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El 5 de septiembre de 1972 ha quedado para la historia como el día en el que la Alemania democrática (RFA) y del milagro económico perdió su inocencia y despertó del sueño en el que los alemanes habían olvidado que la guerra seguía ahí, a la vuelta de la esquina. El secuestro en Múnich de deportistas israelíes a manos de un comando terrorista palestino se saldó con 17 muertos y marcó para siempre la obsesión por la seguridad de los organizadores de los encuentros olímpicos. Alemania sentía el terrorismo internacional en sus propias carnes.

A las 4:40 de la madrugada, 8 miembros de Septiembre Negro vestidos con chándal y con bolsas de deporte cargadas con pistolas y granadas de mano escalaron la verja de dos metros que rodeaba el complejo olímpico. “Más tarde supimos que les habían ayudado a saltar unos deportistas estadounidenses que pensaron que eran atletas y que volvían de una noche de diversión”, recuerda el entonces jefe de policía de Munich, Manfred Schneider, en cuya memoria permanecen grabados los hechos a pesar de los años.

El entrenador del equipo israelí de lucha, Moshé Weinberg, de 33 años, intuyó la amenaza al escuchar unos ruidos en el pasillo y dio la voz de alarma, lo que permitió huir a nueve de sus compañeros y a otros ocho ocultarse, pero le dispararon cuando trató de defenderse con un cuchillo de fruta. El luchador Joseph Romano también murió en el primer forcejeo y los nueve supervivientes en los dormitorios (David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gottfreund, Eliezer Halfin, Andre Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer) fueron hechos rehenes.

“Exigían la liberación de 234 presos palestinos en cárceles israelíes y otros dos encarcelados en Alemania, pero la respuesta de Israel fue muy rápida: una negativa rotunda. Intentamos negociar, pero sólo conseguimos alargar el ultimátum hasta un plazo de cinco horas, así que improvisamos una operación de engaño en un aeropuerto de Fürstenfeldbruck”, explica Schneider. “Pero entonces no eran las cosas como ahora, no disponíamos de francotiradores profesionales y avisamos con toda la rapidez posible a policías que destacaban en la práctica de tiro, pero que no estaban adiestrados para una situación así. Tampoco disponíamos de radio comunicación entre ellos, por lo que, en el momento en que empezaron los tiros, cada uno de ellos y desde puestos de tiro separados entre sí, actuaron como mejor pudieron”, se disculpa.

El fallido rescate resultó una carnicería. Sólo tres de los terroristas fueron capturados. Los rehenes, con las manos atadas al techo de los helicópteros en los que habían sido trasladados al aeropuerto, permanecieron dos horas en medio del tiroteo y si alguno quedaba vivo para entonces, las granadas de mano que los terroristas arrojaron en el interior de las aeronaves pasada la media noche terminaron con su dolor.

“Fue el peor día de toda mi vida. En cuanto analicé la situación me di cuenta de que los policías desplegados en el recinto olímpico no tenían planificación táctica, y justificaron la falta de seguridad alegando que, después de los Juegos de 1936 organizados por Hitler, la premisa había sido que cuanta menos policía, mejor”, rememora Ulrich Wegener, oficial de enlace del entonces ministro de Interior, Hans-Dietrich Genscher y que el día después de la masacre comenzó a trabajar en la fundación de la primera unidad de élite antiterrorista de la RFA, la GSG9. “Tengo grabada la imagen de aquellos dos helicópteros en llamas, los veíamos desde la torre del control el ministro y yo, en conexión telefónica con el gobierno de Israel. Hoy por primera vez desde entonces he vuelto a este aeropuerto y le aseguro que ha sido un trago amargo”.

El entonces alcalde de Múnich, Walther Tröger, decretó un único día de duelo y la continuación de los Juegos Olímpicos, una decisión muy criticada posteriormente. Son muchos los que piensan que no fueron fallos tácticos ni falta de recursos lo que determinó el número de muertes, sino la necesidad de terminar con aquello cuanto antes, con todas las cámaras de televisión del mundo apuntando a Múnich. “No fue una decisión por motivos de imagen pública. Crecí como u