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Le ganan las ganas al nuevo jefe de Gobierno del Distrito Federal.

El licenciado Miguel Ángel Mancera empezó a gobernar el miércoles, tres semanas antes de tomar posesión, cuando a su nuevo título va pegada la palabra “electo” como aviso de que ya casi pero todavía no. En una reunión insólita de políticos, hombres de empresa y personajes con presencia destacada en la vida de nuestro país que rebasaron el cupo del patio mayor del Colegio de Minería, Mancera probó dos cualidades indispensables en un hombre público: capacidad de convocatoria y preparación minuciosa del programa de su próxima administración.

En un primer y madrugador acto de gobierno vemos un presagio de su proyecto: poner su voluntad al servicio de un cambio inaplazable de la estructura legal de la capital de la república mediante un plan llamado “Rumbo a la reforma política del Distrito Federal”. Convocó a todos: “…al perfeccionamiento de la definición y naturaleza jurídica de la capital del país… determinante para el equilibrio de los poderes públicos y la salud del pacto federal…”. A debatir: “…el régimen político, modificaciones en el sistema electoral, reforma a la justicia… alcanzar la plenitud de los derechos de sus habitantes y de un nuevo y moderno equilibrio constitucional entre la Federación y su capital… que aspira a crecer y desarrollarse con autonomía, aspira a ser plenamente libre y soberana”.

La propuesta del funcionario deja abiertas las puertas al examen de las posibilidades para encontrar una fórmula conciliatoria de las características especiales de un lugar donde se asientan poderes federales y locales y definir el ámbito de sus leyes. En su discurso el licenciado Mancera no habla de un estado 32 de la república; no adelanta una solución porque su búsqueda es precisamente el propósito de su llamado. A lo más que llega, en espera de la discusión nacional hacia el fin deseado, se concreta en el párrafo final: “trabajamos pues, todos y todas, los que queremos ver al Distrito Federal pronto, muy pronto, convertido con plenitud, sin sombras de duda, en la gran ciudad de México”. En este deseo se abarcan conceptos que requieren definición. A lograrla invita el nuevo jefe del DF.

Sugerí en agosto de 2009, ante la Asamblea Legislativa del DF, al dar las gracias por la Medalla al Mérito Ciudadano, repensar la estructura de la ciudad a partir de la concentración de poderes constitucionales y fácticos en el Centro Histórico. Dentro de su perímetro B se ubican las instituciones políticas nacionales y urbanas más importantes como organismos financieros, núcleos religiosos, culturales, artísticos y gran parte del comercio y la industria, sobre todo la de la confección. En él se alojan lugares como el de la fundación de México, historias y leyendas formadoras de nuestro perfil y fuentes constantes de riqueza intelectual. Podría ser una especie de capital de la capital nacional. Del Centro Histórico podrían irradiar las normas de vida personal y colectiva en un Distrito Federal dueño de su libertad de ejercer los recursos económicos, nombrar todos sus funcionarios y disponer de sus recursos en función de las necesidades peculiares de sus habitantes.

El senador Emilio Gamboa, alfil clave en este ajedrez, dijo el miércoles: “Abramos el debate, incluso a la conformación actual de las 16 delegaciones, sin temor a la posibilidad a una nueva división territorial”. Y el doctor José Narro, rector de la UNAM, celebró la voluntad manifestada por los partidos de avanzar hacia la reforma.

Cuando la meta es clara, como lo es en este caso, la forma de llegar a ella se facilita, aunque requiere poner cada pieza en su lugar. Para llegar a un nivel de autonomía jurídica y financiera similar al de un estado, podría administrar su deuda y no depender para ello del Poder Legislativo, como ahora, porque contaría con su propio Congreso y constitución, y nombraría a su jefe de policía y procurador de Justicia, atribuciones hoy del presidente.

En vísperas del cambio de administraciones nacional y capitalina se presienten circunstancias favorables a la capacidad de transformar el Distrito Federal.

No es asunto menor porque estamos hablando de una mejoría en la vida de los capitalinos. Su número se ha cuadruplicado en los últimos 50 años y las leyes le aprietan como un viejo corsé. Adecuarlas a lo que hoy somos es asignatura pendiente.

No por mucho madrugar amanece más temprano. Pero empezar antes del amanecer ayuda a encontrar la suerte que, en este caso, es la de gobernar bien. Síntoma alentador de lo que nos espera es el ánimo del nuevo jefe capitalino. El trabajo apenas empieza, el tiempo vuela y la esperanza crece.

No puede ni debe fallar.