REBECA CIMET PARA ENLACE JUDÍO

¿No les pasa a veces que al comunicar algo se sienten totalmente fuera de lugar? ¿Como venidos de algún planeta lejano con nada en común con el que escucha?

Hablando con una amiga, mencioné algo que me hizo pensar que no debía haberlo dicho. Sentí en su respuesta un tono de crítica que me hizo entrar en un análisis de lo que pudo haber significado para ella mi comentario. Al mismo tiempo tuve en esta ocasión la posibilidad de comprobar que no había ocurrido nada, que probablemente ella había pensado en algo personal que la había hecho contestar de manera vaga a mi comentario, pero que en realidad nada tenía qué ver conmigo ni con mi probable incapacidad de comunicarme adecuadamente.

¿Qué será que nos promueve esa sensación de “no pertenencia”?

Pienso que el hecho de ser judíos es lo que nos aísla de una u otra forma del resto de la comunidad, lo interesante es que aun en la nuestra nos sentimos “diferentes”, ya sea por nuestros diferentes países de origen, ya sea por nuestros niveles de religiosidad, o quizá nuestras tendencias políticas; el hecho es que como judíos y también como emigrantes esta es una sensación que se vuelve el motor cotidiano de nuestra autoestima. ¿Les pasa a ustedes?

Varias veces al día me quedo con la sensación de que una frase mía, fue mal interpretada; ¿O será que soy yo la que mal interpreta?

Hace ya muchos años, en los 70’s, vi una película maravillosa: “Bread and Chocolat”. Película italiana que habla de los migrantes italianos que llegaban a Suiza a trabajar en labores en las que los suizos no estaban interesados. Similar a lo que les sucede a nuestros compatriotas en Estados Unidos de Norteamérica. La película empieza con una de las escenas más significativas del hecho que menciono.

Este emigrante italiano llega a un parque. Es domingo y se ve rodeado de elegantes ciudadanos, diversos en sus actividades, pero notoriamente suizos, bien vestidos, con una cultura que se permea.

Nuestro protagonista es más bien burdo en su ropa, moreno. Se sienta en medio del pasto, cosa que ya sale de la norma puesto que el resto está caminando o sentado en pulcras bancas alineadas.

En un ángulo de su visión se aprecia un conjunto de música de cámara interpretando un hermoso vals; unos bellos niños con rizos dorados y ojos azules juegan a la pelota con orden y sincronía; incluso alcanza a vislumbrar a una pareja que románticamente se abraza con pudor.

Disfruta de las actividades dominicales que se desarrollan a su alrededor y decide sacar su almuerzo: una deliciosa torta de chocolate, simple, apetitosa y posiblemente poco usual en el entorno de ese país. Con gran deleite muerde su pan con chocolate, y al hacerlo se escucha un ruido monumental al dar la mordida.

Todo se paraliza, la música para, los enamorados se separan, la pelota de los niños rueda fuera del camino. Nuestro personaje se queda petrificado por la vergüenza, fue él quien rompió el encanto dominical con su imprudente mordida, fue él, siempre fuera de lugar, ajeno a las costumbres, el que destruye la armonía. Pero en realidad es simplemente su percepción. Nada de lo que sucedió tiene que ver con él, la pausa se da por coincidencia, pero absolutamente desconectada de este simple emigrante al que finalmente nadie mira….

Creo que de eso estamos hablando. Tenemos un bagaje histórico y cultural que nos hace sentir extraños en muchos momentos de nuestras vidas. Uno siente que no pertenece, está siempre al acecho de esas “señales” que uno percibe como resultado de su propia inseguridad, de las fracturas de ser tantas cosas a la vez, léase: judío, mexicano de origen europeo/semita, sionista, de tendencias socialistas, del género femenino; siempre nos hace sentir que estamos fuera de lugar, que lo que decimos o hacemos no es lo “apropiado”.

No sé si además algunos de ustedes han vivido en el extranjero. Eso sólo añade a la sensación de pertenencia otras variables. Pero igual, de una u otra forma, nos remite a sensaciones de mayor o menor comodidad dentro de la comunidad en cuestión.

Es posible también que muchos de ustedes se sientan perfectamente cómodos en su entorno, ya sea porque se han mantenido protegidos en círculos pequeños o porque su capacidad globalizadora está muy desarrollada, pero en cualquier instancia me gustaría que esta reflexión nos lleve a aceptar que somos diferentes en muchos sentidos pero que también somos muy iguales.

Que por más que quisiéramos ser parte, somos únicos e irrepetibles, con historias, culturas, idiosincrasias únicas pero con las mismas necesidades de ser aceptados. Aceptar, finalmente, que la mayoría de las veces nadie nos está viendo más que nosotros mismos, que llevamos nuestras limitaciones a extremos de preocupación, que no necesariamente tiene un fundamento y que al igual que el pan con chocolate, nuestros profundos deseos deben ser respetados por los que nos rodean porque de no ser así, es más aconsejable seguir nuestro camino por otro lado, en donde podamos mantener la esencia de lo que somos de una manera libre y disfrutarla, sin tomar en cuenta la crítica o el juicio

¿Ustedes qué opinan?