MOISÉS NAÍM/EL TIEMPO.COM

Mitt Romney es el candidato de una de las maquinarias políticas más poderosas del mundo. Henrique Capriles es el candidato de una abigarrada coalición de grupos venezolanos. Ambos enfrentan a presidentes en ejercicio que son gigantes políticos y gozan de amplio apoyo popular. Ahí acaban las similitudes. Romney compite por el cargo en una democracia madura, donde el presidente tiene fuertes limitaciones legales en el uso de recursos del Estado en su campaña. Capriles, en cambio, enfrenta a Hugo Chávez, quien nunca ha tenido empacho en usar la riqueza petrolera de la nación como si fuera suya y en cambiar leyes a su antojo.

Capriles ha llevado a cabo una campaña impecable, que enfrenta a Chávez a un reto político sin precedentes. En contraste, Romney ha tenido una campaña deslucida

¿Habrá algo que Mitt Romney, el curtido político y empresario de 65 años, pueda aprender de un político de solo 40 años procedente de un país atrasado, con una democracia viciada? Sí; bastante.

Sea obsesivamente incluyente. Ignore a sus asesores y no tema buscar el voto en territorio hostil. Capriles ha logrado cautivar incluso a los partidarios más incondicionales de Chávez, y constantemente reitera su compromiso de que, si sale elegido, será incluyente, tolerante y no permitirá ningún ajuste de cuentas contra los seguidores de Chávez. Romney, en cambio, pareció sincero cuando reveló que había descartado al 47 por ciento de votantes cuyo bajo nivel de vida y mala situación económica los colocaba irreductiblemente del lado de Obama.

Pragmatismo, sí; ideología, no. Uno no paga el alquiler o cura a un hijo enfermo con ideología. “Lo que aprendí como alcalde y gobernador es que la gente quiere soluciones concretas a sus problemas concretos”, suele decir Capriles. En cambio, Romney enfatiza la ideología y es muy parco en los detalles de lo que haría, de ser elegido, todo lo cual lo hace vulnerable. La gente quiere de sus candidatos propuestas específicas para mejorar su vida cotidiana.

La gente quiere soluciones, no riñas. Mientras que Chávez se deleita insultando a Capriles, este nunca le responde del mismo modo. Capriles ha sido respetuoso y cuidadoso en su trato hacia el Presidente. Esto sorprende, dadas las profundas fisuras políticas que dividen al país y el brutal estilo de Chávez. Sin embargo, según Capriles, detrás de la polarización hay una creciente ansia de reconciliación y un fuerte deseo de que los políticos dejen ya de pelearse y se dediquen a enfrentar los problemas de la nación.

La empatía como obsesión. Que la gente sienta que un líder político se puede poner en su lugar es un requisito del éxito político. Bill Clinton es, sin duda, el maestro en hacerles sentir esto a los votantes. También Hugo Chávez. Y si bien Capriles muestra una natural empatía hacia los pobres, es verdad que se ha empeñado en convertir esa empatía en uno de los rasgos fundamentales de su personalidad política. Romney, igualmente, se afana por convencer de que entiende los problemas de la gente común. Pero con demasiada frecuencia se le salen comentarios que dejan claro que la privilegiada vida que ha tenido le impide realmente ponerse en el lugar de quienes no son ricos. Debería aprender de Capriles y esforzarse más.

La lección definitiva. A pesar de su impecable campaña, Capriles puede perder las elecciones. Y, a pesar de su defectuosa campaña, Romney puede ganarle a Obama. Y, gracias a su innegable carisma, al dispendio del dinero del petróleo y a muchas trampas, Chávez tal vez demuestre que es invencible en las urnas. Pero quizás la lección más importante que Capriles le puede acabar dando al mundo es ganarle a Chávez. Su victoria mostrará que los autócratas abusivos pueden ser derrotados por un gran candidato que sabe cómo llevar a cabo una campaña perfecta.