VICTORIA DANA PARA ENLACE JUDÍO

Tengo que confesar que me aburre el periodo de Olimpiadas. He estado tratando de entender el por qué, y lo que más me molesta –sin agraviar a nadie en particular-, es el tono gritón de los comentaristas. Me disgusta “su entusiasmo”; se exceden, parece que les pagaran por palabra: han de ganar una barbaridad. Es terrible. Muchas veces quisiera uno escuchar el ambiente del lugar, lo que se siente, al menos en forma auditiva, el presenciar una competencia en vivo, pero no hay forma de que se queden callados ni por un segundo. Lo peor es que, como hablan tanto y no tienen tiempo suficiente para preparar lo que dicen, cometen muchos errores y su verborrea no es muy inteligente que digamos.

Terrible me parece también, el esfuerzo infructuoso de los comediantes. Por más que traté, no pude sonreír ni una sola vez. ¡Los sketches son malísimos!

Volviendo a los comentaristas, se me retuerce el estómago cuando “los expertos” empiezan a hablar de las medallas. Si no eres oro, no vales nada. Como si convertirse, por ejemplo, en el décimo mejor deportista del mundo no significara un esfuerzo que debe ser recompensado y más bien fuera una tragedia universal. Entonces, según ellos, hay que cortarse las venas: el deporte mexicano es un fracaso, ser mexicano un absurdo, y nos deberíamos de suicidar en masa.

Qué fácil es mirar los toros desde la barrera o desde la cabina.

Me pregunto, ¿a dónde nos lleva esa competencia? ¿Vale la pena el esfuerzo de años? ¿Vale la pena el dinero que se invierte? ¿Qué pasa con los deportistas cuando regresan?

Un estudio que me encontré en Internet (Fonseca, 1998) define que hay una relación muy alta del deportista con su concepción de sí mismo. Puede llegar a un ego narcisista que lo obliga a hacer grandes esfuerzos por mantenerse en esa posición de éxito.

¿Los competidores se vuelven individualistas, interesados en sí mismos? Sí, así parece, aunque se hable mucho del espíritu deportivo. ¿Y qué sucede cuando –sobre todo los jóvenes- los deportistas no logran alcanzar el nivel de éxito esperado? Según Dweck y Legget 1985, la mayoría abandona el deporte o se dedica a luchar por lo que quiere “con todo” y llega a utilizar prácticas fraudulentas con tal de salirse con la suya. Me imagino a los que regresaron sin una medalla o sin una posición favorable en el “ranking”. Muchos de ellos habrán sufrido o estarán sufriendo periodos de apatía, por no llamarlos periodos de depresión. Muchos de ellos tal vez no quieran volver a saber de la disciplina que llenó tantos años de su vida.

A todo esto, ¿vale la pena competir? Lo que sucede es que, revisando un artículo de etnografía, parece que este asunto nos viene de herencia. Los animales compiten entre ellos para sobrevivir y matan para sobrevivir. Los hombres también lo hacemos, aunque tal vez la forma se haya sofisticado un poco. Acerca de esto, hay un comentario en twitter, firmado por Humor de Reality, que me llamó la atención: Las olimpiadas son una guerra mundial donde los países muestran su hegemonía y potencia de una forma políticamente correcta. ¿Será? ¿Dónde queda el ya tan mencionado espíritu deportivo?

Lo triste es que toda la idea de aceptar y ayudar a nuestros semejantes se desvirtúa con la intención de competir: ser el mejor, ser el único, cueste lo que cueste. (A veces el precio es muy alto).

Así que competidores como somos o deberíamos ser (perdón, no me incluyo), los seres humanos compiten en todas las áreas: el auto que llegue primero al semáforo; el que bloquee el paso de los otros; el que se baje más pronto del camión; el que se suba al metro y le toque asiento. En la escuela, el niño que saca las mejores notas ya no es competitivo. Ahora destaca el que más transgresiones cometa, el que más domine a los compañeros.

En el ámbito laboral se da una competencia muy intensa. La búsqueda de posicionamiento se ha vuelto una forma de sobrevivir necesaria y las prácticas para lograrlo no siempre son las más civilizadas. Pregúntenles a los taxistas y moto taxis que terminaron su “competencia” con estruendos mortales.

Aunque no necesariamente la competencia tiene que ser negativa. Es probable que si yo tuviera entre mis genes ése espíritu de lucha, ya habría escrito más novelas, leído más libros, redactado más artículos para enlacejudío. Tal vez hubiera aprovechado más el tiempo.

El desafío debe ser contra uno mismo. Eso han demostrado los atletas en los juegos paralímpicos, luchando contra sus propios límites. Límites que no están dispuestos a aceptar, que superan a pesar del esfuerzo, el dolor y la desesperación.

Otro twitter corrobora esta idea:

Los #paralímpicos son un verdadero ejemplo para todos. Debemos mirarnos en su espejo para mejorar día a día.