derecho a veto de China y -sobre todo- Rusia con el entusiasmo de Irán.

Pero el conflicto se ha prostituido y ahora ya no está claro quiénes son los buenos y malos. Ahora parece que luchan los malos contra los peores, cuando se constata que la oposición actúa en bandas y escuadrones que asedian, roban, queman y bombardean a cuantos no se pasan a la oposición. Y de esto se informa bastante menos.

La libertad de Siria merece el apoyo de cualquier país democrático, aunque solo sea porque la estabilidad en la zona lo exige. Miles de viudas, huérfanos y desplazados, crímenes de guerra y contra la humanidad. Pero la realidad es que la comunidad legal internacional se mueve entre la indiferencia a las matanzas de unos y otros y el interés logístico de la zona, que no pasa por preservar los derechos humanos más elementales. No es fácil olvidar que Siria fue estigmatizada por Bush como parte del “eje del mal”. Ahora, todo pasa, al parecer, por dos cosas: quien se va a quedar el arsenal atómico que atesora si cae el régimen, más que nada porque a Siria se le ve como mano que mece la cuna del terrorismo internacional. Y quien va a salir fortalecido de la guerra: si Israel y quienes le apoyan, o Irán, amigo de Siria y la punta de lanza de una conflagración mucho más peligrosa y suicida. Así de fácil, así de peligroso.