ESTHER SHABOT/ EXCELSIOR

Todo parecía indicar que la celebración de la reunión del Movimiento de los Países No Alineados en la capital iraní durante los últimos días de agosto constituía una oportunidad de oro para la República Islámica en tanto contribuiría a romper el aislamiento internacional que padece. La presencia en la reunión del secretario general de la ONU Ban Ki-moon era, en ese contexto, un elemento que simbólicamente le aportaba puntos buenos a Teherán. Y, sin embargo, una vez concluida la reunión el balance no se muestra ya tan positivo para los iraníes.

Y es que en su misma casa los dirigentes de Irán se vieron forzados a enfrentar acerbas críticas de algunos de sus invitados. Ban Ki-moon les reclamó su persistente negación del holocausto judío, al tiempo que el flamante presidente egipcio, Mohamed Mursi, no tuvo empacho en censurar en su discurso el apoyo que el régimen de los ayatolás brinda al presidente sirio, Bashar al-Assad, para continuar en el poder y seguir masacrando a sus ciudadanos.

Además, al mismo tiempo que los No Alineados se reunían, la Agencia Internacional de Energía Atómica emitió un comunicado en el que denunció el ocultamiento que Teherán está llevando a cabo de instalaciones nucleares diversas en las que presuntamente se está enriqueciendo material radiactivo en niveles más altos de los permitidos y declarados.

El último contratiempo severo padecido por la República Islámica es la ruptura diplomática entre Canadá e Irán, ruptura decidida hace dos días por el gobierno canadiense del primer ministro Stephen Harper. El ministro de Exteriores de Canadá, John Baird, justificó la medida bajo la consideración de que Irán es un promotor del terrorismo internacional y constituye la más grande amenaza a la paz mundial. Textualmente expresó: “El régimen iraní está proporcionando asistencia militar creciente al régimen de Al-Assad en Siria; se rehúsa a cumplir con las resoluciones de la ONU sobre su programa nuclear; amenaza rutinariamente la existencia de Israel apoyándose en retórica antisemita e incitaciones al genocidio; está entre los peores violadores de derechos humanos, además de asilar y proteger a grupos terroristas diversos”. El gobierno canadiense dio cinco días a los funcionarios y diplomáticos iraníes para abandonar Canadá, al tiempo que retiró a sus diez representantes en Irán. Esta decisión es la culminación de una serie de desacuerdos y afrentas que han dificultado en las últimas dos décadas las relaciones diplomáticas entre los dos países, uno de cuyos temas en común es, sin duda, la existencia en Canadá de una nutrida diáspora iraní que se calcula en casi medio millón de personas.

Irán sufre así un golpe más en cuanto a la legitimidad de sus aspiraciones y maniobras. Con la ruptura decidida por Canadá se fortalece la postura occidental e israelí en el sentido de que es inaceptable un Irán en posesión de armas nucleares, por más que en el día a día la desaparición de la embajada de Canadá en Teherán signifique también la pérdida de un centro capaz de captar y transmitir información valiosa sobre los movimientos internos en Irán.

Es difícil pensar que antes de las elecciones en Estados Unidos se tomen medidas drásticas con relación a Irán —no obstante la retórica del primer ministro israelí, Netanyahu, y de su ministro de Defensa, Ehud Barak— . Sin embargo, es previsible que tras los comicios de noviembre próximo, quede en la Casa Blanca quien quede, las decisiones en cuanto al tema iraní pasarán a un nivel más preciso de definición.