ELENA BIALOSTOCKY PARA ENLACE JUDÍO

Ésta es la historia de una gran mujer que ha dedicado casi la mitad de su vida al servicio comunitario en Israel. ¿De quién hablamos? De Lola Volovichas, quien recibió recientemente un reconocimiento de la Ciudad de Holón, otro del Ministerio y un tercero del Bituaj Leumí (Seguro Social).

Es un ejemplo a seguir, una mujer que ha demostrado su valor, con muchos problemas y sinsabores en la vida que ha sabido manejarlos. No hay algo que no pueda solucionar. Tiene mucha fe, el respeto de nietos e hijos y el amor de doce bisnietas y un bisnieto.

“Nací en Bialistock, Polonia, el 25 de Enero de 1920, y llegué a México cuando casi cumplía 8 años. Primero vino mi papá, luego una de mis hermanas y al año arribó mi mamá con tres hermanos más. Mi papá, el Sr. Jacobo Rusanzky, trabajó muy duro”, comenta en entrevista exclusiva para www.enlacejudío.com la Sra. Volovichas.

“Llegando, entré al Colegio Israelita de México,como todos los niños recién llegados, para aprender español; ahí estudié hasta la Secundaria, al salir quise estudiar para secretaria… no pude hacerlo”.

“Cuando me casé, en 1941, me fui a vivir a Puebla porque mi esposo vivía allá y cuando estaba por tener a mi primera hija, volvimos a la ciudad. Yo siempre ayudé a mi esposo en la tienda, pero también hacía trabajo social, fuí de las organizadoras de Na’amat y mi esposo trabajó para Poalei Tzion, Keren Hayesod y Keren Kayemet”.

“Antes de morir Alejandro, mi esposo, fuimos a visitar Israel y quedé enamorada del país. Viuda a los a los 43 años con 4 hijos, tomé las riendas, compré una papelería y trabajaba en ella en las mañanas; por las tardes vendía telas y así trabajé por unos años”.

“Menuje, mi hija, se fue de Ajshará y cuando regresa decide que quiere hace Aliá. Cuando termina la prepa Jaike, la más chica de mis hijos, recibe una beca para ir a estudiar a Israel. Jaime se casa y se va a vivir allá también”.

“Unos meses después de que se fue Jaike, me llamó y me pidió que me fuera a vivir con ellos; no lo tuve que pensar mucho, teniendo allá tres hijos y dos hermanas”.

“Así que, en 1971, me fui a vivir a Holón, Israel. Desde el principio me sentí en casa. A los dos años de mi llegada, sucedió la Guerra de Yom Kipur: me maravilló la ayuda de toda la gente, no faltó comida, yo manejaba y teníamos que tener los faros pintados, recibí una multa por no traerlos bien pintados y la pagué muy contenta al ver que todo estaba según las reglas del país”.

“Entré a trabajar a Mishmar: lo que hacía era darle los fusiles a los soldados; más tarde me pidieron que cuidara la ciudad con un fusil en mano, y ahí sí les dije que eso no era para mí”.

“En 1975, comencé a trabajar en la Tzavá (ejercito), ahí empacaba para los soldados todo lo que me pedían: ropa, comida, lo que fuera. Yo tomaba el camión en Holón hacia Tel Aviv y ahí me recogía un camión de la Tzavá, que me llevaba a participar como voluntaria”.

“Recibí un reconocimiento de la Ciudad de Holón otro del Ministerio y un tercero del Bituaj Leumí (Seguro Social). Tengo más de 27 años trabajando como voluntaria. Luego me enteré que en Hospital Bolson, se necesitaban voluntarias y comencé a trabajar ahí. Desde 1985, iba yo 3 días a la semana, haciendo los paquetes para esterilizar los equipos de cirugía, todo lo que los médicos necesitaban y también les ofrecía café a los médicos; la pasaba muy bien”.

“Actualmente ya sólo voy los domingos y los miércoles. Salgo de mi casa a las 6:30 de la mañana, tomo el camión; no me importa el clima, puede llover, hacer calor o viento: yo voy al trabajo, como en el hospital. Cuando tomo el camión de regreso el lunes, me siento muy cansada. El miércoles es lo mismo, sólo que mi hija me recoge en su coche el miércoles en la tarde y me lleva a mi casa”.

“Comencé a trabajar en Bituaj Leumi al mismo tiempo. Lo que hago a la fecha es visitar a personas más jóvenes que yo, les leo, checo que estén bien atendidas, que tengan comida, que no estén deprimidas; a estas personas les hacen llegar enfermeras para que las atiendan desde el punto de vista de su salud y tengo que hacer un reporte de cómo las vi. Lo único que pido, es que esté cerca de mi casa y que las personas que visito hablen iddish, pues no he aprendido muy bien el hebreo”.

“Actualmente sólo trabajo dos días a la semana: ya me siento un poco cansada y procuro estar en mi casa, dice esta mujer de 92 años que ha dedicado gran parte de su vida al trabajo comunitario.