NISSIM MANSUR T.

En mi diario pasar rumbo a la oficina saludo con empatía a una persona, para mí, notable.

Un señor alto, gordo, muy fuerte. En su cara está plasmada la lucha, las privaciones de la pobreza. Su gesto es duro, desafiante.

Limpia los parabrisas cuando se lo permiten los automovilistas.

Un día lo llamé:

– Tenga. deslicé unas monedas en su mano
– Gracias, fue la respuesta.

Seguí manejando hasta mi oficina.

Por voluntad propia, cada vez que pasaba le regalaba unas monedas…

– Cómo anda la chamba, le preguntaba yo.
– Ahí más o menos
– Con su trabajo, le dije, siempre se llevará más dinero que
con el que llegó.
– Eso sí, me respondía.

Nuestras breves charlas se repetían a menudo que nos encontrábamos.

Un buen día le dije:

– Por favor, dele una pasada al parabrisas.

Gustoso lo hizo, le di unas monedas, nos despedimos.

De ahí para adelante ya siempre limpiaba mi parabrisas, pero con pilón: limpiaba también, sin habérselo pedido, el parabrisas de atrás.

Como siempre, le daba unas monedas.

Pero empecé a notar cierto cambio en su actitud.

Ya no era el mismo hombre agradecido, resignado, que se acercaba a mí en espera de unas monedas.

Ahora se acercaba limpiaba ambos parabrisas “cobraba” y se alejaba, diría yo, con dignidad.

Pensando en lo mismo me acordé de un pasaje muy importante de la Cabala:

Del Pan de la Vergüenza, es un concepto principal que significa la insatisfacción humana cuando se recibe algo que no se ha merecido o que no se ha luchado por conseguir.

Esa sensación de carencia que sientes cuando recibes algo por nada.

Sigo pasando por la misma esquina, sigo dándole a mi amigo unas monedas, él las toma después de limpiar rápidamente los dos parabrisas de mi auto.

Algo ha cambiado en su actitud hacia mí; en su ser ha aparecido la dignidad del ser humano cuando se gana, “a pulso”, su paga.