EL PAÍS

Mientras se van conociendo nuevos datos que apuntan hacia la existencia de una segunda mujer en el entorno amoroso del general David Petraeus, se van acumulando también presiones para que el exdirector de la CIA declare esta semana ante el Congreso sobre el ataque de Bengasi, incluso después de haber renunciado a su cargo tras confesar una relación extramatrimonial.

Petraeus no está obligado legalmente a testificar una vez cedidas sus responsabilidades en la CIA

Congresistas de ambos partidos están considerando la posibilidad de citar a declarar a Petraeus como ciudadano privado en posesión de información relevante para el esclarecimiento del caso que se investiga en el Capitolio: qué sucedió exactamente el 11 de septiembre pasado y en qué circunstancias murieron cuatro norteamericanos, incluido el embajador en Libia, Christopher Stevens. Sobre este asunto, que al principio parecía una espontánea oleada de furia por el vídeo contra Mahoma y que después se interpretó como un ataque planificado, se ha ido extendiendo un manto de confusión que empieza a ser sospechoso.

Varios republicanos de menor influencia en la Cámara de Representantes se habían ya pronunciado en los últimos días a favor de la comparecencia de Petraeus, que no está obligado legalmente a testificar una vez cedidas sus responsabilidades en la CIA. Ayer, un senador de peso en la oposición, Tom Coburn, se sumó a esa posición, entendiendo que lo que el laureado general conoce puede no saberlo nadie más. Y, aún más importante, un destacado senador del Partido Demócrata, Charles Schumer, admitió la posibilidad de convocar a Petraeus si la declaración que la persona que le ha sustituido provisionalmente, Michael Morell, no resulta suficientemente aclaratoria. “Escuchemos a Morell y a partir de ahí decidiremos”, manifestó Schumer en el programa Meet the Press, de NBC.

Obligar a Petraeus a comparecer ante el Congreso no es fácil ni constituiría un gran beneficio para el prestigio de quien era considerado el mejor general en varias generaciones
Morell era el número dos de la CIA con Petraeus. Es un funcionario de larga experiencia en la agencia y algunos lo consideraban el que, en realidad, la dirigía por detrás del famoso jefe. Su testimonio, sin embargo, puede verse devaluado por el hecho de que siempre podrá refugiarse en la realidad de que era otro, un superior, quien tomaba las decisiones.

Obligar a Petraeus a comparecer ante el Congreso no es fácil ni constituiría un gran beneficio para el prestigio de quien era considerado el mejor general en varias generaciones. Aparte de las consecuencias políticas que pueda tener este caso, esa es una de las mayores preocupaciones en este momento: preservar la honorabilidad de Petraeus.

No va a ser fácil. Precisamente, EE UU celebra este domingo el día de los Veteranos de guerra, fiesta nacional en este país. Es una tradición de esta democracia cuidar el nombre y el legado de quienes la han representado o defendido en las más altas posiciones. La memoria de los presidentes y de los generales, ya sean Richard Nixon o George Patton, se va limpiando con el paso del tiempo hasta dejarla por encima de la controversia cotidiana.

Petraeus, que colgó el uniforme el año pasado con cuatro estrellas sobre sus hombros y a un paso de la gloria eterna, tendrá ahora que atravesar muchos obstáculos hasta esa meta. La investigación del FBI que descubrió que Paula Broadwell, la mujer que había escrito su biografía, era también su amante, está mostrando otra imagen del idolatrado militar.

La investigación del FBI que descubrió que Paula Broadwell, la mujer que había escrito su biografía, era también su amante, está mostrando otra imagen del idolatrado militar
El FBI ha comprobado que Broadwell había utilizado el correo personal de Petraeus, el de su cuenta en Gmail, no el oficial de la CIA, para enviar mensajes amenazantes a otra mujer cuya identidad no se ha revelado pero que no es la mujer del general, Holly. En esos mensajes, Broadwell insistía a su destinataria en que se mantuviera lejos de Petraeus, quizá con amenazas incluidas si se resistía a hacerlo. Aunque no hay más detalles, se supone que esa otra mujer era alguien que en algún momento también había tenido alguna vinculación sentimental con el exdirector de la CIA.

En la caída de cualquiera, siempre hay algunas manos dispuestas ayudar, pero muchas listas para empujar. Petraeus no es una excepción. Es ahora cuando surgen los comentarios de algunos de sus compañeros de filas, envidiosos de su éxito, que se acuerdan de que siempre tuvo fama de mujeriego. Es ahora cuando cobran importancia las acusaciones que Bob Woodward hacía en su libro, Obama’s Wars, de que Petraeus era extremadamente vanidoso. Este es el clima adecuado para todos los excesos, incluido el del exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, quien ya vaticina que estamos ante un nuevo Watergate.