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Irak ya ha desaparecido de la vida de los estadounidenses y Afganistán está a punto de hacerlo. Trece años de guerra y, hasta el momento, 2.149 bajas después el Ejército americano culminará su retirada en 2014, aunque a diferencia de lo ocurrido en el país árabe, las autoridades afganas han autorizado su presencia militar tras el adiós de la OTAN.

Los términos y condiciones de esta prórroga están aún sin determinar y el acuerdo final será una de las primeras tareas que deberá asumir el nuevo presidente. Tras varios años encabezando la lista de prioridades de la política internacional americana en su guerra contra el terror, el nuevo Afganistán pasa a un segundo plano y se espera que los afganos sean capaces de recoger el testigo.

Hamid Karzai, el hombre colocado por Estados Unidos al frente del país desde el inicio de la invasión, dejará el poder al mismo tiempo que sale la OTAN porque la Constitución le prohíbe presentarse a un tercer mandato. Su adiós coincide con el auge de grupos como los talibanes o Hizb Islami, liderado por el ex primer ministro muyahidín Gulbudin Hekmatyar, a los que se les está tendiendo la mano para que participen en la reconciliación nacional, pero que prefieren esperar porque cada vez son más fuertes.

El último informe de la organización International Crisis Group (ICG), especializada en la resolución y prevención de conflictos armados, asegura que «existe un riesgo real de que el régimen de Kabul se colapse con la retirada. El margen para remediarlo se está reduciendo muy rápido». Bajo el título de «Afganistán: el largo y duro camino hacia la transición de 2014», el ICG destaca la importancia de estas elecciones y «aunque Karzai señaló su intención de salir con elegancia persisten los temores de que actúe, directa o indirectamente, para que su familia conserve el control». Pero este colapso, como el que sufre Irak, ya no será una prioridad para la política exterior estadounidense a la que se le abren nuevos frentes como el de Siria.

La nueva Guerra Fría

Estados Unidos y Rusia se vuelven a ver las caras. La Guerra Fría resucita estos días en el conflicto de Siria que obligará al nuevo presidente estadounidense a vérselas con Vladimir Putin, uno de los apoyos firmes que le quedan a Bashar Al Assad. Tras 19 meses pidiendo la cabeza del presidente y apoyando al Consejo Nacional Sirio (CNS), principal grupo opositor en el exilio, han comenzado las dudas en Washington.

La desunión en el seno del CNS, la falta de un líder con carisma y conexiones dentro del país y, sobre todo, la incapacidad para controlar a grupos vinculados con Al Qaeda como el Frente Al Nusra llevaron la semana pasada a la secretaria de Estado, Hillary Clinton a cuestionar la política mantenida desde el inicio de la crisis.

Estados Unidos recula mientras que el gran padrino internacional del régimen sirio, Rusia, se mantiene firme y le advierte de que está siguiendo la misma estrategia de armar a los insurgentes que empleó en Afganistán contra la URSS en los ochenta y que después se le volvió en su contra. El reto del nuevo presidente americano será liderar a Occidente en un conflicto en el que la brutalidad del régimen ha chocado frontalmente con las tesis belicistas de los países del Golfo llevando al país a una guerra de cada vez mayores dimensiones y alejando cualquier posibilidad de acuerdo.