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viernes 04 de octubre de 2024

Lucha a muerte en los Zetas

EL PAÍS

Probablemente sea el acontecimiento más importante del año en el mundo del hampa. Los Zetas, el cartel más sanguinario de México, en vertiginosa expansión desde hace casi tres años, están en guerra entre ellos y los muertos se cuentan ya por decenas. Lo que era un rumor hace unos meses, fue confirmado días atrás por la Procuraduría (fiscalía) General de la República. Los dos capos de la organización criminal, Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca, y Miguel Ángel Treviño Morales, Z-40, libran desde comienzos del verano una batalla por el liderazgo, el dinero y el territorio que de momento ha estallado en los Estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila, en el noreste del país.

La ruptura de la banda augura una nueva espiral de sangre y podría cambiar por completo el escenario del combate al narcotráfico, que ha causado más de 55.000 muertes desde 2006, en vísperas de la vuelta al poder del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Las primeras pistas de la división en la cúpula del grupo fundado por militares desertores, que devino en brazo armado del cartel del Golfo primero y, a partir de enero de 2010, en la brutal organización de narcotraficantes que se extiende desde Tejas hasta Guatemala, aparecieron a principios de junio, de acuerdo con una investigación de la revista Proceso. La captura de varios jefes de segundo nivel sin disparar un solo tiro por la Policía Federal y no por el Ejército o la Marina como es habitual; la colocación simultánea de narcomantas (pancartas) en el centro histórico de Zacatecas, Monterrey y Ciudad Mante advirtiendo de traiciones internas, y la posterior subida a YouTube de narcocorridos acusando a Z-40 de ser el “Judas de los Zetas” apuntaban la ruptura.

Los indicios se volvieron hechos con la matanza de 14 sicarios en las afueras de la ciudad de San Luis Potosí el pasado 9 de agosto. El jefe de plaza de los Zetas, Iván Velázquez, conocido como El Talibán o El-50, había decidido liquidar a sus rivales, gente de Treviño venida del vecino Estado de Coahuila. Un hombre que sobrevivió a la masacre acertó a informar al Ejército del paradero de El Talibán. La balacera, que duró dos horas cerca de la universidad, causó el pánico entre los estudiantes. Los soldados mataron a tres miembros de la banda y arrestaron a otros cuatro, pero El-50 logró escapar.

En los días siguientes se registraron al menos 40 asesinatos en San Luis Potosí y Zacatecas y 33 en Monterrey en tan solo 48 horas. En un caso, los criminales dejaron una nota sobre un cadáver en la que se leía: “Esto es lo que sucederá a todos los traidores”. En otro, fue asesinada la esposa de un convicto tras visitarle en prisión. La prensa mexicana cifra en casi 1.400 las muertes relacionadas con el crimen organizado ocurridas en agosto, uno de los meses más sangrientos desde que el presidente saliente, Felipe Calderón, declarase la guerra al narcotráfico.

El periodista británico Ioan Grillo, autor del libro El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana, cree que “la ruptura se generalizará y producirá muchísima violencia”. “La desbandada de sus miembros causada por la guerra interna ha creado ya células huérfanas, grupos criminales locales que han perdido la alianza con la cúpula y actúan por su cuenta”.

Los Zetas fueron fundados por 14 miembros del Grupo de Fuerzas Especiales (GAFE) del Ejército mexicano que desertaron y se convirtieron en 1998 en sicarios del cartel del Golfo, que entonces dirigía Osiel Cárdenas Guillén, hoy preso en EE UU. El acercamiento de este a partir de 2007 a su archirrival, el cartel de Sinaloa, de Joaquín el Chapo Guzmán, no gustó al Lazca, quién en 2010 creaba su propio grupo, cuya seña de identidad sería la crueldad de sus crímenes. Ellos introdujeron la decapitación de las víctimas como práctica habitual, y aún está presente en la memoria de los mexicanos el horror de los 72 inmigrantes asesinados en Tamaulipas en agosto de 2010.

Los Zetas se extendieron rápidamente por el país —están presentes en al menos 16 de los 32 Estados mexicanos— creando franquicias criminales. Ocupan un territorio y reclutan a grupos de delincuentes locales poniéndolos a su servicio. Su negocio va más allá del trasiego de drogas, dedicándose también al tráfico de inmigrantes, robo de combustible, la extorsión y el secuestro.

Y ese es también su talón de Aquiles, en opinión del investigador en temas de seguridad Alejandro Hope. “Son una organización muy descentralizada, con células autofinanciables, y probablemente a partir de cierto tamaño sea difícil controlar a sus miembros. No es lo mismo dedicarse a la extracción de rentas, donde lo que roba uno no puede ser robado por otro, que al tráfico de drogas, que exige arreglos de colaboración y ganan todos. Los Zetas dependen mucho más de lo primero que sus rivales de Sinaloa”.

La fragmentación del grupo, resultado también de los golpes asestados por las fuerzas de seguridad, supondrá, según Hope, una pesadilla para las autoridades locales, que tendrán que enfrentarse a “múltiples grupos delictivos, pequeños y medianos, con capacidades y objetivos diversos, unidos en coaliciones inestables. Aunque ya no sean una amenaza para el Estado, su efecto a corto plazo será terrible”.

Otro factor a tener en cuenta para lo que puede venir será la guerra por los despojos del cartel del Golfo, desmantelado en la última semana. Un nuevo mapa del crimen organizado en México que puede convertirse en un terrible dolor de cabeza para el futuro presidente, Enrique Peña Nieto, y que podría tener un claro beneficiario: El Chapo Guzmán.

El Lazca, de 38 años, antiguo cabo de infantería, campesino, originario del Estado de Hidalgo, en el centro del país, está en guerra con Z-40, un hombre de la frontera, de 42 años, antiguo ladrón de coches de Nuevo Laredo, en el norte. La división de los Zetas, cuenta Grillo que le dijo un teniente coronel en San Luis Potosí, “es como una mutación del virus del sida, y vamos a necesitar dos vacunas”.

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