ADOLFO GARCÍA DE LA SIENRA

Muchos de los esfuerzos de la iglesia occidental (la Iglesia Católica) durante los primeros siglos estuvieron destinados a desarraigar de los cristianos el interés que pudieran tener en el judaísmo y a minimizar los contactos e intercambios con los judíos. Además, el Imperio Romano había consagrado desde sus inicios un principio que he denominado “el principio de la homogeneidad religiosa”. Su origen se remonta a la clásica concepción romana de una “teología civil” como factor esencial de la unidad política del imperio. La teología civil —reseña San Agustín citando a Varrón— es la que:

En las ciudades los ciudadanos, con especialidad los sacerdotes, deben saber y administrar, en [la] cual se incluye qué dioses deben adorarse y reverenciar públicamente, qué ritos y sacrificios es razón que cada uno les ofrezca. (San Agustín, La ciudad de Dios, p. 135)

La adoración y reverencia a los dioses oficiales del Imperio había sido establecida como obligatoria bajo pena de muerte, pues se pensaba que el vigor y potencia del Imperio, basados en su unidad política y militar, dependían de la misma. Este axioma político es el principio de la homogeneidad religiosa, el cual prevaleció incluso después de que el paganismo había sido sustituido con el cristianismo, proceso que se estima concluido en el reinado de Teodosio I (379-395 de la era común). Este axioma ciertamente fue uno de los principios organizadores del Imperio de Carlomagno y prevaleció durante toda la Edad Media como principio unificador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Si bien hubo cierta tolerancia hacia los judíos durante los primeros siglos de la Edad Media en Europa, su situación empezó a debilitarse durante las cruzadas y la severidad de las medidas legales en su contra se acrecentó.

Un ejemplo claro de este fenómeno lo provee el IV Concilio Laterano (1215), convocado por el Papa Inocencio III. Este Concilio fue para dejar decisivas y desastrosas implicaciones a la vida judía medieval. El mundo cristiano estaba aproblemado por la herejía de los albigenses en el sur de Francia, y por la reconquista musulmana de la Tierra Santa. El Concilio Laterano IV fue convocado para repudiar a los albigenses, considerados de estar influenciados por los judíos, y para llamar a una nueva Cruzada. Contra este antecedente de preocupación con los enemigos del mundo cristiano, el Concilio promulgó decretos en contra de los judíos, incluyendo ropas distintivas y restricciones de sus derechos básicos. El Concilio Laterano IV, expolió [sic] el proceso con la exclusión de los judíos de la sociedad medieval. En el Primer Concilio, los lazos con el judaísmo fueron debilitados, y en el Cuarto Concilio Laterano, el judaísmo fue legalmente suprimido. El tema de la Iglesia y los judíos iba a salir a la superficie otra vez sólo en el siglo XX y ser tratado en un modo enteramente nuevo por el Concilio Vaticano II. (“El concilio Vaticano II y la posición frente a los judíos”)

Todas estas medidas, las cuales se dieron dentro del marco del principio de la homogeneidad religiosa se exacerbaron en España hacia finales del siglo XV, dando lugar a la expulsión de los judíos de la Península Ibérica, y no mejoraron con la Reforma luterana, pues Martín Lutero prosiguió con la política católica de atacar a los judíos por el hecho de no admitir los dogmas cristianos. Su panfleto “Los judíos y sus mentiras” (1543) fue una magnífica contribución a la intolerancia y falta de respeto que caracterizó la relación entre judíos y cristianos durante mucho —demasiado— tiempo.

Uno de los deplorables resultados de tan tremenda historia fue la grecorromanización de una fe que hinca sus raíces en una tradición muy diferente. El gran desafío actual para el cristianismo es retornar a una cosmovisión que se parezca mucho más a la hebrea que a la grecorromana; es decir a una cosmovisión de carácter bíblico. Esto debe revocar actitudes como la de Juan Crisóstomo, quien estallaba en contra de la religión judía porque los feligreses cristianos de Antioquía tenían interés en escuchar lo que los judíos enseñaban en las sinagogas. Pues es seguro que los cristianos entenderíamos mejor nuestra propia fe si conociéramos mejor la cultura hebrea, sobre todo la lengua.

Es el intento de imponer una religión oficial en obediencia al principio de la homogeneidad religiosa lo que motiva la agresividad de una comunidad religiosa sobre otra. Como ese principio ha sido (afortunadamente) desbancado, ya no hay motivos para los ataques mutuos, para las confusiones o los falsos ecumenismos. Seguramente que sería beneficioso para la cristiandad escritural conocer a fondo el Talmud y empaparse de una cultura de raíces bíblicas.

Howard Wettstein (2009) ha llamado la atención, también, a la tensión que la influencia de la cultura grecorromana generó dentro del judaísmo rabínico. No solamente el cristianismo entró en una relación de síntesis con la (pagana) filosofía griega, dando lugar a la escolástica medieval. “Mi tesis” —dice Wettstein— “es que algo similarmente curioso sucedió en los tiempos medievales tempranos, cuando la tradición religiosa judía entró en un flirteo de largo plazo con la tradición filosófica” (p. 2).

Esto es particularmente “curioso”, en efecto, ya que mucho del antisemitismo que los “cristianos” han manifestado durante los vergonzosos episodios ya mencionados brota de las presuposiciones paganas de la filosofía medieval. Se ve, luego, que el espíritu de Minerva es como una pestilencia silenciosa que se filtra no sólo en las iglesias, sino también en las sinagogas. El proyecto de Wettstein es doble: Primero, explorar las implicaciones teológicas de los caminos religiosos [judaicos] tempranos. Segundo, explorar el papel de la filosofía para iluminar los fenómenos religiosos. De una manera filosóficamente “no imperialista”, Wettstein (quien es un distinguido filósofo del lenguaje) pretende hacer esto desde la perspectiva de la filosofìa del lenguaje, empezando con una narrativa acerca de las aproximaciones “filosóficamente inocentes” al Tenaj, la tradición oral y el Talmud, para pasar a revisar, en contraste, el pensamiento de Maimónides. En las subsecuentes entregas en este espacio habré de reseñar y comentar el artículo de Wettstein.

Referencias:

“El concilio Vaticano II y la posición frente a los judíos”. Consultado el 24 de octubre de 2012 en
https://www.veghazi.cl/cristianos/jpc27.html)

Wettstein, H., 2009, “Against Theology” en Robert Eisen y Charles Manekin (comps.) Philosophers and the Bible: General and Jewish Perspectives, University Press of Maryland, Baltimore.

*Instituto de Filosofía Universidad Veracruzana
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