MAURICIO MESCHOULAM/EL PORVENIR

El comité Nobel también juega. De eso no quepa la menor duda. Su decisión de otorgar el premio de la paz a la Unión Europea (UE) obedece a una postura política que ha decidido dejar clara: la concepción que existe detrás de la UE es una idea que se debe respaldar, porque favorece la paz.

Esta postura cuenta con amigos y con rivales, pero hay que entenderla, y comprender que en la entrega de un premio tan delicado como éste, no hay inocencia alguna.

La teoría liberal de la paz fue inicialmente planteada por Kant y posteriormente retomada por autores como Doyle.

Esta concepción sostiene, y pretende demostrarlo, que las naciones democráticas tienden menos a la guerra que los regímenes no liberales, a pesar de excepciones.

Desde esta óptica, si se promueve la democracia, la paz es más fácilmente alcanzable.

Para este planteamiento, además, el permitir que las naciones comercien libremente e incrementen sus lazos económicos, favorecerá condiciones de interdependencia, y por consiguiente, de paz.

Todavía podríamos agregar otra mirada, la de Galtung, quien ha insistido en sus textos desde hace más de 50 años, que la paz no es únicamente la ausencia de guerra o violencia, sino el fortalecimiento de los aspectos positivos que la edifican, como lo son la armonía, la cohesión, la colaboración y la integración.

Estas perspectivas constituyen la base sustancial de los pasos que dieron origen a lo que hoy conocemos como Unión Europea.

Quizás desde su concepción, o incluso antes del tratado de Maastritch, este experimento pudo haberse hecho merecedor del Nobel por la promoción de cooperación, integración y convivencia armónica entre los países, todos ellos factores que construyen la paz.

Es cierto que hasta antes de 1945 Francia y Alemania, por ejemplo, vivieron guerras desastrosas y que, en cambio, en los últimos 60 años sus condiciones de colaboración e interdependencia hacen que una guerra entre estas naciones sea menos probable que nunca.

En ese sentido, la aportación no de Europa, sino de esa institución intergubernamental llamada “Unión Europea” a la paz del continente, y por ende, a la del globo, es innegable.

La pregunta, sin embargo, es ¿por qué justo ahora? ¿Por qué no se otorgó el Nobel a esta organización hace 10 o 15 años, o antes, cuando sólo era Comunidad Económica Europea, o a alguno de sus predecesores como la Comunidad del Carbón y del Acero? Es obvio que el comité noruego ha decidido optar por poner de manifiesto su postura y lo hace ahora pues considera los tiempos más que pertinentes.

La Unión Europea es el ejercicio más desarrollado de integración internacional. Primero fue una comunidad comercial, posteriormente económica; más adelante ha avanzado en la integración monetaria hasta abarcar a 17 de sus miembros, y cuenta con grandes logros en la integración política de los 27 países que le conforman.

En la visión de quienes apoyan el concepto de la Unión Europea, como lo manifiesta el comité Nobel, si uno de sus miembros, como Grecia, se retira del euro, se darán pasos hacia atrás en este proceso, poniendo en riesgo todo el esquema de integración hasta ahora logrado.

No se puede acabar con el euro, dijo hace un año Sarkozy, porque sin euro no hay Europa y sin Europa no hay paz ni prosperidad posible.

Esa concepción, por supuesto, enfrenta perspectivas rivales, y mucho más ahora en tiempos de crisis.

Por eso, hay que entender que el comité noruego no es inocente y otorga con su premio, y justo en este momento de la historia, el respaldo no a una persona, sino a una idea encarnada en una institución