MÁLAGA HOY.ES

Pocas veces ha estado la Orquesta Filarmónica de Málaga tan bien acompañada como en el segundo concierto del Festival Plácido Domingo celebrado el pasado domingo en el Teatro Cervantes. Una oportunidad única para disfrutar de dos solistas excepcionales, como son Pinchas Zukerman y Joaquín Achúcarro.

La popular obertura de La gazza ladra de Rossini dio paso a la actuación del violinista israelí, que ofreció el hermoso Concierto para violín nº1, op. 26 de Max Bruch. Además de uno de los músicos de mayor prestigio en el panorama internacional, Zukerman es un intérprete de referencia de esta pieza de Bruch, que en sus mejores pasajes representa la quintaesencia del romanticismo. Incluso en días como el pasado domingo, en los que pesa más la profesionalidad que la motivación, la interpretación de Zukerman está al alcance de muy pocos.

Consciente de ello, la orquesta se situó siempre en un discreto segundo plano que destacaba la sutil musicalidad del Guarnieri Dushkin del solista, aunque, en ocasiones, pecó por defecto -como si el respeto se tornara en temor- dibujando dos planos sonoros diferenciados. Aún no tengo claro si la canción de cuna de Brahms, que interpretó a modo de bis, y para la que pidió la colaboración del público, fue un gesto de simpatía o un sarcasmo de Zukerman; audaz, en todo caso.

Ya en la segunda parte, Joaquín Achúcarro estuvo elegante, generoso y comunicativo. Su interpretación de Noches en los jardines de España de Manuel de Falla fue, a mi juicio, la pieza más redonda del concierto, con la orquesta y el solista en plenitud. El pianista vasco regaló dos magníficos bises (Nocturno para mano izquierda de Scriabin y una versión para piano de la Danza del ritual del fuego fatuo de Falla), que el público le agradeció con una afectuosa y sonora ovación de las que no se suelen ver.